En México, “la oposición está moralmente derrotada”, con esta sentencia, Andrés Manuel López Obrador cerró su Primer Informe de Gobierno, emitiendo así un fuerte mensaje político que, contrario sensu, se adjudica un triunfo rotundo sobre la oposición y sus adversarios políticos.
Al término oficial de su primer año constitucional de gobierno -poco más de un año desde su triunfo electoral de 2018-, simplemente no se ve, no se oye, mucho menos se siente que la oposición esté presente. Quizá en virtud de esa relativa ausencia, el primer mandatario exalta su histórico logro, enunciando una sentencia apabullante, por encima de una clase política que, posteriormente a los resultados electorales, quedó efectivamente arrasada, desdibujada y, para el caso del histórico PRI, en franca disolución dentro de la escena política. Cuantimás en el territorio provinciano, de los estados como Aguascalientes.
El PAN, segunda fuerza post-electoral, prácticamente decapitado de quien fuera su cabeza visible contendiente, con un cuerpo orgánico fragmentado, tironeado en sus miembros por fuerzas intestinas opuestas; y que trata de recomponer su organicidad, su compostura y aun dignidad, al celebrar recientemente su 80 Aniversario de fundación, hacia el 26 de septiembre de 1940. En el caso de Aguascalientes, es hoy por hoy una península mayoritaria, con aires de emancipación con el Bajío y el centro occidente. El PRD en proceso de refundación como “Futuro 21” y el resto de partidos minoritarios no presentan un rostro más venturoso.
El propio Morena, Movimiento Regeneración Nacional (2010), conducido por la ahora figura emblemática de su líder López Obrador, está en vías de aprendizaje a ser, querer y comportarse como un verdadero partido político, ya que al día de hoy ni su estructuración ni su voz se escuchan con nitidez, de manera clara y fuerte, como proveniente de una sola fuente. Es muchas voces a la vez, su acción de muchos miembros a la vez, y su conformación es –a la usanza anterior perredista- de muchas tribus a la vez, sentados en torno a un solo fuego, sin fumar la pipa de la paz, pero danzando al ritmo de sones harto distintos, a la vez, un auténtico mitote. De éstos, ciertamente, inequívocamente, no es el triunfo moral aludido. Y, entonces, ¿de quién es?
Si ese bloque, de visión muy informe, asume que merece ese duro calificativo de estar “moralmente derrotado”, allá ellos. Porque la razón histórica, en este preciso sentido, no es así. No es verdad. Si hoy en día algún sujeto histórico está sumamente arrumbado, olvidado, neglecto es precisamente la Moral. Que, dicho modernamente, es más propiamente la Ética, y con mayor pertinencia la Bioética -que es la Ética de Todo-. Dicho de otra manera, dejarse declarar: “moralmente derrotado” equivale a decir: ‘valoralmente superado’, o mejor ‘simbólicamente aniquilado’. Traídos a este campo de la acción y el pensamiento, la esfera moral es aquella propiamente de la Cultura, el mundo de los símbolos, de la significación, del sentido de ser, de actuar, de vivir. Y, en consecuencia, en esta esfera se juega el poder de los símbolos, que en esencia son valores y éstos dicen referencia inmediata a las actitudes personales, a las creencias trascendentes y a las fes trascendentales.
No nos equivoquemos, ni pensemos regresivamente como emisarios del siglo XIX, nuestro entendimiento de “lo moral” no se encasilla ni se reduce a “lo más abstracto”… “lo in-inteligible”, lo “meta-físico”…No, para nuestro siglo XXI la Ética/Bio-ética es la visión simbólica trascendente de Todo, los valores universales, los símbolos humanos de la sobrevivencia, la Razón, la Autoexpresión y, por ello, la Trascendencia: que se encarnan en los protocolos de la religión, la moral propiamente dicha, la sociedad, la economía, la política.
