Aquí hay quienes escriben para conseguir los aplausos de los hombres, por medio de nobles cualidades del corazón que la imaginación inventa o que ellos puedan tener.
Esa línea define para mí a Carlos Vaz Ferreira, pero esa línea no es mía, es de Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, autor de los Cantos de Maldoror; llegué ahí desde el libro y no desde la memoria, es decir, desde el sujeto y no la acción, en la solapa se presenta la fecha y lugar de nacimiento del autor, un octubre de 1872 en Montevideo, de ahí salté a autores uruguayos, porque de Vaz Ferreira no había escuchado nunca, ¿con quién lo podía relacionar? Habrá quienes al escuchar o leer Uruguay les venga de inmediato que su selección de futbol ha ganado dos copas del mundo, la de 1930 y la de 1920, de hecho fue el campeón de la primera Copa Mundial organizada por la FIFA, pero eso es todo lo que sé y no me da por ahí, así que en lo que pensé fue en los escritores uruguayos que conocía, Mario Benedetti no, porque dije escritores; Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Cristina Peri Rossi… pero Vaz Ferreira, no, definitivamente; antes que pensar en él, pienso en La Maga de Cortázar, ella sí uruguaya, así es mi memoria libresca, al menos ante los libros, además, de alguna manera tenía que retribuir la confianza que los editores, un trabajo de diseño brillante de Editorial Eximia, depositaron en mí para hablar del libro que con tanta dedicación elaboraron.
Al menos tendría que saber algo más de Carlos Vaz, algo más que lo que me dicen en la solapa. Como no encontré mucho en el arcón de los recuerdos, me decidí por, para mí, la mejor opción ante un autor, acercarse a lo escrito, leerlo; el Prefacio de Fermentario me atrapó, en la presentación de la recopilación de textos, el autor se opone a la idea de que los libros “espontáneamente nazcan ordenados, conexos, completos, o sin violencia ni artificio, acaben por tomar forma”.
Estoy en contra de la idea del crítico que termina desechando los textos porque no cumplen con lo que se esperaba de ellos, porque no se asemeja a lo que ellos pensaron que iban a obtener, la propuesta me atrajo: la duda como forma de avanzar, ese principio de incertidumbre que sí lleva a la acción. Vaz Ferreira justifica la brevedad, el desorden, la presentación de sus opiniones, indicando que “De nuestros pensamientos sólo unos pocos podrán eventualmente recibir una forma definitiva. Aún esos, mientras continuemos trabajándolos, anticiparlos a la colaboración”.
Ahí el primer desencuentro, creer que la escritura es la cristalización del pensamiento, buscar que la escritura limpie, fije y de esplendor. Escribir como una herramienta para que el pensamiento, la idea, se transforme en algo irrebatible, iluminador, en la Verdad (con mayúscula, por favor).
Para Vaz Ferreira el pensamiento, al cristalizar, puede ganar (claridad, justeza, cumplimiento, aplicación…) y puede perder (espontaneidad, sinceridad, vida e interés, fecundidad)…
Son dos los estados del pensamiento “antes de la letra” y el “definitivo”, el pensamiento cristalizado.
No, no lo creo y, a pesar de ello, seguí, no porque fuera a presentar el libro sino por llevar la contraria a esa tendencia a la uniformidad lectora, la de no enfrentarnos a libros o autores que piensan distinto a nosotros para no vernos obligados a cotejar las ideas y argumentos, la verdad (aquí sí con minúscula) con que nos movemos en el mundo, porque no vaya a ser que nos tropecemos con un obstáculo que nuestras ideas hechas no puedan, un muro con el que choquen el Todos estamos bien, Todos pensamos igual, Todos queremos lo mismo, ese todos que une a quienes creen que hay un lado correcto de la historia.
Por favor, no se olvide que considero a Vaz Ferreira como uno de los que pertenece al grupo de los que “escriben para conseguir los aplausos de los hombres, por medio de nobles cualidades del corazón”, es decir, él es capaz de escribir sobre la tranquilidad de conciencia y la satisfacción del deber cumplido a partir de señalar que “Es la acción del hombre superior, del hombre bueno, la que no está subordinada a los juicios ajenos. Él obra en el sentido del bien, de su deber o de su amor, con independencia de los juicios; pero los siente y los sufre. Así actúa el bueno y superior, sufriendo por todo: por el bien que tiene que dejar de hacer, y aún por el mal que tiene que hacer al resolver los conflictos. Y también por la desaprobación y la falta de simpatía de los otros”.
