Alguna vez Paulo Freire escribió que la realidad no era así, sino que la realidad estaba así; y estaba así, no porque ella quisiera, pues ninguna realidad era dueña de sí misma; la realidad estaba así, porque estando así, servía a determinados intereses del poder; y, en consecuencia, nuestra lucha debería ser por cambiar la realidad y no acomodarnos a ella. En otras palabras, Paulo Freire daba a entender que la realidad se construía socialmente, y uno podía conformarse o cambiarla.
La realidad se construye socialmente, pues el ser humano tiene una personalidad construida y edificada por fenómenos de interacción y comprensión de las actuaciones sociales: es decir, la personalidad se aprende y la siembra de las ideas en un ser humano es más sencillo de lo complejo que se dice ser.
La comunicación juega un papel significativo en el proceso de construcción social de la realidad. El ser humano recibe un estímulo, y con ese inicio construye la interpretación de una situación con base en la cual va a actuar. Los padres y primeras relaciones transmiten un determinado discurso que precederá y condicionará la evolución individual; la persona logra así una acumulación de tipificaciones que constituye la propia “subjetividad”, la que define al mundo, pero ello no es sólo producto de un conocimiento individual, ya que se acumulan las subjetividades de los individuos significantes que lo rodean: así construye su realidad, con base en los estímulos recibidos que buscan moldear una realidad acorde a determinados intereses.
El problema es que el discurso o comunicación construye una realidad mediante un proceso socializador que en ocasiones genera seres acríticos y les construye una personalidad para el consenso de determinados intereses. El discurso logra su cometido cuando la mayoría lo considera como el mejor argumento, y los disidentes no pueden refutar su validez ni convencer a la mayoría de lo contrario.
Así, se ha dado el mensaje de que el sistema de justicia penal es para castigar; que todos los señalados son culpables y deben ser encerrados en la cárcel; que el juicio popular social justifique las detenciones de las personas que para la conciencia colectiva ya son culpables y deben ejecutarse. Se ha dado el mensaje que la prisión es la panacea para la solución de los problemas, aunque después de años la sociedad ya no recuerde el caso ni la suerte de los involucrados; siempre se ha culpado al sistema penal y a las leyes de problemas que deben atenderse y resolverse de otra manera.
El empleo de los mecanismos de información para generar una conciencia colectiva de la falta de funcionalidad del sistema de justicia penal, que las leyes protegen a delincuentes y dañan a las víctimas, que personas aún investigadas son culpables de delitos, que no se atiende a los intereses de la venganza social, etc., además de no abonar a la tranquilidad ni resolver las problemáticas, sólo provocará impunidad tanto para el contenido de los procesos de investigación y juzgamiento, al contaminar las pruebas por violación de derechos al difundir información distorsionada, como impunidad frente a las perspectivas sociales, que siguen creyendo que la solución es el castigo sin reservas. Por eso se atribuye la culpa de todos los males apocalípticos al sistema de justicia penal, en lugar de incrementar la atención de la satisfacción de necesidades. Por eso se quiere “cambiar” para seguir igual y poner un parche nuevo en un pantalón viejo.
El sistema de justicia penal tiene una función reactiva, es decir, comienza a trabajar una vez que se comete el delito. Entonces, si el delito se comete, no es culpa del sistema penal, ni de la Fiscalía, ni del Poder Judicial, ni de los Asesores, ni de los Defensores, ya que lo que no funciona es la prevención, que va más allá de la simple represión y vigilancia. La prevención del delito y la disminución de la inseguridad no se lograrán al meter a la cárcel a cualquiera que se considere “presunto culpable”, pues el sistema penal no es quien provoca las injusticias sociales.
La finalidad esencial del sistema penal es resolver el conflicto que se genera a partir de la comisión de un delito; y su forma de solución principal es apoyando a la víctima en su reparación del daño integral, y que indirectamente el imputado tome conciencia del mal que realizó para que lo repare y trate de reinsertarse socialmente. Si creemos que el sistema penal sólo funcionará cuando se ahorre tiempo, dinero y esfuerzo, para que en automático todos los “autores” de “delitos” sean encerrados de inmediato, le estamos atribuyendo funciones de sastre remendador a un ingeniero constructor.
Para entender lo que pasa en un ámbito delictivo se requiere fraternidad y humanismo, y dejar a un lado el egoísmo: hay que ponernos en el lugar de todos aquellos que se ven involucrados en esas acciones, y verificar si tenían opciones por la satisfacción previa de su dignidad y desarrollo de vida. La realidad debemos cambiarla para lograr equidad y equilibrio en los individuos, mediante un acuerdo basado en argumentos racionales, que busquen conjuntamente su bienestar, desarrollo y la satisfacción de sus necesidades como ser humano. La realidad actual es resultado de procesos sociales de definición, no de algo previamente existente, sino construida socialmente. Entonces, ¿cambiamos esa realidad, o nos acomodarnos a ella?…