La mayoría de los monumentos funerarios que se observan en los antiguos panteones de Aguascalientes, La Cruz y Los Ángeles están dedicados al Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen de Guadalupe, Cristo crucificado, con sus correspondientes ángeles. Pero entre todos ellos destacan dos o tres que exhiben el tronco de un árbol, cortado, tal y como se muestra en la imagen.
La explicación del porqué de esta expresión que le ofrezco a continuación, no la leí en algún libro y tampoco recuerdo quién me la dijo. Quizá la escuché de algún familiar muy cercano, en alguna de esas desgraciadas visitas que periódicamente hacemos todos a los cementerios, a acompañar algún cadáver; no lo sé. El hecho es que, de acuerdo a la explicación recibida, las tumbas rematadas de esta forma, guardan los restos de un –o una- suicida.
Cierto, o no, me parece que la especie es cruel; un estigma más sobre la persona que de acuerdo a una perspectiva dominante aceptada, realiza un acto contra natura y por ello merece la pública condena, pero que ignora el enorme dolor que empuja a alguien a tomar tan fatal determinación.
“Los árboles mueren de pie”, escribió el dramaturgo Alejandro Casona. ¿Cómo debe morir un árbol? ¿Talado, quemado, secado? De seguro si lo sorprende la muerte natural, morirá de pie; cualquier otra opción es inducida. Por esta razón, quizá esta imagen constituya una metáfora de lo que nos ocurre, el suicidio social en que incurrimos debido a una serie de prácticas contra natura, que más temprano que tarde propiciarán el cobro de una factura que seremos incapaces de pagar.
Los signos ya están ahí, la contaminación ambiental, el cielo emblanquecido, el hacinamiento, la escasez del agua y su pobre calidad, el incremento de las temperaturas, etc.
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