Mario Bravo
En días pasados, en otros espacios, comenté acerca de la necesidad de iniciar cada día preparados anímicamente para recibir esos anuncios que el Presidente AMLO ha decidido sean el faro que anuncie y guíe la dirección y ritmo de la Cuarta Transformación de nuestro país. Cada amanecer, literalmente miles de mexicanos estamos listos para escuchar y comprender, en el marco de esa “creatividad” y muchas veces ocurrencias, del Presidente López Obrador. Puede pasar todo y nada, puede ser un anuncio florido de un recorte más en los programas sociales en nombre de su lucha contra lo que “sus datos” le señalan como una incuestionable corrupción. Si afectan la vida cotidiana de madres o padres con relación al bienestar de sus hijos, pueden esperar; si las mujeres afectadas por hechos de violencia, en cualquier ámbito o grado por su mera condición de mujer, pueden esperar; si son esos no derechohabientes de servicios de salud del IMSS o el Issste, y enfermedades graves, pueden esperar. Y así podemos seguir relacionando las directrices de la nueva forma de diseñar y anunciar las nuevas “políticas públicas” del nuevo régimen.
Así, a los mexicanos no nos queda más que tratar de entender y definir nuestra reacción ante la imprevisión y los juicios mediáticos del lopezobradorismo con relación a nuestro presente y futuro inmediato. En este tenor, y ante lo inevitable de las conferencias matutinas, alternativamente, nos queda la libertad de tratar de entender la lógica de funcionamiento de éste morenismo caprichoso y errático, pero, sin lugar a dudas, poderoso políticamente.
Aunque se ha pretendido, por parte del régimen, en señalar que Morena es la instancia o plataforma sobre la cual avanza la Cuarta Transformación, es claro que eso no es real; ese movimiento político y social que irrumpió por iniciativa de su único líder, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, hace apenas unos años, tuvo el tino de enfocar su atención en el malestar social que durante sexenio tras sexenio, los mexicanos venían acumulando al ser testigos de una descomposición política y social que alternaba de manera contundente su calidad de vida cotidiana, haciéndola cada vez más precaria y difícil. El morenismo leyó con precisión el hartazgo ciudadano y se fue posicionando en la ruta del posible desahogo: acabar con el viejo régimen.
Los morenistas se dedicaron a crear esa figura y a fortalecer esa voz que condenaba los excesos del “sistema”, subrayando los inocultables hechos de corrupción, la violenta y cruel inseguridad, la pobreza inacabada de la población, y un largo etcétera. Vamos, el viejo régimen nutrió sistemáticamente con su indolencia a quién sería su poderoso sustituto. Y no lo vieron venir.
Sin embargo, el morenismo centró todo su esfuerzo en esa lectura del descontento social y como consolidarlo electoralmente, buscaron y midieron el tamaño del impacto, supieron dónde golpear a las estructuras de los partidos tradicionales; “pescaron” de entre los rebeldes de las otras fuerzas políticas que le darían esa dosis de pluralidad a su movimiento, igual había experredistas, que expriistas, que expansivas, y claro, líderes sociales que empataban con AMLO en su condena al modelo de gobierno que había cansado a la gran mayoría de México.
Al centrar su atención López Obrador y su movimiento a lo que entendieron cómo prioridad (el triunfo electoral), olvidaron confeccionar su proyecto alterno de nación, me refiero a un proyecto serio, no ideologizado, con datos, con tiempos, con presupuesto, con acciones y metas. No, pensaron que se podía pensar en eso ya con el triunfo en la bolsa. ¿Qué tan difícil sería acabar con la pobreza? Vamos, si hasta en las películas explican cómo. ¿Mejorar la educación o la producción petrolera, los servicios de salud? Esos planes podían esperar. Planear y programar, coordinar los esfuerzos y los talentos y las ideologías de la ensalada de personajes y políticos del “cambio verdadero”, seguro no sería problema. En todo caso, al triunfo se vería.
Ciertamente, ni los mexicanos ni López Obrador se esperaban el tamaño del gane. Fue descomunal: prácticamente el cansancio de la ciudadanía le otorgó todo el poder. Esa era una responsabilidad que no estaba contemplada, no les dejaron pretextos para gobernar, para cumplir su propuesta de cambio. Ahora llegó su tiempo de transformar, mejorar las cosas y tomar decisiones. Paquetote. Un dicho popular dice: no es lo mismo ser borracho que cantinero. Y sí.
Cumplir es más complicado que decir. La concentración del poder político, se transformó de una posibilidad en una realidad, pero también, en un riesgo. No todos los personajes que acompañaron a López Obrador en el morenaje, tienen ni el talento, vamos, ni idea de lo que traen entre manos, mucho menos qué hacer con él.
El grueso del morenismo, incluyendo a su líder, se sienten más cómodos (y seguros) en el escenario compañero, en seguir montados en la cresta de la ola del 1 de julio del 2018. Eso de trabajar, de administrar la cosa pública, los abruma. “Mejor nos dedicamos a acrecentar el piso político”, dicen. Aunque ahora todos quieren emparejarse al movimiento guinda, y eso les ha traído luchas que no conocían, intestinas. Ver Aguascalientes, donde la fraternidad y camaradería han desaparecido. No han logrado ponerse de acuerdo los morenistas aguascalentenses para la definición de sus candidatos, ni para trabajar en la transformación, el cambio verdadero desde el gobierno federal.
Entre tanto, a los mexicanos, a los aguascalentenses, no nos queda otra más que estar listos a las puntadas y ocurrencias del morenismo en ciernes.