Migrantes, instrumento electoral/ Cátedra - LJA Aguascalientes
24/11/2024

El fenómeno migratorio. No es nuevo ni exclusivo de nuestra región. Ha existido siempre y en todo el mundo, pero se empieza a ver como un problema cuando aparece el concepto de propiedad de la tierra, las cercas, las fronteras y las guerras de conquista y se agudiza cuando los pueblos sometidos por los imperios, cuyas grandes metrópolis deslumbran por las riquezas que han acumulado, producto de la explotación de los recursos de sus colonias controladas por testaferros, algunos de cuyos habitantes, atraídos por el brillo del oro como el insecto a la llama, deciden sumarse a los viajeros que van a ofrecerse como esclavos en la creencia de que sus hijos van a poder disfrutar de alguna pequeña parte de la abundancia que los alucina. Ejemplos de estos son Menfis, Babilonia, Atenas, Tiahuanaco, Roma, Pekín, Delhi, Tenochtitlan, Cuzco, París, Londres, Nueva York, etc.

Los imperios en ascenso suelen tener gobernantes fuertes, inteligentes y hasta sabios, pero también suelen tener lacras, sobre todo en su decadencia, que dejan en su historia un registro aciago.

Presidente ofensivo. Es bien sabido que el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, multimillonario que por su formación privada, escasa en conocimientos teóricos y experiencia en la práctica política, hasta entonces limitada a aportar dinero para ambos partidos en busca de privilegios, maneja el gobierno de su país como si fuera una de las multimillonarias empresas de su propiedad. 

Pero también es bien conocida la forma despectiva y hasta majadera que por su escasa formación ética y su limitado dominio del lenguaje se expresa en relación con las naciones de donde proceden los migrantes que entran por la frontera sur de México y cruzan penosamente la enorme distancia que hay hasta la frontera norte, para tratar de ingresar a lo que consideran, ilusamente, una especie de tierra prometida. 

Migración, tema central de campaña. Ese lenguaje ofensivo no lo utiliza Trump solo por su vulgaridad, sino también con el propósito concreto de manipular el fanatismo, el racismo y la xenofobia (temor, aversión y hasta odio a los extranjeros) de los sectores más ignorantes, reaccionarios y violentos de su país, para hacerles creer que él es capaz de rescatar su imperio de la inevitable decadencia en que cayó desde que desapareció el espantajo del “comunismo” con que tenía atemorizado al “mundo libre”, porque los nuevos espantajos con que quiso sustituirlo (terrorismo, narcotráfico, etc.) no han funcionado con tanta eficacia. 

La idea de “hacer de nuevo grande a Estados Unidos” no es del entonces candidato Trump, sino de un poderoso grupo del fundamentalismo imperialista que participó en el planteamiento de un movimiento llamado “Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense” fundado en 1997 para asegurarse de que el único imperio dominante en el siglo XXI fuera el de Estados Unidos; en dicho proyecto participaron Jeb Bush, John Bolton, Dick Cheney y otros que, siendo ahora asesores de Trump, lo incluyeron en su programa de campaña. 

Esta idea es, desde luego, inoperante; en las dos primeras décadas son tan evidentes los síntomas de la involución imperial que, reconociéndolo sus propios súbditos, le están aplicando terapias intensivas para tratar de dejarlo “como antes”.

Pero resulta que el presidente Trump, a quien le tocó hacer la tarea, es una persona incapaz de buscar una solución como la que encontró la Gran Bretaña cuando, al perder el título de imperio que heredó precisamente Estados Unidos (su retoño en el Continente Americano) en lugar de pretender retenerlo reconoció la pérdida mediante la alternativa de otorgarles la libertad a sus colonias y proponerles constituir la Commonwealth of Nations (Mancomunidad de Naciones) en igualdad de condiciones, que aceptaron gustosas. Una solución con dignidad que le ha dado buen resultado.

El presidente Trump, en cambio, buscó un pretexto que le ayudara a recuperar la salud del enfermo por la vía de la represión cuando lo que necesita es reconocer su estado y buscar una solución racional que le ayude a encontrar tranquilidad y paz, que no es poca cosa. 


Tradicionalmente, el pueblo de los Estados Unidos ha reconocido que surgió de la mezcla de inmigrantes procedentes de todo el mundo; si ahora se invierte el discurso alegando que la solución de todos los males que está padeciendo su nación consiste en buscar culpables como la influencia nefasta de los migrantes que ingresan por su frontera sur, a cuyos países de origen lanza sin pensar los más majaderos exabruptos, el presidente Trump está renegando del cobijo que le dio esa nación a su propia familia cuando más apoyo y protección necesitaba, pues no es creíble que hubiesen huido de su tierra natal por gusto. 

Pero si es capaz de negar su propio origen y no lo es de reconocer que el fenómeno de la migración seguirá existiendo aunque encierre todo su territorio en un corralito, aunque tenga la batalla perdida no cejará en su empeño. 

En todo caso, lo que a nosotros toca es defender nuestra autodeterminación soberana no con amenazas ni insultos viscerales, sino con argumentos basados en el derecho de gentes. Así pues, hagamos un breve resumen de los hechos más representativos para demostrarle, tanto a él como a los escasos conciudadanos que lo apoyan -porque quedó ampliamente demostrado el día de su toma de protesta que la mayoría de su pueblo no lo respalda- que ese camino los conduce a su propia ruina a la que nosotros no contribuiremos porque el nuestro no contempla la violencia. 

