A los seres humanos nos gusta la tortura. La practicamos en forma sádica (torturar a otros); masoquista (que nos torturen); o sado-masoquista (tortura mutua). Y para ello utilizamos toda clase de medios, tanto materiales (líquidos, gaseosos o sólidos, en su estado natural o retorcidamente elaboradas en formas por demás complejas) pero las que más nos gusta aplicar o sufrir son las torturas mentales, que van desde la cándida inocencia hasta la más siniestra perversidad.
Pero pocas veces hablamos de tortura; solo la aplicamos la sufrimos o la compartimos, como valores entendidos. Esto es lo más fácil de comprobar, tanto en la vida real que a cada paso estamos confrontando con los hechos (todo es cuestión de que los queramos racionalizar o no), como en la imaginaria (todo es cuestión de que no tengamos nada qué hacer o que veamos un televisor encendido, que es lo mismo: no pasarán cinco minutos sin que constatemos un acto de tortura).
Entre las torturas mentales las que más nos enajenan son los inventos, pues no hay nada más fascinante que crear lo que ni la Naturaleza contempló. Es el caso del tiempo, que es el tema que se me ocurrió para esta entrega, porque “no tuve el tiempo” necesario para continuar con la serie histórico-política.
Mientras el niño en gestación depende de la madre para sobrevivir, para él no existe tiempo; solo percibe sensaciones: hambre, sed, frío, sueño, ruido, sonido, amor, alegría, temor, fastidio, etc.
Los problemas empiezan cuando el niño empieza a comunicarse por medio del lenguaje; es decir, cuando al introducirse en sociedad, se inicia en el aprendizaje de las costumbres; en el mundo de las invenciones humanas. Con el destete (ya sea del seno materno o del biberón inhumano con el que sufre el primer trauma) empieza a tener conciencia de sí mismo y a enterarse de que tiene que aprender a resolver sus propias necesidades; de que tiene que conquistar su “independencia” para convertirse en una persona que busque y conquiste su lugar (inferior, medio o superior) en el mundo, como miembro de una sociedad a la que en la antigüedad llamaban con la atormentada expresión del “valle de lágrimas”.
Entonces tiene que empezar por enterarse de que llegó con una dotación de “tiempo”, que a partir de ese momento comenzará a contar regresivamente, pero sin saber cuánto es, ni cuándo, en el futuro, se agotará. Empieza el suplicio.
Primero debe aprender que tiene que estudiar interminablemente, obteniendo en cada etapa un certificado que le acreditará para ingresar al siguiente, de manera infinita. Siempre escucha que para ser una persona de provecho tiene que coronar su carrera, pero la(s) carrera(s) nunca terminan. Pareciera que el tiempo, “su tiempo”, no tuviera fin; como el conejo del cuento de Alicia en el país de las maravillas, cuando dice que hay que correr mucho para mantenerse en el mismo punto, igual que los burócratas.
Hay gente que colecciona tantos compromisos que nunca “tiene tiempo” para cumplir bien con ninguno; son los candidatos a caer en lo que los franceses llaman surmenage (que quiere decir exceso de trabajo) y los ingleses stress (que según el diccionario significa “Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves”) en cambio, hay otros a los que siempre “les sobra tiempo” porque lo coleccionan haciendo nada… (de provecho, como diría mi abuelita, porque “la pereza es madre de todos los vicios”).
Esto nos lleva a pensar que si el tiempo existiera, entonces sería elástico, pues mientras unos teóricos de la Física (no todos) aseguran que su medición es precisa y permanente y que para eso inventaron el reloj; mientras las manecillas corren con la puntualidad que ellos dicen, para unos seres humanos las manecillas lo hacen con mucha rapidez y para otros con demasiada lentitud; y no necesito dar ejemplos porque todos nos hemos enfrentado al mismo fenómeno.
Esto significaría entonces que el tiempo también es relativo como lo diría Einstein, aunque por razones que desconozco porque no he estudiado las matemáticas complejas de la Astrofísica. En todo caso, cualquier niño con primaria sabe que la hora, el día, el mes y el año de la Tierra no son iguales en ningún otro planeta de nuestro Sistema Solar.
Pero antes de volverme loco por escribir algo en el escaso tiempo que tenía disponible, por lo pronto me voy a poner a trabajar en lo que sí puedo terminar para que el psiquiatra viva a costa de mi angustia, pues tengo que completar el cobro de la consulta para que viva de mi estrés, no vaya a ser que se me ocurra escribir alguna cosa sin sentido y me otorguen el premio Nobel, cosa que no deseo porque complicaría más mi depresión.
“Por la unidad en la diversidad”
Aguascalientes, México, América Latina