- Doctora en Estudios Urbanos y Ambientales. Académica en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM.
La crisis socioambiental que vivimos actualmente ha dado lugar a múltiples discusiones y posturas tanto científicas como filosóficas y políticas. Uno de los productos de dichas discusiones ha sido el concepto Antropoceno, el cual fue acuñado por Paul Crutzen y Eugene Stoermer en el año 2000.
Pero ¿qué es y a qué se refiere el Antropoceno? Desde las ciencias de la tierra con este concepto se describe la magnitud de los cambios y transformaciones que el ser humano ha provocado, que han quedado inscritos en un estrato geológico del planeta y ponen en peligro los múltiples equilibrios que se juegan en los diversos procesos eco-sistémicos que la conforman.
Así, en la clasificación estratigráfica que jerarquiza las eras, los periodos y las eras de la historia del planeta, nos ubicamos actualmente en el periodo Cuaternario, el cual se dividía hasta hace poco en la época del Pleistoceno (caracterizada por la aparición de los primeros seres humanos y la Edad de Hielo) y el Holoceno (caracterizado por los deshielos y el dominio del homo sapiens), y al que se le agregará la nueva época, el Antropoceno, nombrada así en honor del predominio de una especie: la humana.
En el Antropoceno algunos geólogos, ecólogos, climatólogos, historiadores, sociólogos, artistas y políticos ubican un punto de convergencia para sus reflexiones teóricas. Mientras que otros científicos, desde una postura más crítica, encuentran un campo de disputa.
Para el primer grupo, los debates se centran en señalar la fecha exacta del inicio de esta nueva época geológica. Para algunos, el Antropoceno tiene su fecha de nacimiento cerca de 1780 con la Revolución Industrial, la invención de la máquina de vapor y el uso de combustibles fósiles; mientras que otros señalan su comienzo con “La Gran Aceleración” experimentada después de la década de los cincuenta del siglo pasado.
Para el segundo grupo, conformado por científicos de las ciencias sociales y las humanidades, más que precisar una fecha lo que conviene es identificar y cuestionar las dinámicas y los modelos dominantes de desarrollo que, por su carácter insostenible, nos han conducido a la crisis socioambiental actual. Desde esta postura se señala que han sido la acumulación de capital y la ontología dualista que separa lo Humano de la Naturaleza -plataforma en la que se basa el pensamiento moderno- los precursores del desastre socioecológico de nuestros días.
Con base en lo anterior, desde la visión crítica, se sostiene que es injusto y reductor hablar de una contribución homogénea de la humanidad al Antropoceno porque no todos hemos sido igualmente responsables de ello; es decir, es necesario reconocer que no ha dejado la misma huella un habitante urbano de alguno de los países más desarrollados que una mujer rural un país del Sur Global o un joven promedio de la ciudad más globalizada que un adolescente de una localidad semiurbana.
A partir de estas discusiones, las cuales ya no cuestionan la gravedad de la crisis socioambiental contemporánea, se han construido distintas vertientes para reflexionar sobre dicha crisis, sus posibilidades de intervención y las vías de salida de la misma. De acuerdo a algunos autores (Svampa, 2018) dichas reflexiones podrían organizarse en tres grandes rubros.
La primera postura es de corte apocalíptica. En esta vertiente el inminente ecocidio y la venganza de Gaia, ahora ampliamente documentados con datos duros (emisiones de contaminantes, número de partículas por millón suspendidas en el aire, niveles de toxicidad en agua y alimentos, metros cúbicos perdidos por deshielo, etcétera), son evidencia empírica suficiente de que nos encontramos en el Apocalipsis bíblico. Por lo tanto, lo que viene a continuación será el caos, la ruina, las guerras por los recursos; de tal suerte que no queda sino construir un bunker y almacenar en éste la mayor cantidad de provisiones para la corta sobrevivencia. De acuerdo a esta postura, el Antropoceno, como anuncio del colapso civilizatorio, es la forma más atinada de nombrar el fin del mundo.
La segunda vertiente implica una credulidad tecnológica. Se trata de los planes alternativos del capitalismo, que se alimenta de la acumulación y cuya sobrevivencia precisa la expansión de las fronteras ecológicas. Desde esta visión, que se estimula ante la falta de compromiso por cumplir los acuerdos climáticos internacionales, la incesante emisión de todo tipo de contaminantes y el agotamiento de los recursos naturales, se proponen peligrosas salidas técnicas para superar la crisis ecológica, entre ellas, las tecnologías verdes y la geoingeniería.
