LPZ / Esencias viajeras - LJA Aguascalientes
03/12/2024

En las rutas de Bolivia uno sabe a qué hora sale del destino pero no cuándo se llega a éste, después de 16 horas de autobús un paisaje árido característico del altiplano comienza a asomarse en el camino con pequeñas construcciones de adobe, techos de paja y llamas pastando en los alrededores, clarea y el sol desvanece el gélido de la noche anterior, pasados los minutos se densifica paulatinamente el paisaje de la ruta con casas de ladrillo, mercados, calles y avenidas polvorientas, se agolpa todo con el murmullo de la gente en un paisaje que mezcla lo rural con lo urbano, los colores, la estética del lugar, la vestimenta de la gente me hacen notar que es un sitio distinto, estoy atravesando El Alto una ciudad construida en las ultimas décadas sobre el esfuerzo, el trabajo y el empecinamiento, símbolo de resistencia, epicentro de colectividad y rebeldía -que merecerá un texto aparte- un laberinto de casas y esperanzas a mas de 4,000 metros de altura son la antesala para llegar a una ciudad enigmática y maravillosa; La Paz. 

Descender por la autopista desde El Alto hacia La Paz es un panorama único donde se aprecia el tesón por adaptarse a una geografía indomable y poblar lugares inimaginables, como telón de fondo las montañas de los Andes y el imponente Illimani una montaña de 6,460 metros de altura con su cumbre nevada en el cielo azul. Llegar a la pequeña y acogedora terminal de autobuses de La Paz es una experiencia confusa, no se alcanza a advertir el arribo a una ciudad de casi tres millones de personas, capital política, social y cultural del país. “Caminar despacito, comer poquito y dormir solito” fue el consejo generalizado -que no cumplí- para sobrellevar los 3,640 mt. de altura a los que se encuentra la ciudad que en ese preciso día celebraría con una gran verbena popular el 16 de julio conmemorando la revolución de 1809 en que los insurgentes se levantaron contra la corona española y darían inicio a la libertad paceña. Llegada la noche la verbena fue algo “colosal” por decir lo menos, después del vistoso desfile cívico-militar las avenidas fueron auténticos ríos de gente -debo confesar que solo una vez había visto tanta cantidad- festejando, compartiendo, bailando, las bebidas espirituosas corrían a raudales, el “sucumbe” que se toma caliente y espumante es la bebida típica para el festejo hecha a base de leche, canela, clavo de olor y singani. En la embriagada multitud fui un paceño mas. 

La ciudad tiene una alameda llamada El Paseo del Prado colmada de sitios históricos y patrimoniales, un paseo hermoso y obligado donde destacan los monumentos a Antonio José de Sucre -prócer de las independencias en Sudamérica- y al gran Simón Bolívar-libertador de América y primer presidente de Bolivia, a quien debe el nombre- y ahí no mas, a unos treinta pasos el inadvertido Hotel Copacabana, para mi es un lugar de culto, ya que en su suite 304 un tal Ernesto “Che” Guevara se hospedaría y tomaría aquel legendario ultimo autorretrato calvo y con gruesos lentes de marco negro para pasar de incognito e iniciar la guerrilla en Bolivia donde seria asesinado cobardemente un tiempo después. El “Che” en su diario definiría a La Paz como “la Shanghái de América”.

Me tocó presenciar los festejos de la ciudad en el casco histórico donde se ubica la hermosa Plaza Murillo centro del poder político del país enmarcada por la Catedral Basílica de Nuestra Señora de La Paz de marcado estilo neoclásico y barroco, por el Palacio Legislativo y el Palacio Quemado que debe su nombre debido a un incendio en 1875 y que hasta hace mas de un año era Palacio Presidencial, ahora es un sitio de memoria histórica ya que el actual presidente Evo Morales decidió construir en su parte posterior la nueva sede del poder ejecutivo denominada la Casa Grande del Pueblo un moderno rascacielos de 29 pisos que se erige sobre las construcciones coloniales, el nuevo edificio que puede observarse imponente desde casi cualquier punto de la ciudad ha sido cuestionado y polémico ya sea debido a su “impacto visual”, a la “vanidad del presidente” o al gasto económico, lo cierto es que es un símbolo de poder, una construcción que materializa la creación de un estado plurinacional, que mezcla en su fachada y en sus interiores modernidad y elementos de tradición indígena andina, amazónica y rasgos inspirados en el centro ceremonial de Tiahuanaco, mas allá de su funcionalidad operativa el edificio cumple una fuerte y legitima función simbólica.

