Uno de los países con menos dinámica económica social que existe es Estados Unidos. Esto quiere decir que los individuos nacidos allí en una clase social determinada, minoritariamente, raramente, ascenderán al siguiente estrato social, contrariamente a lo que yo pensaba. Porque cuando uno piensa en nuestro vecino del Norte, surge el slogan con que por generaciones nos han bombardeado acerca de que Estados Unidos es “la tierra de las oportunidades”. Su publicidad nacional versa sobre el rezo de que si uno trabaja duro en ese país, encontrará la riqueza como recompensa al esfuerzo. Sí, algunos individuos lo harán y mejorarán sus condiciones económicas, pero serán garbanzos de a libra. Sólo el 7 por ciento de su población logra este éxito financiero. Ergo, el 93 por ciento restantes, vivirá su vida en la misma clase social en que nació. Las razones de esto tienen origen en el statu quo.
Los americanos que detentan el poder económico usan su influencia, su dinero y todos los medios a su alcance, para seguir promoviendo condiciones que mantengan su posición y sus ingresos. Para ello, cabildean a sus congresistas presionándolos para que voten aquellas leyes y regulaciones que estén a su favor y conveniencia. ¿Cómo los presionan? De un modo muy sencillo. Les dan dinero para que aprueben o rechacen las leyes según sus propios intereses. Los grandes capitales contactan a los congresistas americanos y les dan regalos y donativos con este propósito. Parte de este mal proviene del costo elevadísimo de sus campañas políticas, lo que produce que los representantes estadounidenses del gobierno se la pasen, todo el tiempo, pidiendo dinero a los contribuyentes pudientes. Uno pensaría que esto sucede sólo en los tiempos de elecciones, pero no. El costo de las campañas es tan grande, que la petición de dinero es una constante todo el tiempo. Las personas adineradas usan esta falla del sistema político americano en su favor, y proveen de recursos económicos a los políticos. Recursos que se traducen en condiciones favorables a ellos. Lo hacen a través del cabildeo, como ya mencioné, y a esto se llama hacer lobbying. Disfrazado este cohecho bajo el amparo de la legalidad, los cabilderos, dicho elegantemente, tienen la facultad de “informar para influir”. En teoría, los cabilderos, tienen el derecho de contactar a los congresistas para dar su opinión al respecto de las leyes que rigen al país, con el objeto de incidir en el resultado de las legislaciones a su favor.
En la práctica, esta función de lobbying prácticamente compra el voto de los legisladores a través de donaciones a los partidos políticos y a asociaciones de aparente carácter social sin afán de lucro. Claro que está legislada la prohibición de darles dinero directamente a los legisladores, por eso, la mayoría de ellos, pertenecen o han fundado estas asociaciones civiles que son las receptoras del “dinero de influencia”. Los ricos aseguran para sí y para sus empresas, las condiciones favorables y benéficas que sigan estimulando sus negocios, creando un círculo permanente de riqueza. El capital de los multimillonarios les garantiza seguir manteniendo su estado económico en detrimento de la política social que debería buscar el bienestar de la mayoría de la población. Para poner un ejemplo de este cabildeo, en Estados Unidos, los ingresos multimillonarios por intereses están tasados al 15 por ciento, mientras que la persona con un pequeño negocio paga tasas del 28 por ciento hasta el 35 por ciento de sus ingresos. El lobbying en Estados Unidos, se cree, que transfiere dinero a los legisladores y partidos políticos por un monto aproximado de unos 4 mil millones de dólares cada cuatro años. Pero esto no sucede sólo en Estados Unidos, sino en muchos países del mundo. Inglaterra, Escocia, Canadá, Costa Rica, Chile, Colombia, Argentina y, por supuesto nuestro país.
Porque lo mismo pasa en nuestro país: los ricos y poderosos influyen con sus capitales para que tal o cuál ley se apruebe o se rechace. Lo acabamos de ver en la cámara de Senadores cuando el senador panista Ernesto Cordero, quien preside la Mesa Directiva del Senado, organizó un sabotaje para evitar votar una ley reduciendo el quórum para que no se pudiera pasar la ley. Porque hay que conceder que en México, los intereses de nuestros representantes están por encima de los nuestros. Así, mientras los señores Senadores juegan sus juegos de poderes e intereses, las legislaciones que verdaderamente podrían ayudar a hacer de éste un mejor país, nunca se votarán. Se legislará sólo aquello que les convenga a los grupos y partidos políticos y a los multimillonarios. De esta manera, como en Estados Unidos y en la mayor parte del mundo acaece, el statu quo se sostiene a costa de la población y de los gobernados. Los ricos seguirán siendo ricos, y los poderosos seguirán detentando el poder entre ellos. ¿Nuestros representantes? No, estos caballeros no son nuestros representantes, pues nunca buscan nuestro bienestar sino el de ellos mismos y del bienestar de quienes les pagan para cuidar sus intereses. ¿Cuántos diputados y cuántos senadores están verdaderamente comprometidos a la búsqueda del bien común? Por ejemplo, ¿cuándo será el día en que se vote la obligatoria transparencia de los Sindicatos? ¿Por qué no se aprueba está ley completa? Simple: el cabildeo que llena los bolsillos de los partidos políticos y de los representantes es más poderoso que el sentido del deber de nuestros legisladores.