Hace una semana fue destituido de su encargo Gonzalo Hernández Licona, quien fuera por años el secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de Política de Desarrollo Social (Coneval). Como el propio Hernández Licona señaló, resulta relativamente normal que los presidentes, ante esa facultad, decidan remover a titulares que no forman parte de su equipo de trabajo (nada nuevo, pues). El problema radica en que no es complicado ver un patrón de conducta en el presidente de la República: que, por lo que fuera, tiene un problema sistemático con los organismos independientes, encargados de generar evaluación crítica, con los “tecnócratas” y con todo lo que fue heredado de administraciones pasadas (independientemente de si está bien o mal).
La remoción no es el fin de la historia: este mismo fin de semana, en un evento en Veracruz, López Obrador preguntó a las y los asistentes quién sabía qué era el Coneval y cuándo los habían visitado. No es tampoco sorpresa que el presidente siga en tono de campaña ni que pretenda hacer de la caricatura de la mano alzada una supuesta práctica de democracia deliberativa. La pregunta del presidente entraña una ignorancia sobre las funciones del Coneval, que no es un organismo para combatir la pobreza de manera directa, sino para evaluar, como su explícito nombre lo dice, la repercusión que las políticas de Desarrollo Social tienen en ésta.
AMLO, también repartió, aprovechando, la misma letanía del neoliberalismo, el status quo, la cuarta transformación y demás, no sólo contra el exsecretario, sino contra el organismo mismo, así como los organismos encargados de la anticorrupción y la transparencia. Sí: nuestro presidente supone que si sigue habiendo corrupción, opacidad y pobreza es culpa de los organismos que en primer lugar nos advierten de su existencia, y no de las malas prácticas y del mal diseño de las políticas que se evalúan y señalan.
Pero no vine a escribir contra el presidente. Voy a apostar por la teoría de que efectivamente Andrés Manuel López Obrador es un estadista impoluto. Que todas sus intenciones son buenas, que no precisamos bajo su virtuoso mandato de organismos que lo controlen o eviten discrecionalidad. No corremos riesgo alguno de que mientras él nos lidere se nos diga que hay menos pobres por efecto de la medición en vez de por virtud de la economía (que, por cierto, recién nos dijeron crecerá en menos del 1%). No debemos temer en lo absoluto el debilitamiento de los organismos que revisan la transparencia, ni que los programas sociales de la 4T operen sin reglas de operación. No debe preocuparnos que la desaparición de programas como Prospera o las estancias infantiles haya sido cambiadas por apoyos directos sin reglas claras ni un padrón nacional de beneficiarios. No hay nada que deba alertarnos de la discrecionalidad con que ahora se manejan los recursos ni de que nuestro presidente desconfíe sistemáticamente de la evidencia que permite la evaluación y la corrección consecuente. Nada de esto debe inquietarnos porque el presidente es honesto. Porque, como dijo en esta ciudad la presidenta de Morena, Andrés Manuel jamás en su vida ha mentido. Sin duda alguna la inmaculada aura del presidente está fuera de discusión. Que la inmensa mayoría de los mexicanos cree en ella es prueba suficiente de su existencia. Que la mayoría crea en sus virtudes son prueba evidentísima de ellas. El pueblo no se equivocó y de eso trata la virtud de la democracia: que la mayoría buena y sabia decida.
Pero dije que partía de esta teoría: el presidente no necesita vigilancia alguna. Pero el presidente se irá en 5 años más (ya hasta firmó innecesariamente un compromiso ante notario) y no veo en el horizonte político ningún cuadro con sus incuestionables virtudes. ¿Cómo podríamos tener tanta suerte de un sucesor o sucesora que derrochara las mismas virtudes que Andrés Manuel? ¿Qué, si por alguna razón, el pueblo que no se equivoca se equivoca y ponemos al mando a alguien con menos virtudes? La importancia de las instituciones radica en que hacen que no dependamos de virtudes. Porque depender de la virtud es peligroso. La única virtud a la que debemos aspirar es a la justicia en el cumplimiento de reglas claras y transparentes. Por menos razones que tengamos para cuidarnos de AMLO tenemos muchas para cuidarnos de nosotras y nosotros mismos. Nos hemos equivocado antes y el presidente debería ser el primero en protegernos de equivocarnos después. Poner todo el poder en las manos de un político es pésima idea porque esas manos habrán de cambiar tarde o temprano.
/aguascalientesplural | @alexvzuniga | TT CIENCIA APLICADA