Para Celia B.
La Historia suele ser una fuente de dos cantos: está la versión oficial, que es el relato de los hechos desde el poder político, en cuyo caso funciona para preservar una cierta narrativa que lo legitima; por otra parte, se desarrolla siempre una mirada desde el contrapoder y la resistencia, silenciada voz o invisibilizado rostro que interpela a esa Historia, y que con ello, pone en situación el discurso en que se sostiene una estructura de dominio. Así, las sociedades cambian cuando se modifica la ideología, y una ideología es fuerte en la medida en que la mayoría de la gente cree la versión del mundo que el poder central suministra. La duda surge cuando aparecen los excluidos, con su propia Historia y sus cuerpos como testimonio de otra vida posible, de otra sabiduría y de otro tiempo, mantenidos a raya por un orden que organiza su olvido. En ese momento, la crítica tiene nombre y apellido, es muscular. Un régimen autoritario reprime esa diferencia obsesivamente, porque la duda mata.
De lo que ocurrió el primero de diciembre hay dos grupos de interpretaciones. Una es la de un nuevo pacto nacional conducido por un PRI moderno, sin presidencialismo y con la capacidad de establecer acuerdos para garantizar la gobernabilidad que permita impulsar las “reformas que urgen al país”. En esta lectura, las protestas que tuvieron lugar en San Lázaro y el Zócalo de la ciudad son actos vandálicos, ejecutados por el brazo desestabilizador de una izquierda maligna que manipula jóvenes zombies, además de algunos grupos anarquistas, cuya sola mención debe convocar la imagen del Apocalipsis de la república. Es así como se induce la idea de que lo que se juega es la continuidad del mundo como lo conocemos, cuya amenaza primordial es un grupo de intratables que danzan en las calles por la muerte de los bancos y las transnacionales, alrededor de una hoguera de cascos policiacos.
Ésta es la versión que proponen los medios de comunicación del duopolio a través de sus presentadores de noticias, cuya consigna es dar cuerpo al malestar de una sociedad con el ejército en las calles. Su método y mensaje son en forma y fondo el discurso del miedo, que es la inspiración ideológica en que se pretende fundar la legitimidad de quien compró la presidencia. La intención es transmitir y promover una sensación colectiva de inquietud y desconfianza, fabricando consentimiento para que la represión, el abuso de poder y la transgresión de garantías sean sacrificados con gusto por un bien mayor: el orden monolítico del mundo.
El segundo bloque propone otra mirada de la realidad. El movimiento #YoSoy132 planeó realizar el primero de diciembre una manifestación pacífica, como las que ha llevado a cabo siempre en función de sus principios. Su método es un arte de la protesta que hace patentes verdades incómodas consignadas a la censura, con performances, pancartas, pegas y pintas, generando además contenidos en sus mesas de trabajo, para dar una plataforma sólida a sus propuestas. Pero además de este movimiento, otras organizaciones sindicales y sociales se dieron cita ese día en San Lázaro, donde se enfrentaron a un muro de protección de doble fila, resguardado por un despliegue policiaco y militar que impedía el acceso al recinto. Los enfrentamientos que tuvieron lugar en las inmediaciones, así como en el Zócalo, Bellas Artes y Reforma, son un episodio dantesco que produce una sensación de semirrealidad cuando vemos las imágenes: tanquetas circulando por las calles como en medio de una guerra, personas derribadas con heridas expuestas, policías y manifestantes con el rostro cubierto corriendo entre el humo, como en pesadillas. El resultado es de una docena de policías con lesiones menores, por un lado. Por el otro, dos personas se encuentran en estado de gravedad por el impacto directo de balas de goma dirigidas hacia la multitud, motivo por el cual también el estudiante Juan Uriel Sandoval perdió un ojo. De una lista original de 106 detenidos durante la manifestación, 14 se encuentran aún privados de la libertad, en espera de la demostración de su inocencia o la corroboración de su participación en hechos que pretenden tipificarse como “perturbación de la paz pública”, de acuerdo al artículo 362 del Código Penal del Distrito Federal, con una pena que va de 5 a 30 años de cárcel sin derecho a fianza. Respecto al Anarquismo como una matriz destructora, habrá que recordar que es una postura política que parte de postulados filosóficos desarrollados por siglos, con variantes distintas, entre ellas, la promoción del humanismo y de una concepción vital de carácter libertario, que se puede expresar incluso en formas de organización como las cooperativas de trabajadores.
En éste, hoy, la batalla más importante se libra en las conciencias. A la convicción le toca rivalizar contra el miedo que desmoviliza, así como al testimonio le corresponde enfrentar una Historia en donde no existe o sólo le espera la condena. En este nudo tejido por situaciones frontera, crisis y contradicciones, sólo nos rescata la afirmación total de lo que somos. ¿Y dónde si no en el conflicto expresamos nuestro espíritu?