Esta última estrategia plantea una intervención global, primero, para controlar el clima (a través del secuestro de CO2, fertilización marítima, y manejo de la radiación social) y después todo lo que en la tierra habita. La geoingeniería implica la encarnación última del capitalismo que busca para sostener el sistema actual de producción y consumo sin disminuir las emisiones de CO2 y para lograrlo confía en la ciencia y la tecnología. De este modo, la credulidad en los desarrollos tecnológicos constituye una de las vías para el desahogo de nuestras preocupaciones medioambientales. Es decir, la propuesta es esperar pacientemente que un grupo de científicos diseñen los dispositivos que resolverán nuestros problemas de alimentación, clima, acceso al agua, etcétera.
La tercera postura es quizás la más antigua pero la menos identificada en el marco del Antropoceno. Se trata de una postura que se plantea desde la resistencia.
Recordemos que una de las críticas al Antropoceno se basa en la homogeneización del género humano en su contribución a la crisis socioambiental. Pues bien, una de las maneras de vincular dichas crisis con su dimensión territorial precisa la identificación de agencias y resistencias regionales y locales.
En este sentido, en nuestro país, como en muchos pueblos y comunidades de Latinoamérica y del Sur Global, se han identificado resistencias al modelo de producción, consumo y crecimiento económico que se basa en la explotación de la Naturaleza. A través de dichas resistencia se defiende el territorio, a veces bajo la forma de parcela que resiste al agronegocio, al río de las presas, al subsuelo de la minería; y al mismo tiempo que se defiende el territorio se construye una multiplicidad de sujetos subalternos que plantean opciones alternativas a dicho modelo (como el “posdesarrollo”, el “buen vivir”, el “autocuidado”, entre otras).
Lo que dichos sujetos, sus resistencias y propuestas alternativas han puesto de manifiesto son dos cosas. Primero, que es posible construir alternativas locales, al margen de las dinámicas del capital y dentro de los límites ecológicos del planeta. Y en segundo lugar, que, desde nuestras sociedades urbanas -altamente dependientes e hipertecnologizadas- es preciso reflexionar sobre el Antropoceno: sobre lo que significa para nosotros, para nuestra forma de vida y la manera en que podemos hacerle frente.
Las últimas declaraciones del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, sugieren que sólo tenemos hasta el 2020 para hacer algo al respecto. Toca entonces tomar una postura.
Al respecto, una nota publicada recientemente en The New York Times, titulada Tiempo de pánico, apuntaba que frente al cambio climático estar alarmado no es una señal de histeria sino quizás sería la única respuesta lógica ante lo que acontece.
La reflexión que me gustaría que construyéramos parte de reconocer el fatalismo: la crisis medioambiental es una amenaza para nuestra existencia y quizás para la vida misma; sin embargo no podemos quedarnos con el miedo que paraliza y tampoco depositar nuestra confianza desmedida en que la causa del problema dará origen a la solución.
Nos corresponde construir estrategias desde nuestros barrios, colonias, conjuntos habitacionales; con nuestros vecinos, nuestros colegas del trabajo, nuestros alumnos, nuestras familias. El tamaño del problema precisa organizarnos a diferentes escalas y con distintos actores. Un buen inicio requiere construir estrategias territoriales situadas y discutir ¿qué podemos hacer? Y ¿cómo podemos modificar nuestra marca en la tierra? Enfatizo la idea de hacerlo desde las pequeñas colectividades urbanas en las que estamos insertos, porque estimo que la promesa de hacerlo a nivel individual es una trampa, un engaño, que rompe con la construcción de acciones colectivas. Sólo recuperando aquello que nos hace comunes, el Anthropos, es como podríamos aceptar que una era geológica sea denominada en nuestro nombre.
Referencias
Crutzen, Paul J. y Eugene F. Stoermer, “The ‘Anthropocene”, en Global Change Newsletter, No. 41, (2000) 17-18.
McNeill, John Robert y Peter Engelke, The Great Acceleration: An Environmental History of the Anthropocene since 1945, Cambridge: The Belknap Press of Harvard University Press. 2014.
Svampa, Maristella, “Imágenes del fin”, en Nueva Sociedad, No. 278, (2018)151-164.
Wallace-Wells, David. “Time to panic”, The New York Times, 16 febrero 2019.