Es tu responsabilidad, Tania. No me alcanza la memoria para contar las veces que he escuchado la frase. Achis, y yo por qué y los demás qué o qué. La responsabilidad de las mujeres no es compartida. Esos hijos tuyos son tu responsabilidad, darles de comer, educarlos, vestirlos, amarlos, incluso castigarlos. Aquí no entra nadie más que tú en calidad de madre. Son tu responsabilidad porque no cerraste las piernas. Aunque también te responsabilizamos de otros menesteres, como por ejemplo, si te violan. A ver, qué ropa traías o qué madrugada transitabas. Si te asesinan, por supuesto que también. Será tu culpa por no saber con quién te juntas o a quién le regalas tus caricias; o si no conoces a tu asesino igual será tu responsabilidad, algo has de haber hecho para merecerlo. Para qué sales de tu casa después de las 10. Para qué viajas sola. Para qué coqueteas.
Las mujeres lo hemos escuchado toda la vida. En la casa, en la escuela, en los trabajos, en la calle. Esto -lo que sea- es responsabilidad tuya, tuya y nada más que tuya. Sirve la comida, plancha la ropa. Ni Sísifo empujó una piedra tan pesada como castigo, una y otra y otra vez ad infinitum. El mismo círculo vicioso. La tradición arraigada, dura como una losa, que ensombrece las responsabilidades compartidas e individuales para resaltar nuestros deberes femeninos. ¿Ya ves, para qué rezongabas?, mejor cállate y obedece, te lo merecías por respondona. No se observa a los padres ausentes, o a los violadores o a los asesinos. No se habla de ejercicios de poder, ni de maquinarias religiosas y sociales, ni de normas culturales y morales.
En cumplimiento de un mandato patriarcal, las mujeres somos responsables de lo que pase con los otros y con nosotras mismas. Los exculpamos de asumir alguna responsabilidad. Padres, madres, jueces, hijos de vecina, dios, tienen un discurso bien armado a la hora de reprocharnos e imponernos severas penas si no cumplimos con lo que nos toca.
Como el discurso institucional y seudotransformador del Gobierno de México que como mula en noria en torno a las costumbres reproduce y perpetúa los estereotipos, las omisiones y las violencias de los gobiernos anteriores: Mujer, en nuestro Plan de Seguridad frente a la Violencia contra las Mujeres te decimos todo lo que tienes que hacer para evitarla, ponte atenta y empieza por no “estar en lugares en los que haya objetos peligrosos, como el baño o la cocina”, ¡no se la pongas fácil a tu agresor, aléjate de los cuchillos! Nos dice a nosotras. Ni un no corras, no empujes, no madrees para ellos, el discurso es para nosotras, contra nosotras, responsables de nuestra seguridad y de la de nuestros hijos: “Crea una señal que te permita avisar discretamente a tus hijas e hijos que deben salir de la casa de manera inmediata” si ves que él ya va contra ti y corre y te empuja y te madrea. Y como en burla, concluye sus tips de revista juvenil: Busca ayuda si “te han tratado o dicho algún comentario de alguna institución pública que te responsabilice de la violencia que has vivido”. Es como quejarse de los golpes con el que te golpea.
Pero en caso de que tengas que huir porque ya no aguantaste la cruz que te tocó, pues pasa a la ventanilla por tu cheque para que vayas a esconderte de la violencia extrema que padeces, tú sabrás cómo lo haces, nosotros te apoyamos -sonrisas-, no tenemos refugios porque son nidos de corrupción y es prioridad del Gobierno acabar con ese lastre antes que nada.
O aquello de quien tiene tienda que la atienda. Si tienes hijos, cuídalos, o tu madre o tu hermana, mujeres que se hagan cargo de los pequeños porque cerraremos las puertas de las estancias infantiles, también por corruptas. Que cada quién asuma sus responsabilidades. No los papás ni el Estado. Las mujeres.
Así que las innumerables descripciones, desde vírgenes hasta putas, con nuestras virtudes, defectos, obligaciones, han sido atribuidas en función de lo que los otros necesitan y esperan de nosotros, por lo que es muy fácil decir que una estrategia para acabar con el huachicol es hablar con las mamás de estos ladronzuelos, ellas pueden meterlos en cintura, regresarlos al redil, a fin de cuentas es su responsabilidad si sus hijos son unos delincuentes. Ellas, las que no los educaron bien, las que no les prestaron atención.
En caso de estar embarazadas el discurso se torna a: Sé responsable y asume las consecuencias, no está en tus manos decidir. Qué culpa tienen las criaturas. No entraremos en polémica. Somos una democracia y por eso someteremos a consulta pública tus derechos. O si quieres realizarte un aborto arriesga tu vida con ganchos porque tampoco dejaremos que compres misoprostol, o paga tu viaje a donde sea legal hacerlo, como aquellas 132 aguascalentenses que fueron a la Ciudad de México a interrumpir su embarazo; pero que no se te olvide que hay un dios que todo lo ve y al que le damos gracias desde esta tribuna en el Congreso de Aguascalientes porque estás aquí, con nosotros, porque tu madre no te abortó, gritó pletórico de idiotez el diputado conservador Gustavo Báez, igual que el gobierno que entre sus filas transformadoras tiene senadores que proponen “defender la vida -la tuya no, por supuesto- desde la concepción”.
Y nosotras, con el miedo a la culpa por faltar a nuestras responsabilidades demoramos nuestro desarrollo, sacrificamos nuestra vida y nos abandonamos a la de los otros. Sólo una vez escuché reprochar la ausencia paterna que vivieron mis hijos, de sustento, vestido, educación, amor, castigo. Él no está en el discurso institucional. Pocos se preguntan por el poder atroz del violador inmerso en la cultura de la dominación. Al feminicida es muy “normal” catalogarlo de monstruo, demente, lo que lo minimiza sus responsabilidades. Eso sí, señalar a la madre del asesino es como hacer una llamado a la madre del huachicolero, es su culpa este hijo, señora, por desatenderlo.
Ni Sísifo empujó una piedra tan pesada. Tal vez porque era hombre. El mismo círculo vicioso de una tradición patriarcal que ensombrece las responsabilidades de los otros sigue girando como mula en noria en torno a la costumbre.
@negramagallanes