Cinefilia con derecho / Cristiada: totalitarismos históricos - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Al hablar de Cristiada (2012) la opera prima de Dean Wright  no voy a hacer énfasis en lo que ya ha sido dicho de manera constante: es una pésima superproducción gringa, maniquea ad nauseam, con tan mala producción y asesoría histórica, que hace unas mezclas realmente irónicas, sólo por citar un ejemplo bosques de coníferas al lado de aquellas enormes pencas de maguey clásicas de paisajes áridos y de las cintas revolucionarias; un general interpretado por Andy Garcia con chaleco y paliacate al cuello, muy al estilo vaquero sheriff que sin duda nos remite al chili western mexicano; ni siquiera valdría la pena dejar en claro cómo pretende hacerse promoción con un eslogan victimario “La historia de México que te quisieron ocultar”. Me interesa más bien resaltar lo que podríamos llamar un totalitarismo histórico, la visión e interpretación sesgada y sin libertad de un hecho que puede llevarnos como sociedad a conflictos ancestrales tan absurdos como sangrientos.

Primero la visión de los buenos: los buenos son muy buenos, al grado que el sacerdote culpable de quemar a personas en un tren, hizo todo lo posible por no hacerlo (preguntando una y otra vez si había más personas en los vagones); un irredento ateo y militar que encabeza el movimiento (general Enrique Gorostieta totalmente descontextualizado de la realidad histórica)  con el tiempo se transforma en creyente e incluso pide la confesión justo antes de morir. Tal vez este sea el personaje que pudo ser mejor delineado, si bien en principio se comprende que acepta su encomienda de luchar con los cristeros porque se encontraba aburrido de ser un militar de alto rango y glorioso pasado pero en el retiro, no se nos muestra como espectadores cuál es el momento de redención que lo transforma y lo hace pasar del grito de guerra al grito de convicción: “¡Viva Cristo Rey!”

Segundo la visión de los malos: interpretado por el multifacético abogado panameño Rubén Blades, el presidente Plutarco Elías Calles es retratado como un auténtico paladín del mal que disfruta haciendo valer las leyes. El presidente Calles sin lugar a dudas fue un militar que, dada esta naturaleza, ciertamente era tan estricto que cuando fue gobernador de Sonora y decretó la ley seca, no titubeo en enviar al ejército a fusilar borrachitos. Sin embargo se le esboza fuera de un ser humano común que tiene claroscuros, para una visión más integral de Calles recomiendo la reciente y excelente novela de Ignacio Solares El jefe máximo. Para hacer énfasis en la maldad el director hace un especial trabajo en la secuencia de tortura y muerte de un niño cristero, que prolonga una y otra vez, haciendo énfasis en los gritos, la sangre que marca las huellas de dolor y obviamente a través de close ups que buscan impactar al espectador.

La visión de la guerra: para Cristiada, ésta fue un movimiento que logró ser coordinado por un general y que estuvo a punto de derrocar al gobierno, por ello el general Calles elige pactar. Sin embargo, a juicio de muchos historiadores, la rebelión nunca dejó de ser una guerra de guerrillas, como lo dice la Nueva Historia Mínima de México: “nunca llegaron a conformar un ejército con un mando unificado y coordinación entre sus componentes”.

Los totalitarismos históricos nos pueden enfrentar de nuevo como nación, por eso es grave que se pretenda revivir un conflicto Iglesia-Estado no sólo con la cinta, sino con base en otras muchas situaciones, especialmente la reforma al Artículo 24 de la Constitución que pareciera abrir rendijas a una libertad religiosa que en la forma actual que la vivimos en México, tal vez no sea el momento de cambiar. Y es que la libertad en esta materia atraviesa en nuestro país por un impase en que ciertamente se ejecutan algunos actos que son poco ortodoxos en relación a los preceptos legales, pero que han permitido una sana convivencia al amparo de este derecho constitucional.

Qué enorme distancia entre esta película y la estética y bien lograda Los últimos cristeros (2011) de Matías Meyer que se aleja de extremos, que evita enredarse en una discusión compleja en sí misma sobre los orígenes y la legitimidad de la lucha, para darnos una fotografía de lo que vivieron aquellos hombres comunes que se lanzaron a una guerra sin más pertrechos que su fe.

El problema Iglesia-Estado en verdad fue un movimiento que trajo aparejados males al país, la prohibición de libertades religiosas, la muerte de cientos de personas, la tortura y martirio de muchas más; precisamente ese es el punto por el cual la cinta es irresponsable en el manejo de los acontecimientos, es inoportuna en su temática, mala en su producción pese a los 110 millones de dólares invertidos, pero lo más grave es que, pese a todos los errores y excesivas afirmaciones, haya quienes pretendan usarla como una herramienta política en el contexto de las elecciones de este año. n

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