Felipe Calderón Hinojosa, con motivo de su Tercer Informe de Gobierno, convocó a la nación a un cambio de fondo, cuyo contenido fue compilado en un programa que definió como un Decálogo de Reformas. El orden de su enunciado contiene implícita, sin lugar a dudas, una jerarquía de valores y por tanto de políticas de Estado a instrumentar. Y es aquí donde me parecía que era interesante ensayar interpretar el orden objetivo y los pesos relativos que dichas áreas de reforma guardaban unas con respecto a las otras, (entre paréntesis indico el número original de orden preestablecido y a continuación inscribo su jerarquía relativa), de lo que desde mi punto de vista, resulta lo siguiente:
Podemos formar dos ejes que se cruzan perpendicularmente. A) Eje vertical: (4) Primera. Reforma profunda a las finanzas públicas. Política Fiscal. (5) Segunda. Reforma económica de fondo. Políticas Económicas de Estado. (10) Tercera. Reforma Política de Fondo. Sistema Político de equilibrio entre los Tres Poderes y supremacía de la vida democrática. (8) Cuarta. Reforma regulatoria de fondo. Políticas reglamentarias de la Administración Pública, “base Cero”, menos “estado” y más vida ciudadana. (6) Quinta. Reforma Laboral. Incremento a la Productividad. Redefinición del corporativismo de Estado.
B) Eje horizontal: (1) Sexta. Programa que “blinde” recursos para abatir la pobreza extrema. Política Social de rescate a población marginal y más vulnerable. (2) Séptima. Salud. Alcanzar la cobertura universal. Calidad de vida. (3) Octava. Educación de calidad. Empoderar a la población como ciudadanos competitivos del mundo en la era global. (9) Novena. Lucha frontal contra el crimen organizado. Reasunción de la seguridad pública y de la paz ciudadana. (6) Décima. Reforma al sector telecomunicaciones. Aplicación y desarrollo de tecnologías de punta, e inserción de México en la comunicación mundial, digital.
Esta cruz o “rosa de los vientos” es indicativa de la orientación que podríamos asumir como Nación, es decir, ceder nuestro afán egocéntrico –y de “etnias” o tribus cerradas- en aras de participar más como ciudadanos demócratas, por convicción. En aquel momento de su publicación, yo comentaba que de no hacerlo así, caeríamos de manera rampante en “el marasmo de intereses” creados, que ya nos tenían sumido en un estancamiento imbécil, del que sólo sacan provecho avispados líderes sindicales –subráyese magisterio y otros del mismo jaez-, una corruptísima e incapaz clase política –en fase narcisista, metrosexual y monetarista- para alcanzar consensos cruciales a la hora verdadera de la profunda crisis económica que hoy vivimos, y cúpulas de partidos políticos que ya estaban cómodamente instalados como fuerzas hegemónicas que definen por exclusión las posibilidades de desarrollo del pueblo mexicano total.
A la fecha del término de su Administración, ensayando una somera evaluación de aquel anteproyecto de reformas, podemos inducir una evaluación de resultados, cuya cuantificación y calificación deja pocas dudas de los logros alcanzados. Desde mi muy personal punto de vista y, por lo tanto invito a que usted querido lector emita el suyo, las asignaturas que merecen aprobación quedarían como sigue:
En primer lugar, el Decálogo Presidencial Calderonista de refomas, como en el clásico y prototípico decálogo universal, se resume en Dos:
Uno. La reforma (9) Novena. Lucha frontal contra el crimen organizado. Reasunción de la seguridad pública y de la paz ciudadana. Dos. La reforma (2) Séptima. Salud. Alcanzar la cobertura universal. Calidad de vida. Ambas ubicadas en el eje horizontal.
Y a las que podemos añadir un Addendum: La reforma (5) Segunda. Reforma económica de fondo. Políticas Económicas de Estado. La que corresponde al eje vertical. Y que viene a reportar un equilibrio inestable de esta imaginaria cruz de los vientos. Del resto, pues ni hablar; queda a su recta consideración incluir algún otro rubro si le parece plausible.
Lo cierto es que, refirmo mi analogía nahuatlaca respecto de la personalidad de nuestro, hoy, ex Presidente de la República, que cifro de la manera siguiente: Felipe Calderón Hinojosa es imagen y semejanza de aquel encumbrado mexica Tlacaelel, “hijo de Huitzilihuitl y hermano de Moctezuma Ilhuicamina, recibió el título de Cihuacóatl (sacerdote supremo de la mujer serpiente) consejero supremo del rey, y se aplicó a una reforma completa de la sociedad, toda vez que mediante sus gestiones logró la unión de Tenochtitlan, Tacuba y Texcoco de la que nace la Triple Alianza. Una nueva fuerza, dirigida por Itzcoatl, Tlacaelel con su hermano Moctezuma, a la que se suma el príncipe Nezahualcoyotl de Texcoco. Al final, inflingió grandes derrotas a los tepanecas, hasta la caída de Azcapotzalco en 1428. A la muerte de Itzcoatl, en 1440, Moctezuma Ilhuicamina fue elegido quinto Tlatoani de los Aztecas. Pero, el gran poder tras el trono correspondió a su hermano Tlacaelel, con el cual nació la visión mística guerrera del pueblo azteca que se consideró la nación elegida del sol. Consolidó el poder azteca bajo una reforma ideológica. Hizo quemar los viejos códigos de los pueblos vencidos para reemplazarlos por aquellos de los Mexicas. Los libros de historia iban a volverse instrumentos de dominación. Los viejos dioses tribales fueron conservados pero los aztecas ubicaron en primer rango sus divinidades más destacadas: Huitzilopochtli y su madre Coatlicue, la diosa de la Tierra” (Fuente: Tlacaelel: El Azteca entre los Aztecas, Velasco Piña, Antonio).
Un paralelismo que propuse para referirme a señaladas ceremonias litúrgicas que, en coyunturas políticas de importancia, encabezó el Presidente Felipe Calderón Hinojosa, cuyo sino misterioso fue determinado aquel: “si no es el mejor, sí es el más idóneo”.
Ayer, a las 24 horas, concluyó su función pública presidencial. Y, para no variar aquel “haiga sido como haiga sido”, nos embarcó en un mar embravecido por el que surcamos el sexenio, del que sólo es posible remontarlo mediante la recuperación cierta y convencida de dos cosas: primera, ética civil o ciudadana que hace exigible y practicables los consensos necesarios; segunda, demandar con vehemencia el retorno a la dignidad de la Política –con mayúsculas- y del ejercicio de la vida pública. Entre más incentivemos el empoderamiento de cada vecino y conciudadano, más garantías pondremos en fundar una plataforma de crecimiento y dignificación de todos. Dos principios que, hoy, podemos hacer exigibles a la nueva Administración que comienza con el nuevo… “¿Tlatoani? Quien ojalá nos conduzca por vientos y mares viables y practicables.