El diseño institucional no es una tarea apta para ocurrencias. Nuestras instituciones -todas ellas y las que se sumen con el tiempo- requieren fineza en su diseño y constante mantenimiento. Un buen diseño institucional, no sobra decirlo, requiere al menos tener muy clara la finalidad de la institución, los medios ideales para lograr sus metas, así como una interacción con los que serán sus usuarios.
Las instituciones científicas y tecnológicas son prioritarias en algunos países (Estados Unidos, Alemania, Países Bajos, Japón, Israel, por mencionar unos cuantos). No ha sido el caso de México y queda claro que seguirá sin serlo durante la 4T. Adicionalmente, las decisiones que se están tomando en Conacyt parecen la antesala de una catástrofe. En este contexto, pienso, vale la pena reparar en lo que se está haciendo mal y en lo que podría hacerse bien (aunque sea poco plausible que el camino se rectifique).
Primero preguntémonos ¿bajo qué ejes debería realizarse el diseño de una institución científica y tecnológica en una democracia? Para establecerlos debemos tomar en cuenta, necesariamente, los dos polos: el de las mujeres y hombres de ciencia y el de los legos (la ciudadanía en su conjunto). Si partimos del hecho de que el diseño fracasará si no se toma en cuenta la interacción entre los polos, surgen de manera inmediata dos problemas.
El primero tiene que ver con la capacidad de respuesta de la ciudadanía frente a la ciencia y la tecnología. Con capacidad de respuesta me refiero a la manera en la ciudadanas y ciudadanos son informados y toman decisiones a partir de la información que reciben por parte de los científicos. Una institución que no logre tanto encontrar los canales para informar a la ciudadanía, como que dicha información afecte la manera en la que actúan y toman decisiones (sobre todo en asuntos públicos), está mal diseñada.
El segundo tiene que ver con la capacidad de respuesta de las y los científicos frente a los intereses de la ciudadanía en su conjunto. Suele pensarse que la ciencia debería ser autónoma. Esto quiere decir que lo que se investiga debe depender exclusivamente de los intereses de los investigadores. La base de esta suposición parcialmente errada descansa en una versión beatífica de la investigación científica. Es cierto: los humanos deseamos por naturaleza saber y la investigación debería en cierto sentido estar al margen de intereses políticos y privados. Pero ¿en qué sentido? La búsqueda en absoluto desinteresada por la verdad es más un mito que una realidad. Las personas de ciencia claro que buscan la verdad, pero la buscan buscando el crédito de haberla encontrado. Cuando intereses ajenos a la verdad corrompen su conquista, la investigación está destinada al fracaso. No obstante, existen intereses involucrados en su búsqueda, y no debería escandalizarnos que los haya si estos no obstruyen el camino de la investigación destinada a encontrarla. Ahora bien, una institución científica y tecnológica en una democracia no puede financiar (dado un escenario de escasez donde es necesario priorizar y jerarquizar los recursos) cualquier investigación. Hay prioridades. ¿Cómo deberían establecerse dentro de la institución? Respondiendo a los intereses objetivos de la ciudadanía (en oposición a los subjetivos: el contraste está entre lo que la ciudadanía cree que le interesa y lo que debería interesarle).
Estos dos ejes -la capacidad de respuesta de la ciudadanía a la ciencia y de la ciencia a la ciudadanía- deberían ser los ejes del diseño institucional. ¿Qué tan lejos del ideal se ha encontrado Conacyt? Lejos pero no demasiado. El diseño de la institución, en términos generales, ha sido el correcto. No obstante, y en términos presupuestales, la institución se ha visto seriamente limitada en sus tareas sustantivas. Conacyt ya ha hecho mucho con poco en sus tareas de formación científica: los apoyos (vía becas y becas mixtas) para los estudios de posgrado en el territorio nacional y en el extranjero, el apoyo económico a investigadores vía la evaluación por sus pares en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), las Cátedras Conacyt (cuyo objetivo es aminorar el desempleo de nuevos investigadores recién doctorados fuera del país, en un plazo de máximo diez años en lo que obtienen una plaza de investigación en alguna universidad pública o privada) y los Fondos mixtos (que apoyan el desarrollo científico y tecnológico estatal y municipal, a través de un Fideicomiso constituido con aportaciones del Gobierno del Estado o Municipio, y el Gobierno Federal), son prueba de sus éxitos pasados.
