Podemos intentar cambiarlo todo, pero aquí no cambia nada. Votamos y sólo cambiamos a quien dirige y la manera de cómo lo hace. El sistema económico preponderante requiere ciudadanos que respeten el orden y sean siempre bien portados; que sean consumidores permanentes, que anhelen vivir pagando los créditos que la banca tiene a bien concederles mientras están atados a la noria del trabajo con cheque quincenal. A veces le es necesario apuntalarse con los malos –con disfraz de delincuentes o narcotraficantes, incluso políticos y magnates de monopolios- y con los violentos –los que utilizan para infiltrar en movimientos sociales-.
Es versátil: inventa un Pacto por México para ordenar a la clase política, que busca nuevos acuerdos, convenios, prebendas y reparticiones, pero deja a un lado los verdaderos cambios, como desmantelar oprobiosos cotos de poder personal disfrazados de sindicatos y monopolios depredadores. En su boletín de la semana pasada, Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo A.C., (http://www.iniciativaciudadana.org.mx/) destaca el hecho de que con la frustrada aprobación de la reforma a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, el Pacto por México resulta inoperante cuando se requiere a los partidos asumir costos políticos que signifiquen avalar cambios de trascendencia.
El sistema socioeconómico y político se fortalece en su carácter autoritario con el mecanismo que ya pensábamos superado del “descontón, periodicazo y cono de silencio” para acallar oposiciones. Pero en los ciudadanos está la responsabilidad de impedir el castigo por mal comportamiento. La magia de las telecomunicaciones trastoca la visión ciudadana con el típico síndrome de Estocolmo, aprobando y justificando al victimario. A esto se suman voluntarios, inocentemente útiles, para dar carpetazo y reiniciar esperanzas sin sustentos firmes. Analistas, periodistas, investigadores que no requieren ser pagados por el régimen, festinan que México hoy es un país con viento en popa que está haciendo su tarea -conforme al nuevo orden mundial- y por ello encara un futuro prometedor.
En suma, nos conminan a ponernos a trabajar, a generar utilidades que para ello los gobiernos anteriores nos han puesto la mesa. A dejar de cuestionar cómo se distribuye la riqueza, por qué nuestros recursos naturales los explotan sin beneficios directos para sus dueños y custodios originales. A olvidar lo que se gastó en dinero, tiempo y vidas en una estúpida guerra contra la narcodelincuencia, por ello fortalecida. A ignorar la recuperación de la economía interna, el fortalecimiento de las empresas locales, volcándonos a satisfacer el apetito de los productores globales. A olvidar que pagando sueldos de miseria encuentran atractivo nuestro país para tener a bien poner aquí su dinero. A olvidar las luchas por nuestros derechos y libertades civiles.
Al sistema socioeconómico y político, le basta nuestra inacción para pensar un mundo distinto. Un mundo donde el trabajo puede ser creativo, no dependiente ni enajenador, donde en cualquier momento, si no es que una máquina te lo quita, te bajan el sueldo para mantener la rentabilidad del contratante. Donde la salud y las finanzas no tienen que estar al servicio de los poderosos. Donde no tengas la angustia de la lucha permanente por conseguir y mantener propiedades que, en el momento en que se dejen de pagar los réditos por el préstamo adquirido para comprarlas, pasan a posesión de los prestamistas.
Si de otro orden se trata, toda la mentira tendría que caer. No es posible pensar que la empresa lejana, los accionistas y propietarios de ella, que no te conocen, te valoren y valoren tu trabajo. Que respondiendo a intereses económicos lejanos y extraños, un gobierno cuide de ti si no les sirves a éstos. Si de un nuevo orden se trata, tendría que ser un orden distinto, que valore la felicidad humana por encima de la productividad monetaria. Que invite, que incite al ser humano a poner su mejor esfuerzo en donde mejor servicio pueda prestar a sus iguales. Donde sepa que su mayor y mejor remuneración viene de quien está más cerca, quien valora su esfuerzo y reconoce su identidad.
Los mexicanos ya demostramos este año que no somos apáticos, fácilmente manipulables o apolíticos. No lo somos, como tampoco lo son los indignados en las calles españolas o griegas. Los movilizados bajo el lema de que somos mayoría, el 99 por ciento, en los países anglosajones. Los estudiantes chilenos y los promotores de tecnologías libres de patentes en todo el mundo.
En México, las movilizaciones juveniles, la elevada participación en las urnas durante el último proceso electoral son muestras de que el México consciente vive. La pasividad relativa que se refleja en algunos estratos y sectores de la sociedad actual no significa la total aceptación de ese nuevo orden que reclama “normalidad democrática” exenta de crítica.
El retorno del priísmo, no tiene por qué ser el retorno del autoritarismo cuando puede ser la oportunidad de transformar la acción ciudadana masiva desde una actitud defensiva a otra abiertamente segura de sí misma construyendo un orden distinto más que un nuevo, renovado orden, de los de antes. La defensa de los derechos civiles y laborales; de la riqueza nacional, es causa de nuestra generación y compromiso con las siguientes.
El momento es propicio para construir ese orden distinto, con renovada ciudadanía que parte del autorreconocimiento como sociedad libre, no dependiente de permiso alguno de la autoridad. No requerimos más de una economía autodestructiva en recursos naturales y condiciones de vida, sino una economía mejor. Ésa que no se gana con silencio, sino con libertad y paz sustentada en el respeto mutuo.
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