Hay cosas que, por más inexplicables que sean, terminan normalizándose. Casi cualquier país donde apareciera media docena de cuerpos golpeados, mutilados, desmembrados, con una puesta escénica casi diabólica (como sucedió en Uruapan la semana pasada), lo vería como una pesadilla surrealista: signo del fin de los tiempos. En el inicio de la película Sicario (Villeneuve, 2015) una serie de policías norteamericanos cruzan a la frontera a nuestro país y ven los cuerpos colgados en puentes, ahogados en concreto: lo que es jodidamente una constante en México parece una película que sólo Fincher podría retratar. Algo que sólo podría tener lugar en la ficción del thriller.
Estados Unidos de Norteamérica encuentra su extraña normalización en los tiroteos masivos: asesinatos multitudinarios, algunas veces con móviles racistas, xenófobos, mensajes políticos, homofóbicos, algunas veces reivindicados por grupos terroristas y otras por ciudadanos como cualquier otro que un día parecen perder los estribos. La pregunta obligada es si hay algún factor especial en USA que genere esta realidad. Los factores posibles parecen intuirse en tres rubros (o al menos así se ha dado el discurso público): algunos sujetos fuera de sí, con alguna enfermedad mental, la permisión de armas de fuego y el discurso xenófobo y racista que es una sombra prominente en la historia del país del norte. ¿Cómo un país de primer mundo llega a convertirse en un país tan violento, que asiste a masacres sin parangón en estados que no están en guerra? Lo primero interesante que habríamos de revisar es si efectivamente Estados Unidos de Norteamérica es un país de primer mundo. Si restringimos la valoración al aspecto económico parece evidente que pueda pertenecer al club, sin embargo, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) parece ser más justo con lo que mide: no sólo riqueza sino educación y salud, en este ranking USA casi siempre está entre el puesto diez y el veinte; y en ciertas medidas específicas más lejos aún. La riqueza no hace que un país sea en sí mismo un país próspero en todos los sentidos.
Pasando por alto que USA no es necesariamente un país modelo, respondamos a las tres variables más discutidas: respecto a las enfermedades mentales, hace unos días, un grupo de expertos respondió contundente en el New York Times a la reacción del presidente Trump: las enfermedades mentales, no matan, matan las armas. Trump había dicho que las enfermedades mentales y el odio habían jalado el gatillo, y que la matanza era producto de un monstruo de una mente torcida. Adam Lankford, un criminólogo que publicó en 2016 un análisis de 171 países, concluye que de haber una correlación entre enfermedades mentales y los tiroteos, los países que tienen más índice de suicidio, por ejemplo, presentarían más eventos de este tipo. No es así. Parece que la distribución de las enfermedades mentales y su tipología comportamental es normal.
La cantidad de armas parece ser una anomalía clara en el mundo, que puede relacionarse con el atípico comportamiento. Según un estudio de 2007 hubo un momento en que había más armas que personas en USA. Leyó usted bien. Estudios más recientes dicen que sólo hay cerca de 90 por cada cien habitantes. Dato escalofriante: un país que acumula el 5% de la población mundial tiene en su territorio casi el 50% de la reserva mundial. Las armas están fuera de control. Aunque en teoría deberían estar registradas, hay una enorme permisión para comprar armas fuera de todo censo en ferias e incluso en mercados virtuales. El país permite constitucionalmente la portación de armas. Llama la atención que el artículo 10 de nuestra constitución también lo prevé. Convirtiéndonos en uno de los tres países en el mundo que otorga ese derecho desde la constitución. Claramente, por ahora, no es el derecho otorgado de tener armas sino la facilidad para hacerse de ellas y la poca regulación lo que pone a USA a la cabeza en el tema.
Sin embargo, los componentes supremacistas, comunitaristas, nativistas y xenófobos no son menores. Parece ser el mechero que inicia el fuego: el duro comunitarismo norteamericano siempre ha generado xenofobia, racismo y otras formas de odio, pero tener un presidente que busca “regresar la grandeza”, y promete “el muro más grande jamás construido” no ayuda en nada a mitigar el problema. Por el contrario, nos obliga a poner los focos rojos, porque cada vez hay más armas circulando en nuestro país gracias al vecino del norte (lo que genera nuestras propias diabólicas tragedias), y sin duda alguna también una xenofobia latente. Lo único peor que la terrible tragedia que se vivió hace poco de aquel lado, empiece a gestar sus propias réplicas de éste: el discurso nativista de Trump y la presión que está ejerciendo para controlar la migración del sur parecen una receta infalible. Esperemos que no se esté cocinando una forma casi desconocida de la tragedia para nuestro país hasta ahora.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga | TT CIENCIA APLICADA