Efectivamente, en los años fundacionales de la Cartilla Moral, prevalecía una visión tradicionalmente religiosa y dominada por un paradigma preceptivo de la moral, es decir de reglas para hacer el bien y evitar el mal. Hoy, en plena Cuarta Transformación, aunque no en calidad de Constitución moral, el presidente de la República, presentó, en un evento en Chalco, Estado de México, su cuadernillo denominado Cartilla Moral, con el cual, pretende alcanzar ese cambio paradigmático en la sociedad. Cuadernillo que no es otra cosa más que una adaptación de la obra de Alfonso Reyes, escrita hace 75 años y adaptada por José Luis Martínez, pretendiéndola retomar en momentos tan críticos que vive nuestro país, para satisfacer la escasez de valores y principios en nuestra sociedad. (Fuente:https://bit.ly/2LKmw0e ).
Y su difusión queda a los templos afiliados a la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Arturo Farela, presidente de ésta) que comenzaron a repartir unos 10 mil ejemplares de la Cartilla Moral, algo que no fue bien visto por la Iglesia católica. (Fuente: EFE. Viernes 19 julio 2019. Pulso. Diario de San Luis. Cartilla Moral de AMLO falla al Estado Laico de su venerado Juárez.https://bit.ly/2ydnY2f ).
Afortunadamente, hoy, tenemos otros datos, es decir otros instrumentos conceptuales, metodológicos y críticos del pensamiento, para abordar la cuestión de “la moral”, o mejor dicho del mundo de los valores. Precisamente, acerca de estos conceptos profundiza la obra del politólogo alemán, Christian Welzel, Profesor de Cultura Política y Sociología Política en Leuphana University, Lueneburg; es también vicepresidente de la Encuesta Mundial de Valores, (WVS, the World Values Survey). Publicó recientemente su libro: “Freedom Rising: Human Empowerment and the Quest for Emancipation”, 2013). (Nota mía: LJA. Enfocando nuestra selfie. Sábado 18 de Octubre, 2014).
A la base de un auténtico desarrollo están los valores emancipativos. Es decir aquellos que, de acuerdo con las tesis de Welzel, tienen una causa endógena al ser humano que se finca en el acceso a los recursos socialmente compartidos, de los que se desprende un sentido de emancipación personal y permite el acceso a derechos civiles efectivos; desarrollándose entonces una amplificación de los valores personales, en la medida que se comparten por más personas dentro del mismo entorno social.
En suma, la emancipación democrática activa la acción masiva y la direcciona hacia aquellos que detentan el poder, para ejercer presión a fin de que sostengan, substancien y establezcan la democracia, dependiendo de las condiciones propias de la historia y el país. Por consiguiente, los valores de emancipación, dejan por sentado el deseo por la democracia, pero sí son capaces de cambiar la naturaleza del deseo por la democracia, en dos sentidos: hacen su entendimiento más liberal y se fijan en sus rasgos empoderantes, por encima de atenuar los asuntos como poniendo mantequilla sobre el pan, o aplicar la Ley-Orden. Para, en cambio, fortalecer y potencia el grado de democracia prevaleciente, y mantener una actitud constante de no sobre-valuar, mejor minus-valuar todavía, el ejercicio democrático vigente en el país; incrementando así su deseo.
En esto consiste un espíritu crítico-liberal respecto de la democracia. Ya que como deseo se convierte en una fuerza formidable por las reformas democráticas, y el fomento decisivo por un Buen Gobierno, también conocido como grado de Gobernanza; sobre lo cual tiene un fuerte impacto positivo la actitud de emancipación ciudadana.
Acerca de este imperativo propiamente moral de la ciudadanía, creo que estaremos de acuerdo, no podemos creernos, ni mucho menos pensarnos “derrotados moralmente”. El caso paradigmático hoy de la jovencita Greta Thunberg, ante la cumbre de líderes de las Naciones Unidas contra los factores del Cambio Climático, es suficientemente elocuente para darnos cuenta que, sobre todo, generacionalmente, no podemos ni debemos claudicar ante lo que pudiera se ostensible como una “derrota moral”; queda y está vigente la actitud moral de un cambio subversivo en el sentido positivo y constructivo del término. Y recojo su expresión de oro: -How dare you?…”/ ¿Cómo se atreven ustedes a…?