Como una medida para contrarrestar la violencia que se ejerce contra las mujeres, el anterior jefe de Gobierno de la CDMX, Miguel Ángel Mancera, repartió silbatos. El pito de Mancera, nos burlábamos, servía para que las mujeres lo usaran en caso de verse cara a cara con el peligro. Fracaso anticipado, la “estrategia” ni siquiera se utilizó entre la población. Ya con anterioridad se implementó en el Metro de esa ciudad el uso de vagones exclusivos para mujeres, con la misma finalidad, combatir la violencia sexual, lo que ocasionó múltiples debates sobre la estrategia. Apenas esta semana se realizó un mapeo de las estaciones del Metro donde mujeres han señalado que sufrieron intentos de secuestro o agresiones, con lo que se pretende que haya mayor atención en la seguridad del Sistema de Transporte y de la Policía capitalina en estos puntos. En Aguascalientes, esta misma semana, las redes sociales compartieron rápidamente los testimonios de dos mujeres que, dijeron, fueron asediadas por los tripulantes de un vehículo, cerca de la Universidad Autónoma.
Nadie en su sano juicio puede negar la violencia que rodea a las mujeres, las estadísticas, con 9 mujeres asesinadas por día por razones de género, los miles de casos de violencia de la pareja, las violaciones sexuales, o la sensación de vulnerabilidad entre nosotras, son la prueba de ella.
Con estos hechos, no puedo dejar de señalar la respuesta que hemos tenido como sociedad informada: Mientras hombres y mujeres reflexionaron sobre el clima de violencia hacia las mujeres, otros ofrecieron acompañamiento y seguridad a sus amigas, familiares y desconocidas para evitar cualquier atentado en su contra; algunos otros promovieron el linchamiento a agresores; muchos exigieron reforzar la seguridad a las autoridades; tantos más envolvieron el tema en una burla.
Me alarma sobremanera que perdemos el foco principal del tema: la violencia machista y feminicida. Lo dejé muy claro con anterioridad, muchos de los hombres que ofrecen protección a las mujeres son incapaces de evidenciar y confrontar a su amigo el agresor, son simples hipócritas que tratan de protagonizar un conflicto del que ellos forman parte con palmaditas y sobadas de lomo a las mujeres, mientras siguen tolerando entre sus amistades masculinas los machismos de siempre, pero que buscan quedar bien ante los ojos del respetable público que los atiborra con cientos de reacciones y les agradece su apoyo y esfuerzo.
Otro punto: el evidenciar las agresiones, sin acciones contundentes, nos ha llevado a la banalización del tema, nos ha puesto en el terrible lugar de mujeres histéricas que solo buscan protagonismo y llamar la atención; ha mermado la tragedia de las familias al perder a una mujer de su casa a manos de su pareja, a manos del machismo, ha minimizado el que nos sintamos inseguras en las calles.
Tampoco hemos fomentado la cultura de la denuncia porque no creemos en las instituciones, y sin embargo hemos exigido la implementación de protocolos y sanciones que no utilizamos. No denunciamos las agresiones, no hay denuncias ni reportes ante las autoridades. No establecemos que una red feminista, comunitaria, social, serviría no únicamente para compartirnos ubicaciones y saber que llegamos seguras a casa, sino para acompañarnos en el tortuoso proceso de denuncia, para ofrecernos a pasar horas sentadas exigiendo la atención inmediata de las autoridades y evidenciar a las autoridades que no nos atienden ni respaldan. Acompañarnos por horas en los Ministerio Público y la Fiscalía llevaría nuestros casos hasta las últimas consecuencias.
Ya existe en la capital, por fin, una sanción contra el acoso callejero, ¿para qué nos sirve una Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia?, ¿cómo le exigimos a las instituciones pertinentes que abonen estos cambios?, ¿qué vamos a hacer para que los hombres dentro y fuera de nuestros círculos sociales se detengan y dejen de creer que tienen autoridad sobre nuestros cuerpos?, ¿cómo fomentamos un cambio colectivo social y cultural y real? Son nueve mujeres asesinadas diariamente que bien pudieron tomar todas las medidas necesarias de seguridad y que el Estado no protegió, ni protegerá al no garantizar la justicia, muy diferente a la venganza.
Como la promoción de los linchamientos contra agresores. Así, seguimos malentendiendo el sentido de justicia, que tampoco abona a eliminar de raíz la violencia. El secretario de la Policía municipal de Aguascalientes no ha dejado de presumir los números de detenciones por los patrullajes en los puntos rojos de la capital, para prevenir la comisión de delitos. También ha desestimado la percepción de inseguridad entre la ciudadanía, esa que la gente vive a diario, que la siente en el ir y venir, en el ver lo que sucede en las calles; el secretario también ha deslegitimado a los medios de comunicación al asegurar que exageran y fomentan la sensación de inseguridad. La más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Inegi informó que la percepción de inseguridad tuvo un ligero descenso en Aguascalientes, lo que el secretario achacó al trabajo de su corporación, ¿ahora sí cree en la percepción de los aguascalentenses?
¿Y? Las mujeres nos seguimos sintiendo inseguras a pesar del asegurado incremento de vigilancia, lo que significa que más patrullaje en la ciudad no nos devuelve la tranquilidad si en todos nuestros espacios nos sentimos vulnerables, porque eso es lo que al final exigimos, sentirnos seguras. Contradictorios, muchos, han reprochado la implementación de los binomios caninos en la Universidad Autónoma ante la presencia delictiva en la institución, de la venta de drogas, de personas sospechosas, y en nombre de la autonomía universitaria piden la no intromisión de la Policía en las instalaciones, y mientras hacen de esto un pleito mayúsculo se sigue desviando la atención del problema principal.
Las medidas que establezcamos podrían funcionan en lo inmediato, pero la violencia continúa latente. El señalar los lugares donde hemos sido agredidas, publicar cómo hemos sido violentadas se vuelve, por desgracia, el pito de Mancera, tan estruendoso como estéril, que podrá espantar, pero no elimina la violencia estructural que atenta contra nuestro desarrollo y contra nuestra vida. Y como los gritos, entre más altos, más acostumbramos al oído al disturbio, y menos serán escuchados y atendidos. Podemos continuar separando a hombres y mujeres de los vagones del metro, seguiremos evidenciando las agresiones que sufrimos en las redes sociales, podrán los hombres ofrecerse a acompañarnos, seguiremos entre mujeres avisando que llegamos sanas a casa, pediremos más vigilancia, todo es válido, pero insuficiente. Hagamos comunidad, denunciemos juntas, de otra manera la violencia seguirá en todos lados.
@negramagallanes