Love me tender, love me dear
Tell me you are mine
I’ll be yours through all the years
‘Til the end of time…
Love me tender. Elvis Presley
En días pasados, en medios nacionales, se dio a conocer la existencia de un grupo que busca hacer contrapeso ante el Poder Ejecutivo, y que -presuntamente- es liderado por el gobernador de Chihuahua Javier Corral. En este grupo figurarían también el presidente de Coparmex, Gustavo de Hoyos, así como el expresidente del mismo organismo, José Luis Barraza. Presuntamente se incluye a Jorge G. Castañeda, Salomón Chertorivski, Martha Tagle, Emilio Álvarez Icaza, Cecilia Soto, Agustín Basave y Luis Colosio Rojas. Otros más, como Fernando Belaunzarán, Guadalupe Acosta Naranjo (ambos perredistas); Juan Francisco Torres Landa, Rubén Aguilar (exvocero de Fox); o el panista Gustavo Madero. Quienes, de plano, se deslindaron fueron Enrique Alfaro, Héctor Aguilar Camín y Juan Villoro.
Esto motivó que, en una de sus homilías mañaneras, el titular del Ejecutivo llamara (con el desdén del tono y el menosprecio del diminutivo) “Ternuritas”, a quienes -en general- expresan la necesidad de contrapesos democráticos en el ejercicio del poder y de la conformación de la agenda y la opinión pública. No paró ahí. Categorizó a estos (y otros) “opositores” como adversarios y representantes de un conservadurismo que -asegura- está en crisis y pugna por ser repuesto en el país. En ese escenario totalitario de “estás conmigo o en mi contra”, el titular del ejecutivo se permitió repartir consejos, entre los que destacó que, si estos “conservadores” querían disentir, lo hicieran de manera organizada, sin hacer “el ridículo”, formando sus escuelas de cuadros en las que fraguaran la ideología que se opondría al gobierno liberal que -por supuesto- él encabeza. Liberales contra conservadores, como en el siglo XIX.
Más allá de lo anecdótico de las declaraciones, se clarifica un escenario importante: el Ejecutivo considera -simple y llanamente- como adversarios a todos los grupos que disienten de su forma de hacer y entender la política. Esto abre una problemática para la narrativa de los contrapesos del poder: AMLO coloca en el mismo costal a intelectuales o a organizaciones de la sociedad civil, junto (y con el mismo valor discursivo que) locuaces como Vicente Fox. Y no es -para nada- que unas voces valgan más que otras, sino que -incluso entre los opositores a la misma fuerza hegemónica- cunden motivaciones distintas. Así, no se pueden homologar las críticas que hacen -digamos, por ejemplo- José Woldenberg o Juan Ramón de la Fuente, con las que hacen el presidente de los patrones o la pluma a sueldo de Ricardo Alemán. Sin embargo, para invalidar el peso de las primeras lo más sencillo es ponerlas al nivel y en el mismo campo semántico que las segundas. Es decir, la realidad sin matices, totalitaria, y a conveniencia de la narrativa desde el poder.
Sobre el tema, el Consejero Presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, ha advertido sobre los peligros que corre la democracia al erosionar los contrapesos en la función pública; específicamente en referencia a los organismos autónomos, con su naturaleza de balancear y contener a un ejecutivo omnímodo que se gestó en los tiempos de la hegemonía partidista de la post revolución. Pero no sólo los organismos autónomos, de los que el propio ejecutivo se ha expresado en términos negativos y ha usado la fuerza a su alcance para reducirlos o cooptarlos; sino también a las organizaciones de la sociedad civil, a las que -con el argumento del combate a la corrupción- les repite la receta del huachicoleo: cerrar el flujo del recurso hasta seleccionar discrecionalmente cuáles conductos es deseable abrir.
Paradójicamente, en la narrativa decimonónica del Ejecutivo, éste es un conflicto de liberales contra conservadores, en el que -por supuesto- él comanda el ala liberal. Esa ficción se ve contradicha por una realidad en la que sus conferencias de prensa son espacios para el sermón que alude a los valores espirituales, en la que propicia encuentros con los sectores más retrógradas, en la que coquetea con la erosión al estado laico, en la que impulsa una constitución moral, en la que coloca a las iglesias en indeseables espacios de privilegio mediático y político. Así, la construcción de esta narrativa pone a los detractores del autoritarismo en un patíbulo propicio para que sus feligreses se ceben con la ficción acartonada de la mafia en el poder, del PRIAN, del conservadurismo fifí, mientras se tienden las redes y las condiciones que hagan posible el regreso de la presidencia omnímoda y del partido hegemónico.
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