No obstante, se podía mejorar y mucho. Estaba claro que debían perseguirse actos de corrupción al interior de la institución (dado que en México la corrupción es sistémica, resulta poco probable que alguna institución esté libre de toda mancha, incluso el Conacyt). También quedaba claro que debía ampliarse su presupuesto y debían reestablecerse las prioridades del gasto en la investigación nacional. Por último, y quizá más importante, debía fortalecerse la autonomía de la institución (por ejemplo, mediante el nombramiento interno de su directora o director a partir de procedimientos democráticos que incluyeran a la comunidad científica nacional).
¿Qué ha hecho la 4T para resolver estas problemáticas y dar un adecuado mantenimiento a la institución? Hasta el momento la han dinamitado.
Empecemos por los errores catastróficos de diseño. Se planea eliminar las Cátedras Conacyt sin mayor argumento: la directora ha declarado que más de mil quinientos investigadores están “colgados” de la nómina. Sus declaraciones insinúan una clara y absoluta falta de comprensión del programa, así como un desprecio ideológico a las y los investigadores jóvenes que regresan del extranjero. Se planean eliminar los Fondos mixtos con el arrollador argumento de la corrupción municipal y estatal. Como en muchos otros casos, respecto a otras instituciones y problemas, la 4T, ante un viso de corrupción, opta por desaparecer la institución en lugar de corregirla y mejorar su diseño actual. Se sospecha la futura eliminación de las becas mixtas, que permitían a cientos de mexicanas y mexicanos estudiar un posgrado o hacer estancias de investigación en el extranjero. La directora ha afirmado que las becas estarán bajo revisión y ha insinuado con bastante claridad que los estudios en el extranjero son superfluos e innecesarios. Otra vez, su ideología nubla su comprensión de los programas y sus ventajas. Adicionalmente, resulta preocupante la tendencia de la dirección actual hacia una comprensión inadecuada del quehacer científico: resulta cuando menos cuestionable la adición de la palabra ‘humanidades’ al nombre de la institución, resulta sorprendente su apelación a la recuperación de los “saberes ancestrales” (eufemismo de “ciencia primitiva”), y resulta preocupante su bagaje personal y sus opiniones científicas en su área de especialidad (ha sido más de una vez desacreditada por sus pares respecto a su fobia ideológica ante los transgénicos, frente a lo cual el Premio Nacional de Ciencias que obtuvo resulta sospechoso).
Terminemos por los nombramientos del personal. Las sospechas son naturales. ¿Qué tanto la amistad entre Beatriz Gutiérrez Müller y María Elena Álvarez-Buylla determinó el nombramiento de ésta última como directora del Conacyt? La directora, adicionalmente, nombró a David Alexir Ledesma a cargo de la Coordinación de Comunicación de la institución. Muchos cuestionaron, con razón, sus credenciales: una licenciatura trunca, para empezar. Conacyt inmediatamente lanzó un comunicado irrisorio con una breve semblanza curricular que ayudó poco y potenció las sospechas. ¿Qué tanto su relación con Jenaro Villamil, presidente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, determinó su nombramiento? Recordemos, Alexir Ledesma fungió como editor de Villamil Informa. Afortunadamente, Ledesma renunció a su cargo aludiendo a la presión mediática y en redes sociales.
Lo que me preocupa con respecto a Conacyt, más allá de estos problemas de diseño institucional, es el lugar que Andrés Manuel López Obrador quiere otorgar a la institución científica y tecnológica del país. Quiere politizarla, como a todas las demás, y quiere debilitar su autonomía. Además, la ve como el patio trasero donde se colocan los tiliches innecesarios y donde se pagan los favores políticos. Ante el aluvión de críticas, molesto, declaró: “Hay toda una campaña y es importante ventilarlo, están muy molestos algunos del Conacyt porque hay mafias en todo, hasta en la ciencia, porque tenían sueldos elevadísimos y tampoco tenían tanto nivel académico, entonces se sienten desplazados”. Para López Obrador, me queda claro, no hace falta la ciencia mafiosa y fifí: basta con el pueblo sabio para el sabio diseño de políticas públicas. C’est la vie en la 4T.
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