En la era de la postverdad debe por supuesto preocuparnos el descarado uso de fake news, información no errónea sino mentirosa, y en este sentido es importante que como espectadores o consumidores de información nos hagamos de un criterio robusto, inquisidor y acostumbremos a cotejar los datos que obtenemos. Me parece, sin embargo, que no es lo mismo la información falsa a la opinión sesgada o tendenciosa, incluso dicho así, como contraparte de lo que considero es un ideal imposible: “la opinión objetiva” de las cosas. Conocido es para cualquiera interesado por la vida política de los Estados Unidos de Norteamérica que, por ejemplo, cuando uno ve opiniones en Fox News no puede sino esperar una marcada tendencia hacia la derecha y el conservadurismo. ¿Es esto pernicioso per se? Yo no lo creo. En general pasamos buena parte de nuestra vida buscando contenidos que reflejen nuestros propios valores. Claramente debemos distinguir la información falsa de la opinión sesgada.
Ya en otras ocasiones he escrito sobre el algoritmo de la internet que, en general, en el intento de “personalizar” nuestra experiencia (es decir, darnos contenido que nos parezca atractivo, que refleje nuestros propios valores) genera una estructuración de pensamiento que simplemente lo empobrece: los servicios de música terminarán recomendándonos géneros que ya conocemos, grupos que se parecen a los que ya consumimos; pasará lo mismo con los servicios de video, y cuando busquemos información política en la red según nuestros hábitos de lectura o consumo de datos en general, los resultados que se nos lancen serán distintos a una persona con hábitos diferentes.
Este algoritmo debe distinguirse de la forma tradicional de obtener información: medios impresos, televisión y radio. Ahí “el algoritmo” opera de manera consciente: un mexicano con una mayor tendencia a cuestionar al “régimen” (digamos por el momento y para simplificar) seguramente elija consumir productor informativos de Carmen Aristegui o Julio Astillero, mientras que la contraparte preferiría a López Dóriga o Gómez Leyva. La objetividad informativa sólo puede darse en los datos duros y aún así requiere de nuestra capacidad analítica: “millones de personas carecen de agua en México” es una contraparte de “la cobertura del agua potable en nuestro país supera el 90%” y ambas son verdaderas. Recuerdo un chiste acerca de cómo en una carrera donde participaban un corredor ruso y un norteamericano, los rusos -que habían ganado- publican “corredor norteamericano cruza la meta en último lugar, nuestro compatriota en primero”, mientras los estadounidenses leían “en competencia, corredor norteamericano llega en segundo lugar; los rusos en penúltimo”. Esta exageración nos permite ver cómo incluso los datos verdaderos pueden seguir siendo tendenciosos. Porque la importancia de la verdad también radica en el contexto. Aquí la clave es saber que solamente había dos competidores en la carrera. En el ejemplo anterior, saber qué tanto es un fracaso o un éxito acorde a las prácticas internacionales tener una cobertura de agua potable superior al 90%.
Escribo todo esto porque en estos días el presidente López Obrador filtró una lista de los medios que recibían pago federal durante el sexenio de Peña Nieto: la intención del presidente me parece clara y perniciosa: desacreditar a los que él suele considerar sus contrincantes. La lista sólo presenta un pequeño porcentaje de los periodistas que recibían dinero federal. Ahora bien, a mí me parece lícito que cualquier medio acepte dinero (siempre y cuando se transparente) a cambio de ofrecer espacios informativos. Es más, creo que no podemos poner como límite de nuestra preciada libertad el derecho incluso a vender la opinión. Un público juiciosos probablemente prefiera consumir un medio que puede vender espacios pero no criterio y sin embargo lo único que obtiene en general es una línea editorial con alguna tendencia sin que medie un pago en ella o para que esta tendencia se produzca. Sin embargo los medios con líneas editoriales que cobraron recurso hacen lo mismo que los que no: poner contenidos informativos a voluntad.
He sugerido en otras ocasiones que en todo caso podríamos exigir que todo contenido pagado se transparentara con una leyenda. Los medios impresos lo hacen con la advertencia de “publirreportaje” cuando una figura pública o empresa pagan espacios en la revista que parecen contenidos orgánicos. Intentar desacreditar a los medios es una forma más de polarización. Es labor nuestra cotejar la información que obtenemos, buscar la riqueza contextual y mucho más. Pero lo que más me molesta es la hipocresía: se señala a López Dóriga porque es un periodista del régimen neoliberal, pero hoy es Villamil quien ocupa un cargo en el equipo de trabajo del presidente López Obrador. Y el programa de Ackerman y Berman o la cosa esa de Hernán Gómez son tan tendenciosos como televisa. Hay quien dirá que unos cobran más que otros. Pero entonces el debate está en otra parte. Hay quien dirá que ellos lo hacen por convicción. Pero eso sólo señala que también se puede hacer propaganda sin cobrar. En todo caso discutimos valores. Y seguramente aplaudiremos esos valores o nos parecerán indiferentes según donde estemos parados. Ojalá tarde o temprano sepamos, por cierto, cuánto dinero se invirtió en ese brazo propagandístico y claramente golpeador de la que fuera oposición y hoy es recién, llamado “desde la izquierda”.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga | TT Ciencia Aplicada