Durante mi crecimiento y desarrollo, los niños jugábamos en las calles de la Ciudad de México sin la supervisión de un adulto, tomábamos agua directo de los grifos de las casas, andábamos en bicicleta por las calles, comíamos cualquier cosa que se nos atravesara en el camino y, por supuesto, veíamos cualquier cosa que pasara en la televisión. No es que no existieran entonces los peligros que nos rodean ahora, pues ya se nos prevenía de aquellos quienes vendían y regalaban droga fuera de las escuelas, también se nos daba alerta acerca de los roba chicos. Pero también es cierto que en la televisión los contenidos eran bastante limpios y que la comida no contenía tantos conservadores y químicos en su elaboración. Ni qué decir del agua corriente de la llave que era potable. Los peligros sociales han existido siempre, aunque ahora pareciera que se han magnificado. Hace unos días que hablaba con Raúl al respecto de este tema, discurríamos al respecto de que si las cosas se ven peor que antes debido a que la comunicación y la información que recibimos es mayor y más oportuna. La inmediatez con que conocemos de los hechos y la cantidad de acontecimientos de los que se nos dan razón, pueden ser parte importante de que nuestros comportamientos y consideraciones al respecto de nuestra seguridad estén cambiando.
Es un hecho de que el mundo no es el mismo que hace treinta años, ha cambiado y ahora en día la sociedad mexicana, como casi en todos los países, también se ha transfigurado en nuevo orden social. Los riesgos y peligros personales han aumentado, pero no sólo conceptualmente sino en la realidad, en los números. La seguridad se ha vuelto una necesidad incorporada a nuestro modo de vida. A mi generación le tocó ser la primera en México que uso el condón como una práctica obligatoria de sanidad, y fuimos los primeros en conocer acerca del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) como una enfermedad de transmisión sexual. La primera enfermedad de transmisión sexual que podía cobrar una vida. El punto al que voy se refiere a que ahora tenemos la necesidad, hija de la información, de blindar nuestras vidas para intentar mantenernos fuera de los peligros habituales. Las escuelas particulares, por ejemplo, se han convertido en fortalezas asistidas por seguridad interna. Las rejas de los colegios se han cambiado por muros de concreto para que los demás no puedan tener contacto con los estudiantes desde la calle; los automóviles ahora tienen alarma desde su fabricación, y los más elegantes incluso poseen bloqueos especiales para que no les puedan robar ni las llantas. Antes cruzábamos al país vecino del norte con un pasaporte el cual sellaba el agente aduanal, y ahora, además, se nos toma una fotografía al tiempo que se nos toman huellas dactilares en cada ocasión que ingresamos. Hemos dejado de dar nuestros datos generales y personales por teléfono para prevenir ser objeto de asalto o de fraude. Nos estamos convirtiendo en una sociedad hermética en el intento de protegernos de los demás. Las calles han dejado de ser la extensión de nuestras casas y la noción del barrio se está perdiendo cada día. Los parques y jardines donde jugaban nuestros niños ahora están siendo usadas por adultos que pasean a sus mascotas o que intentan mantenerse en buena forma física. Los ciudadanos más pudientes tienen chips de localización inyectados bajo su piel y monitoreados por satélites para poder ubicarlos en cualquier tiempo, como el ex candidato panista a la presidencia, Fernández de Ceballos. La semana pasada en el negocio de un cliente, me tocó ver la demostración de un sistema de seguridad por cámaras inalámbricas que están conectadas a Internet y que, además de grabar durante siete días las áreas donde se colocan, uno tiene la posibilidad de ver, desde su Smart Phone, su iPhone, su Tablet o dispositivo equivalente, en tiempo real y en vivo, las imágenes que transmiten estas cámaras, Pero esto es un fenómeno mundial, no sólo sucede en México. En Panamá, por ejemplo, tanto en la ciudad capital como en la Ciudad de Colón, en los hoteles de cierta categoría, la seguridad de las instalaciones está resguardada por cámaras, monitoreadas continuamente y por personal que porta armas de fuego; igualmente en el Resort para esquiar Blue Point en la Columbia Británica en Canadá, está protegido como si fuera la Casa Blanca del gobierno americano. Inclusive hasta para navegar en Internet usamos sistemas de seguridad que nos protegen contra virus y robo de información.
El problema que encuentro en esto es que nuestras sociedades están tendiendo a una suerte de ostracismo, a una vida en pequeñas moléculas que a la postre nos privarán de la posibilidad de un espectro más amplio en nuestra experiencia social. Una aislación en pequeños grupos que ya se refleja desde ahora en formas de fraccionamientos de inmuebles exclusivos, cotos bardeados y aislados que poseen seguridad propia, a guisa de microcosmos sociales. Si bien este estilo de vida separado, resguardado, antes era exclusivo de la clase social alta, ahora se está extendiendo este modo de vida a la clase media y no sólo en el aspecto de la vivienda sino en todos los ámbitos. Me parece que estamos en dirección de vivir una molecularización de nuestras sociedades, aunque no a corto plazo y, sólo si, la inseguridad continua.