Lo que les he dicho a todos mis amigos y conocidos. Revisa tu propia historia, reconoce las violencias ejercidas, pide perdón y, si es un delito, asúmelo. Sé congruente con lo que dices.
Lydia Cacho
A finales de los 90 fui de viaje a Chiapas en una caravana de apoyo al zapatismo organizada por el entonces Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN) salimos del Zócalo de la Ciudad de México y viajamos todo el día hasta llegar de noche a San Cristóbal de las Casas. Para entonces yo ya conocía a Mauro, un compañero alegre, recitador de poesía y de oficio plomero. Compartimos viaje junto con otras 40 personas de ese autobús, cabe decir que en aquella caravana fueron unos 16 autobuses, fue de las primeras que se hicieron de la sociedad civil a las entonces comunidades zapatistas. Yo iba sola, nadie más de mis compañeras del colectivo Lesbianas Zapatistas fueron aquella primera vez.
Después de llegar y dormir en San Cristóbal de las Casas por la mañana partimos a La Realidad, comunidad zapatista situada por el rumbo de Palenque, fue nuevamente otro día de viaje, a media noche llegamos al lugar pero nos recibían hasta las 6 de la mañana así que pernoctamos a la orilla de un río y entre toda la caravana que íbamos nos cuidamos haciendo turnos de guardia pues los paramilitares y su horrible presencia era nuestra principal amenaza. Aquel día al entrar a la comunidad instalamos las casas de acampar, yo traía la mía pero Mauro y su amigo Roberto no traían casa, así que ellos vinieron a mi casa de acampar que se encontraba junto al resto, decenas de casas montadas en esa parte de la selva. Ahí dormimos y recuerdo que Mauro se salió a platicar con un grupo que se encontraba por en la tertulia. Roberto se quedó en la casa, platicamos un rato pero me fue venciendo el sueño y lo único capaz de despertarme fue sentir que no podía respirar, que me estaba ahogando, que los pulmones me querían estallar, entonces fue que desperté y Roberto estaba sobre mí, desnudo, jalándome la sábana en la que yo estaba envuelta. Ya despierta recuerdo muy bien que lo que hice fue apretar muy fuerte las piernas para mantenerlas cerradas y doblar mis rodillas para tomar impulso y logré quitármelo de encima aventándolo con todas mis fuerzas que por ahí de los 27 años eran bastantes, él lo único que me dijo es que no entendía por qué yo no quería estar con él si él consideraba que no estaba mal. Yo solo alcance a decirle que se largara y se fue. Cerré la casa con cierre y la verdad es que ya no dormí esa noche, mil cosas pasaban por mi cabeza y no lograba quitarme la sensación de su cuerpo sobre el mío y la asfixia que me causaba solo de pensarlo. Al siguiente día hablé con una amiga que acababa de conocer en la caravana y ella me dijo que debíamos denunciar a la caravana, también hable con Mauro y me dijo que Roberto se había ido por la mañana junto con un grupo de gente que se había regresado a San Cristóbal. Yo llevaba hasta esa noche dos días viajando con ellos, en esos dos días había quedado muy claro que soy lesbiana, hacían preguntas y los temas eran muchos ¿qué parte no había entendido Roberto? Yo creo que él entendió todo perfectamente, pero no le importó abusar y luego irse sin dar la cara, ni voltear para ver la mierda que hace en su relación con las mujeres, conmigo, largarse antes de afrontar su conducta.
¿Por qué no denuncié antes? Por las mismas razones que no denuncié a los 17, ni a los 13, ni a los 8 y menos a los 4 años, por las mismas cada vez que viví abuso me quedaba pasmada, sin respirar, sintiendo todo mi cuerpo en alerta, recibiendo sus miradas y toqueteos de varones conocidos y desconocidos, sintiendo que me asfixiaban y que yo estaba a punto de estallar. Porque lo más importante no son las razones que ya muy bien conocemos por las que no se denuncia, sino la violencia sexual que tenemos que tragarnos día a día. Y antes de que me psicoanalicen quiero concluir mi relato.
La experiencia con Roberto me llevó a buscarlo después de aquel viaje a la comunidad de Roberto Barrios, ahí vi a otras mujeres resistir y luchar, las miré hablar con firmeza, con razón, con autoridad y también encontré un grupo de compañeras de distintos movimientos sociales que me apoyaron para tomar mi palabra, compañeras radicales, ninguna bromeaba, ni eran improvisada en su actuar político, aquellas feministas me dieron la fuerza suficiente para volver al entonces DF y buscar a Roberto sabiendo que iría a una marcha de apoyo zapatista y efectivamente venía marchando cargando su manta cuando lo intercepté y antes de que terminara de decirme que me había estado buscando, le dije así de frente que era un cabrón violador y que nunca me volviera a hablar, que se cuidara de acercarse a los lugares que yo estaba porque lo iba a estar denunciando. Mauro vino a su auxilio para decirme que ya me estaba pidiendo disculpas, esas eran las palabras de Mauro, no las de Roberto. Al final la gente que lo rodeaba me miró con cara de pinche loca, cómo decía eso de Roberto, aquel tipo blanco de ojos azules, vestido con playera zapatista, con boina y barba tipo Che Guevara. Después de aquella marcha Mauro tampoco me volvió a hablar. Y Roberto se fue cobijado por aquel colectivo de mujeres y hombres que lo abrigaron. Su cuate, su valedor, su bro…y desde luego, su progre.
Es increíble lo que está pasando en el país y específicamente en Aguascalientes a raíz de las denuncias de acoso y hostigamiento sexual contra académicos, medios de comunicación, escritores, funcionarios públicos, es una vergüenza el silencio que cómodamente se instala en los señalados, la complicidad masculina que mantienen reafirmando que ese es un derecho de ellos y que no importa que entre ellos se hagan pedazos que por esta vez y para estos casos, les conviene estar juntos, silenciosamente, esperando que pase la ola y se olvide el tema, es irresponsable ver instituciones, empresas, editoriales, gobiernos que no cuenten con mecanismos efectivos, transparentes que garanticen la denuncia y la justicia a las mujeres. Peor que se solape a los acosadores escudándose en una supuesta neutralidad hasta no realizar las investigaciones viciosas y amañadas que realizan. Dolorosa la defensa a ultranza que se hace de ellos por quienes demandan que den la cara las mujeres que denuncian, como si ellos la dieran, como si ellos asumieran la mierda que van dejando tras su actuar con las mujeres. Con razón están tan ariscos con el movimiento Me too, claro, pues saben que están en la mira por sus acciones, por el abuso que hacen del poder que han construido y del que se han beneficiado sexualmente.
Hay algo seguro, después de estas denuncias muchas de nosotras, muchas mujeres, no los volverán a ver como ellos dicen que son, no los volverán a leer y los evitarán, porque algo permanente que quedará de todo este movimiento de denuncia, es que ellos son la realidad palpable del acoso que la enorme mayoría de mujeres hemos vivido, su toqueteo respira tras sus letras, sus palabras, sus sonrisas, su música, sus libros, nada hará que los volvamos a ver igual y ese es el valor de romper el silencio.
@Chuytinoco