Por supuesto, no se puede estar en desacuerdo, pues se actúa en nombre de un hombre superior, y hoy y siempre (que es un pensamiento que se tiene desde hace muy poco) sabemos qué implica esa superioridad, estar del lado correcto de la historia, ahí donde los juicios del otro son meros pretextos para aferrarse al mástil de la defensa de las buenas actitudes, de lo que está bien, esa zona de confort que permite movernos por el mundo sin ofender, sin agredir, sin ser uno mismo, sin ser individuo, sin la capacidad de pasar a la historia porque sólo se tienen ideas, porque se desarrolla una ideología; quienes no estén detrás de esa raya no trascenderemos, de acuerdo a Carlos Vaz, porque “Lo relativamente superior que está en la historia, que pudo entrar y que quedó en la historia, no lo más elevado que dio la humanidad en las almas, sino lo que pudo realizarse bien visiblemente, y engranar fácilmente con los efectos visibles, y ser descriptible.
“Éste es uno de los aspectos tristes de la historia. Y hay tantos otros…
“No sólo no queda lo mejor de los actos, sino que sólo quedan actos: no sentimientos…”
A mediados del siglo pasado, Carlos Vaz ya preveía la forma en que en el siglo siguiente discutiríamos, y lo sabe porque parte de valores morales que considera inamovibles, de hecho, el autor de Fermentario está seguro de observar como nadie, y esa forma de el mundo, esa seguridad, lo obnubila, se vuelve condescendiente, está seguro de su razón (radicada por completo en la moral) y eso le permite separar el mundo en lo bueno y la malo, incluso reconvenir amablemente a quienes pisan los linderos de la incorrección, por ejemplo, en el momento en que decide regañar a los conservadores porque aún temen en reconocer el derecho de las mujeres a votar.
Señala Vaz Ferreira reconviniendo a los conservadores que veían peligroso otorgarle (ojo con la palabra) otorgarle el voto a la mujer: “La mujer, entre paréntesis, tendría cierto derecho a tener alma tutorial, para madre y maestra; y aunque la tenga, debemos darle el sufragio, a pesar del peligro. Pero serían otros los hechos que podrían demostrar que la mujer puede tener alma liberal, esto es, alma que ame y desee la libertad, aún en sentido contrario a las opiniones y deseos)”, nada mal, hay que llamar la atención a quienes se oponen a la idea liberal de que todas las personas tenemos las mismas responsabilidades y derechos, pero, deténgase un momento, ¿escribió otorgarle?, sí, sí lo hizo, consciente de la realidad, considera que es indispensable que los hombres le regalen su derecho a las mujeres; mucho tiempo después, es decir, hoy, es sencillo carraspear ante el postulado del autor, tocarle levemente el hombro, decirle, este, amigo, no, el hombre no otorga, reconoce si acaso, pero no tiene mucho sentido, porque en el fondo hay una coincidencia mejor dejar pasar, porque también en el fondo está la idea de que los derechos humanos tienen su raíz en los intereses universales de los seres humanos. Y mejor no rascarle, quedarse en el acuerdo porque páginas adelante, con la mano en el bulto, el aliado Carlos Vaz, dictamina: “Las mujeres no inventan teorías, pero apostolizan muy bien las que inventan los hombre: p. ej., el Feminismo”, se entiende una aseveración como esa porque el autor asegura que a la mayor parte de las feministas “creen que basta y que es decisivo hacer notar (o tomar como tema de frases), la injusticia de la desigualdad social entre el hombre y la mujer. En realidad, el problema recién se plantea bien cuando se comprende que, siendo esa injusticia en parte de causa fisiológica, no se trata siempre de igualar, sino, en parte de compensar, y, precisamente, en ciertos casos con desigualdad: sólo que, ésta, en favor de la mujer, y no, todavía, contra ella”.
