El camino que hemos transitado construyendo el sistema democrático en comparación con el de otros países de Latinoamérica ha sido relativamente terso, aunque no exento de vicisitudes. Esta semana se daba cuenta de un aniversario más del enfrentamiento entre las fuerzas armadas chilenas y el entonces Presidente Salvador Allende, en el Palacio de la Moneda, sede del poder ejecutivo del país andino, que devino en la muerte del mandatario, y un golpe de estado que sumió a los chilenos en un escenario del que no fueron ajenos países vecinos como Argentina o Brasil. Ese evento ocurrió hace casi cincuenta años y es fecha que los pueblos de los países sudamericanos se encuentren aún en la búsqueda cotidiana de un régimen democrático como sustento de su sistema de gobierno.
En otras latitudes, como Cuba, se dio en llamar “mártires de la democracia” a aquellas personas que, en el largo andar del régimen Castrista, se opusieron a la reelección indefinida del mandamás del pueblo caribeño, exigiendo un sistema democrático. Y esporádicamente, en otros países se denomina así a aquellas mujeres y a aquellos hombres que, sacrificando aún su vida, han levantado la voz y exigido un sistema de gobierno apegado a normativas que sugieren imparcialidad en las contiendas electorales por parte del gobierno en turno, votación libre y secreta y, en esencia, elecciones libres, periódicas y pacíficas para la renovación de los cargos públicos ejecutivos y legislativos, haciendo una analogía con aquellos que las religiones les considera mártires por haber ofrendado su vida en defensa de sus ideales.
Me llama la atención que en México, donde curiosamente se es muy dado a imponer esos epítetos, y exista un Benemérito de las Américas junto al Siervo de la Nación, al Padre de la Patria, la Décima Musa, el Manco de Celaya, y otros más, no exista un Mártir de la Democracia. A Madero se le ha dado en llamar así de manera espontánea, aunque personalmente siempre he creído que en todo caso debería de reconocérsele como iniciador de un movimiento democrático, más que como mártir.
No nos hemos desprendido de la connotación religiosa del término “mártir”, insisto, como aquella persona que, en defensa de sus creencias o ideales, es acosada, perseguida, torturada, y en casos hasta privada de su libertad o de su vida. Sin embargo, el análisis de todo el contexto que antecede, me permite reflexionar sobre el significado primigenio de la palabra mártir.
Fuentes bibliográficas asocian el término con el griego “martis” o “martiros” que significa “testigo”. Es decir, el arraigo del término hacia lo religioso, se dio en un principio, cuando aquel que profesaba la religión y, queriéndolo o no, evangelizaba, es decir, hablaba desde su experiencia, transmitiendo a su alrededor el testimonio acerca de lo vivido. Ese testigo, en un inicio era un mártir al rendir evidencia de los prodigios del dios hombre.
Es decir, el martirio, no era otra cosa sino muestra viva de la convicción que se poseía de un ideal, de lo que resulta, siguiendo con la reflexión, de que contrario a lo que pensaba, existimos muchos mártires de la democracia, en el mejor de los sentidos del término, de aportar verdad al haber sido testigos de primera mano del acontecimiento democrático.
A poco más de treinta días de que concluya de manera inminente el Proceso Electoral Local 2018-2019 por el que renovamos a las autoridades municipales en el Estado, y en vísperas de iniciar los festejos que culminarán con su vigésimo aniversario, el Instituto Estatal Electoral pretende que aquellas personas que tuvieron una participación dentro del proceso, cualquiera que haya sido su rol, puedan dar testimonio fiel del avance logrado en la materia democrática de la entidad.
Para ello, se está convocando a quienes participaron en el proceso electoral, como candidatas y candidatos, representantes de partido político, candidatos independientes, autoridades electorales, funcionarios de casilla, simpatizantes en campaña, militantes, observadores electorales, votantes, es decir, quienes fueron testigo del trabajo que se realizó durante el proceso electivo, a que escriban un breve mensaje, dando testimonio de su actuar y el de las autoridades, sobre el juego democrático.
No se someten a concurso las aportaciones, es decir, no hay un premio económico de por medio, como tampoco habrá intervenciones mínimas en extensión o calidad. En realidad, lo que se busca es la contribución ciudadana, a partir de la práctica personal de una actividad que involucra miles de voluntades, las mismas que transitan el mismo camino defendiendo un ideal. En el mejor de los sentidos, seamos mártires, testigos presenciales, en tanto contribuyamos con la cultura de la participación.
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