Dusambé, Tayikistán, 15 de junio de 2019. El presidente Vladimir Putin, muestra, como si fuera un preciado tesoro, a su anfitrión, el mandatario chino Xi Jinping, una caja que contiene sus helados rusos favoritos. El eslavo dice: “¡Feliz Cumpleaños, mis mejores deseos! Estoy deleitado de tener un amigo como tú”. El líder chino, visiblemente conmovido, voltea hacia Putin y afirma: “Usted disfruta de una gran autoridad en los corazones del pueblo chino”.
Luego, ambos paladines brindan a la salud de sus respectivos pueblos. Putin, sin embargo, es el más efusivo: “Nuestro equipo entero, e incluso puedo decir que nuestra nación entera, le desea todo lo mejor en el mundo porque usted ha hecho mucho por el desarrollo de las relaciones entre nuestros dos países”.
Las escenas arriba descritas sirven como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar la historia de las relaciones sino-rusas y por qué las recientes demostraciones de esta sociedad han movido las placas tectónicas de la geopolítica mundial.
La relación sino-rusa nace en medio de la lucha entre asiáticos y europeos: en el invierno de 1237, el líder mongol Batú Kan, nieto del mítico Gengis Kan, invadió Rusia con su Horda de Oro. En los dos años siguientes, los principados rusos cayeron ante el embate de los asiáticos. Durante los siguientes 250 años, la Horda de Oro impuso su ley en Rusia. Fue hasta 1480 que los rusos consiguieron expulsar a los mongoles de su tierra. La influencia asiática en las costumbres rusas, especialmente en su sistema político, fue tan profunda que el poeta Aleksandr Pushkin afirmó: “los mongoles eran árabes sin álgebra y sin Aristóteles”.
El empuje ruso hacia el Océano Pacífico lo llevó a enfrentarse a los chinos. Durante los siglos XVIII, XIX y principios del siglo XX, los imperios chino y ruso colisionaron en repetidas ocasiones. Sin embargo, el triunfo de la Revolución Rusa de 1917 alteraría las relaciones entre los dos colosos.
En la primavera de 1919, la intelectualidad china se sintió atraída por la ideología de Vladimir Lenin. El líder bolchevique correspondió enviando a Gregory Voitinsky, quien fundó, en julio de 1921, al Partido Comunista de China. Durante los siguientes tres lustros, la Rusia soviética alternó su apoyo entre sus acólitos marxistas y el generalísimo Chiang Kai-Shek, jefe de los nacionalistas.
En julio de 1937, el Japón imperial invadió China. Este incidente marcó el inicio de la Segunda Guerra sino-japonesa y alteró el equilibrio del poder en el este de Asia. Para el líder soviético, Iósif Stalin, la invasión de China por parte del Japón redujo la amenaza al Extremo Oriente soviético. Entonces, la República de China y la Unión Soviética firmaron un pacto de no agresión. Inmediatamente, Stalin ordenó el comienzo de la Operación Zet. Es decir, la expedición de asesores y técnicos soviéticos para que tripularan cazas y bombarderos; y el otorgamiento de un préstamo por 200 millones de dólares. Por último, la Rusia soviética combatió y venció a los japoneses en choques fronterizos.
Stalin evitó, gracias a las victorias sobre Japón, combatir, una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial, en dos frentes. En febrero de 1945, Stalin cobró, a los estadounidenses, su participación en la victoria sobre la Alemania nazi: las Islas Kuriles, Sajalin, Mongolia Exterior y Manchuria pasarían a manos soviéticas. Asimismo, Stalin confirmó a los angloamericanos que la Unión Soviética entraría a la guerra del Pacífico dos o tres meses después de la derrota de Alemania. Más todavía, los soviéticos utilizaron el tiempo para crear las condiciones necesarias para asegurar la victoria de su aliado comunista chino, Mao Tse-Tung.
En octubre de 1949, Mao Tse-Tung proclamó, después de vencer al generalísimo Chiang Kai-Shek, la República Popular de China. Inmediatamente, el líder norcoreano, Kim Il Sung, quien “estaba excitado ahora que China había completado su liberación”, viajó a Moscú para solicitar el permiso de Stalin para invadir Corea del Sur.
El vozhd – “jefe” en ruso- rechazó la petición de Kim, pero el autócrata norcoreano fue tan persistente que convenció tanto a Stalin como a Mao porque los intereses de ambos líderes convergían: el soviético deseaba empantanar a los estadounidenses en una guerra en Asia; el asiático, por su parte, ofreció que los chinos combatirían por Stalin a los norteamericanos a cambio de equipo y tecnología soviética.
Entre 1950 y 1953, los norcoreanos y los “voluntarios” chinos se enfrentaron en la península coreana contra los estadounidenses. La guerra terminó en un empate, pero el vozhd había logrado su objetivo pues “la guerra en Corea ha mostrado la debilidad estadounidense. Ellos quieren subyugar al mundo y no pueden subyugar a la pequeña Corea”.
Sin embargo, los intereses de China y Rusia divergieron: en septiembre de 1963, Mao criticó el liderazgo de Nikita Jruschov. Luego, en el otoño de 1964, China logró detonar su primera bomba atómica. Igualmente, Mao atacó a los soviéticos, a quienes tildó de “revisionistas” e “imperialistas”.
La tensión entre los dos titanes se desbocó cuando, en marzo de 1969, ocurrieron enfrentamientos fronterizos. Ambos bandos se declararon vencedores. Pero la realidad es que los soviéticos aniquilaron a los chinos. El cisma entre los colosos comunistas fue aprovechado por el entonces mandatario estadounidense, Richard Nixon, y su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, quienes urdieron un plan para lograr la apertura con China. Este evento cambiaría el destino de China, las relaciones sino-soviéticas, las relaciones sino-estadounidenses y alteraría el destino de la Guerra Fría.
En tiempos más recientes, Donald Trump ha declarado la guerra comercial a China y le disputa el mar de la China meridional. Asimismo, ha intensificado las sanciones económicas impuestas por Barack Obama a Rusia por la anexión de Crimea, la guerra civil en Ucrania, la intervención en Siria y el apoyo a Nicolás Maduro de Venezuela.
El escribano concluye que, a pesar de su rivalidad añeja, China y Rusia forman la doble hélice de la geopolítica mundial porque han acordado que la Nueva Ruta de la Seda sea la base de la integración euroasiática y desean convencer a otras naciones de dejar de utilizar el dólar estadounidense como la moneda de reserva mundial. Estas dos acciones significan que el momento unipolar estadounidense ha muerto.
Aide-Mémoire. El crótalo neoyorquino, Donald Trump, anunciará su plan para buscar la reelección en el año 2020.