En Fermentario, este monólogo fragmentario de Vaz Ferreira, no pide interlocutores, al estar convencido de estar del lado correcto de la historia, desde ese lugar que no existe decreta sin temor a equivocarse, esa actitud y las ideas no cristalizadas, a las que ha descuidado para que no pierdan “espontaneidad, sinceridad, vida e interés, fecundidad”, son las que provocan los mayores tropezones, como cuando rinde la democracia, sus derechos y obligaciones, a la dictadura, porque, asegura, la “salvará” la inteligencia individual de los bien pensantes:
“Hemos observado, sin ir más lejos, en un país como este, que cuando éramos gobernados por tiranos militares, la instrucción pública, p. ej. pudo progresar precisamente porque ese punto no interesaba a los que mandaban y porque el pueblo no podía intervenir, ni perturbar, ni complicar, ni discutir nada. De manera que, confiada en algún caso esa dirección, un hombre capaz, los progresos podían ser más fáciles”. Así, de un plumazo, ¿por qué?, porque como a muchos hombres brillantes, la capacidad de formular teorías los ciega, les borra la realidad del colectivo de los ojos y consideran que un grupo de super dotados, de hombres inteligentes, académicos reconocidos, pueden formar la Liga de la Justicia para resolver los problemas del mundo, sin darse cuenta que esa idea de los Elders, los mayores, una vez en el poder no se distingue mucho de una junta militar.
¿Lo alcanza a distinguir Vaz Ferreira, percibe la corta distancia que separa su buena intención de la propuesta reaccionaria? No, está convencido de que sabe, no sólo por la acumulación de conocimiento, sino por la edad, el paso del tiempo que considera por sí mismo una ventaja, señala en otro fragmento:
Sin duda con la edad debe venir tendencia a no leer demasiado (la mentalidad superior, ya formada, se defiende, para producir, o para la simple independencia mental)
Una vez que se arriba a esa mentalidad superior ya se puede decir cualquier cosa, abrogarse la capacidad de distinguir el bien del mal, subirse al pedestal de huacales y presumir que
Cuando un escritor no es hombre bueno, me parece menos bello lo que escribe. Esto sería absurdo; pero me esfuerzo en creer que percibo lo que la falta de honradez, de sinceridad, de entusiasmo, etc., producen de efectivamente antiartístico y menos bello de las obras…
Creyendo que todo lo que se diga vale porque se dice desde el lado de los buenos, Carlos Vaz no teme en establecerse como referente
La verdadera independencia, tan rara por lo demás en el hombre, es más común en una madurez bien aprovechada (…). El sacrificio del hombre maduro es más hondo, más verdadero y más conmovedor, porque ya es definitivo, porque no queda esperanza y ni siquiera ilusión.
Inevitable pensar que Fermentario lo publica a los 66 años y, llegado a este momento del comentario, tampoco puedo eludir el preguntarme cómo pude llegar hasta el final de un libro que, en la medida que avanzaba, más en desacuerdo estaba con sus postulados [paréntesis, para no alargar mi intervención evito comentar lo que me parecen francos dislates de Vaz Ferreira cuando intenta la crítica literaria o muestra el tamaño de su ingenio elaborando aforismos, algunos de ellos, intentando enmendarle la plana a Shakespeare], más allá de la obligación de esta presentación, de la disciplina lectora, ¿hubiera llegado al final del libro? Sí, sí aunque no encontré aquello que el reseñista de Editorial Eximia dice que hay en Fermentario un recuerdo de las “disertaciones del estoico Epicteto y a las sesudas confesiones del emperador Marco Aurelio”, mal por mí.
Pero lo que sí encontré y por lo que llegue al final, por lo que podría invitar a que se adentren en el Fermentario es porque el diálogo entre los que pensamos diferentes es más necesario que nunca, no se podrá avanzar en lo que sea, con ideas fijas, prejuicios disfrazados de convicciones, no se podrá llegar a ningún lado si no disolvemos esa frontera entre el lado correcto de la historia y los otros que están equivocados. La lectura con matices, la que avanza gracias a la duda, al cuestionamiento, es la que permite la conversación, y eso es lo que agradezco a Carlos Vaz Ferreira: el desacuerdo.