Recorrer La Paz es adentrarse en un esencia particular, sus olores, sus sabores, su gente, la estética de la ciudad no tiene comparación, es imposible -debido a mis limitaciones- describir lo particular de este lugar en el mundo que conserva orgullosa y altivamente sus tradiciones en dialogo con la modernidad, una estampa cotidiana es ver a las “cholitas paceñas” mujeres Aymara o mestizas vestidas con sus trajes típicos portando en su cabeza un pequeño bombín, botas y vestido ampón -pollera- de distintas manufacturas, estan las más humildes que cargan a sus pequeños hijos en la espalda envueltos en un aguayo multicolor o las de vestimenta refinada y exquisitamente bordada, hasta hace no pocos años la cholita sufría la mofa de la discriminación clasista y el estereotipo indígena, en la actualidad -y en mucho debido al cambio político- la chola ocupa un lugar como icono de la mujer boliviana de fuerza y empuje, símbolo de identidad, de valorización cultural y hasta de moda contemporánea. En comida los platos de la ciudad son tan eclécticos como su cultura, sin embargo uno -por razones obvias- llamo mi atención “el Chairo” hecho a base de chuño, carne de cordero, wuacataya, habas y hierba buena, es un plato típico y popular que al acompañarlo con una cerveza Huari elaborada por la Cervecería Boliviana Nacional se torna exquisito. 

La ciudad ofrece de manera surrealista lugares que mixturan las tradiciones mas ancestrales de los pueblos indígenas con la vida moderna, uno de ellos es la “Calle de la Brujas” a unos pasos de la Plaza Mayor de San Francisco donde se pueden encontrar remedios naturales para males -de todo tipo-, plantas curativas, artilugios, hechizos, bebidas espirituosas, fetos de llama para ser ofrecidos en ofrendas y hoja de coca por kilos, en Bolivia y en particular en el altiplano es común el consumo de la hoja de coca, su venta se da en cualquier esquina de la ciudad y mascar las hojas es una costumbre milenaria de sus habitantes ahora adoptada en la cultura popular, tal vez será una de las costumbres que más extrañare, poder bolear o tomarme un té de coca. 

La ciudad es vibrante y cosmopolita, se respira tradición, cultura, subversión, protesta constante, creatividad y arraigo, el arte del grafiti se estampa en edificios y plazas, el diseño esta presente en la moda y en objetos que encuentran en las raíces populares su principal valor, la ciudad parece reinventarse, tal vez el signo más visible de lo anterior sea el imponente sistema de transporte publico mediante el Teleférico de la ciudad, con más de 30 km. de trayecto distribuidos en diez líneas conecta con diversos puntos estratégicos y con El Alto, el proyecto único en el mundo es una muestra de la pujanza económica del país en los últimos años y de la visión política para conectar igualdad e integración, desde cualquiera de sus líneas se pueden apreciar vistas increíbles de la ciudad, sus barrios, sus montañas. Embelesado pase casi un día entero recorriendo todas sus líneas, la calidez y la amabilidad de los paceños hicieron de cada trayecto una experiencia única. 

Me quedan en el tintero lugares y vivencias que brotaran en otra ocasión, como recorrer el Valle de la Luna, la visita a la mítica zona arqueológica de Tiahuanaco donde se encuentra la Puerta del Sol, la locura de hacer en bicicleta la ruta de la muerte en el Valle de los Yungas, quedarme varado por la nevada en una cumbre, pasear por barrios, calles y mercados, para ello necesitaría un texto desparramado, que se construyera en un caos sin sentido aparente que al agruparse se condesara, desprolijo, que con cada lectura se reescribiera y se reinventara, solo un texto así imposible podría asomarse a homologar lo maravilloso de una ciudad que me ha dejado sin aliento. 



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