Los ejemplos sobran, pero nos limitaremos a los más representativos. Empecemos por decir que los mexicanos somos partícipes involuntarios de este problema tal vez porque somos los que con más migrantes hemos nutrido a su país desde el siglo XIX y que le ha convenido recibir porque representan la fuerza de trabajo con que atiende las tareas que los hombres blancos no quieren realizar (“ni los negros”, como decía el entonces presidente Fox).

Parece ser que por esa causa escogió a México como el espantajo que le sirviera para ganar la elección, con el apoyo del sector racista del electorado. Veamos:

16 de junio 2015. Desde su primera aparición como político, al iniciar su campaña para conquistar su nominación como candidato del Partido Republicano, Trump dijo para empezar: México no es nuestro amigo; Están enviando gente que tiene muchos problemas, nos están enviando sus problemas, traen drogas, son violadores…” y prometió construir un muro que cree que México pagará, no se sabe de qué manera.

31 de Agosto 2016. Después de todo el año de precandidato primero y de candidato presidencial después, con tantas agresiones a México y los migrantes, la campaña de Trump iba perdiendo puntos contra la candidata Hillary Clinton, del Partido Demócrata. 

Típica maniobra imperial. Entonces su coordinador de la campaña, seguramente en combinación con y el yerno de Trump que tenía muy buenas relaciones con el entonces Secretario de Hacienda Luis Videgaray, a quien le encomendaron la tarea de convencer al manipulable presidente Peña Nieto de intervenir indebidamente en el proceso electoral de Estados Unidos invitando a los dos contendientes a entrevistarse con él en México. El “arreglo” se realizó a espaldas de la secretaria de Relaciones Exteriores, quien se enteró del acontecimiento por los medios de información cuando ella se encontraba fuera de la ciudad. 

Lógicamente la candidata Clinton no aceptó, pero Trump aprovechó muy bien la oportunidad de demostrar que a pesar de no tener experiencia política ni diplomática podría ser un buen jefe de estado capaz de afrontar problemas internacionales, estableciendo el único compromiso de no deportar a millones de migrantes como lo había prometido, para mejorar su posición en la opinión latina; pero sosteniendo la construcción del muro y la exigencia al gobierno de México de prohibir la entrada a su territorio de los migrantes centroamericanos. El lastimero presidente mexicano aguantó todo.

Naturalmente, el país entero reprobó la ingenua actuación del presidente que recibía con los brazos abiertos al vociferante candidato republicano que no se cansaba de insultar a México y a los mexicanos.

Uno de los que aprovecharon la oportunidad para ridiculizar al presidente Peña fue el dirigente del partido “Morena”, Andrés Manuel López Obrador, quien manifestó por twiter: “EPN (Enrique Peña Nieto) está convertido, hasta por sus otroras apoyadores, en el payaso de las cachetadas”.

Peña Nieto convierte en presidente a Trump. Pero el daño estaba hecho. La hábil maniobra había conseguido mejorar la posición de Trump en la contienda gracias al funcionario mexicano a las órdenes del imperio y al instrumento dócil que era Peña Nieto, quien sin querer convirtió en presidente de Estados Unidos al que, como decía López Obrador, lo cacheteaba.

La estupidez y la traición. Solo cinco días después apareció un fuerte artículo periodístico firmado por Jesús Silva Herzog, en el que entre otras cosas dice: 

“…no creo que pueda encontrarse, en la larga historia de la política mexicana, una decisión más estúpida que la invitación que el presidente Peña Nieto hizo a Donald Trump…[…]Lo que caracteriza a un estúpido es su capacidad para provocar daño a otros, provocándoselo simultáneamente a sí mismo. Ser estúpido es dañar a otros sin ganar con ello ningún beneficio. Perjudicar al mundo sin que nadie saque de ello provecho. Por eso aseguraba el economista italiano [Carlo M. Cipolla] que era mucho más nocivo un estúpido que un malvado”, “…¿en qué diablos estaba pensando el presidente mexicano al prestarle al peor enemigo de su país la casa presidencial para beneficio de su campaña?”, “…el presidente mexicano ha terminado siendo un ridículo instrumento al servicio de nuestro más detestable enemigo. La mayor amenaza que México ha tenido en décadas, encontró en Enrique Peña Nieto, a un utilísimo promotor”. “Enrique Peña Nieto sometió a la presidencia mexicana a una humillación de la que no tenemos memoria”, “el país se siente traicionado por su presidente”.

No sé si la aparición de este artículo tuvo algo que ver con la renuncia de Luis Videgaray -dos días después- a la Secretaría de Hacienda, solo para reaparecer investido como secretario de Relaciones Exteriores tres meses más tarde, ya que la titular seguramente renunció a su vez seguramente porque también se sintió traicionada.

Los malvados también hacen daño. Es decir que al final de cuentas el manipulador del episodio anterior salió ganando… y el imperio también, porque a partir de entonces la política exterior de México quedó totalmente en manos del Departamento de Estado de Estados Unidos, lo que vimos fehacientemente cuando Videgaray se lanzó abiertamente -en franca violación de los principios de la Política Internacional de México- a intervenir en los asuntos internos de Venezuela para intentar poner en manos del imperio su petróleo, pero esta vez falló. (Continuará).

 

Por la unidad en la diversidad

Aguascalientes, México, América Latina

[email protected]

 

Nota: Este artículo es continuación de los publicados los viernes 7 (“Carta abierta al Presidente”), 14 (“¿Cuál dignidad?”) y 28 de junio (“Migración y autocrítica”). 

 


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