Los primeros datos sobre los resultados de la campaña El buen fin, que copia la costumbre de rematar saldos comerciales durante el Black Friday de los EU, reportan que el 40 por ciento de las ventas de este fin de semana se volcaron en aparatos electrónicos. Sin tablet, ni Blackberry, pantalla gigante y muchos más de los adminículos adictivos, ni pensar en el paraíso que la mercadotecnia avasallante -del mundo saturado de datos, pero sin información- nos lleva a aspirar.
Si tienes, eres. Si puedes lucir un moderno aparato de ésos, aunque no lo sepas usar, entras –o al menos crees que entras- al círculo selecto de los más sofisticados habitantes del planeta. Y lo maravilloso –para quienes los hacen- es que entras por propia voluntad, sin darte cuenta de que te han llevado a ser uno más de los silenciosos y obedientes garantes de la supervivencia de la economía consumista y la sujeción monetaria. Pero no dejes de pagar religiosamente tus mensualidades, porque si lo haces te conviertes en el paria apestado por el buró de crédito con lo que se te negarán las tan preciadas tarjetas plásticas durante seis años.
Coincidentemente este fin de semana concluye la Cumbre Iberoamericana 2012, donde desde Cádiz, los países desarrollados, hoy sumidos en profunda crisis financiera por el consumo suntuario excesivo, confían en la solidez de algunas economías latinoamericanas para recuperarse. La primera mandataria brasileña, Dilma Rouseff, advierte, sin embargo de los graves riesgos de confiar en una recuperación de este tipo mientras Europa y los EU enfrentan brutal recesión al contraer sus economías para satisfacer la voracidad de los bancos.
El mundo enloquece sin querer dejar la adicción del individualismo consumista que lo ha traído a este patético estado de quiebra que aún se aferra en negar. La experiencia brasileira con una economía solidaria, que le ha permitido sostenerse a pesar de las crisis globales, debería decirles algo a aquellos países que se debaten entre la protesta social creciente y las recetas del Consenso de Washington. El individualismo ya no da para más, el afán ilimitado de lucro y la penalización de la pobreza creada por el sistema, están cavando su propia tumba.
La historia de la humanidad corrobora que, aparte de la bonanza económica temporal de tribus, reinos o imperios, provocada por la conquista y el saqueo, la permanencia de las culturas sólo se logra mediante la solidaridad. La sustentabilidad de largo plazo sólo ha sido asequible con correcciones periódicas de las desigualdades socioeconómicas acumuladas cada cierto periodo de tiempo. Las grandes culturas pudieron mantenerse durante siglos mediante mecanismos que de una u otra manera ajustan los desequilibrios acumulados. El jubileo judío condonaba las deudas para poder volver a empezar desde niveles de igualdad. Con el fuego nuevo cada 52 años y conmemoraciones religioso-sociales similares, todas las culturas encontraron la forma de renovarse y recomenzar. El principio fundamental ha sido la solidaridad.
En el argot francés judicial del siglo XV, “solidaire” (solidario), se refería a una situación en la que cada uno respondiera por todos. En el siglo XVIII, Diderot usó la palabra con su acepción actual de “adherido a una causa”, aplicándose el término también a objetos cuyo movimiento depende recíprocamente de otro, como las piezas de un engranaje.
Todas las culturas, en tanto que han estado fundamentadas en un conjunto de principios y valores trascendentales o religiosos, han asegurado su supervivencia y progreso en la solidaridad. Al divorciarse la cultura occidental de sus fundamentos judeo cristianos, privilegiando la competencia y exclusión o aniquilación del otro como medio de supervivencia, se ha perdido en su propio laberinto de avaricia.
El fundamento de la economía solidaria se halla en casi todas las religiones del mundo. Las máximas religiosas, no sólo permiten salvar el alma, sino que establecen normas y prácticas para hacer la vida en este mundo más llevadera y sustentable en todo sentido. Varias de las máximas y enseñanzas religiosas son el meollo de la praxis económica que resulta ser la opción para salvar al mundo de la actual encrucijada en que el privilegio de la escasez para asegurar la ganancia de unos cuantos, lo ha colocado.
La economía solidaria se puede comprender a través de conceptos como: “Eres feliz, si vives cada momento aprovechando al máximo tus posibilidades.” “Creer que necesitas lo que no tienes, es la definición de locura; que no te puedas realizar hasta tener todas esas cosas, es una ilusión.” “Atraes lo que eres.” “Progresas cuando pasas de pensar en cómo puedes conseguir cosas a cómo ofrecerlas.” “Si no estás pendiente de ti, sino de cómo puedes dar, el universo te responderá dándote cosas, mucho mejores de lo que tú hubieses pensado en recibir.” “El Universo se volcará a servirte en el momento en que tú te dispones a estar en incondicional servicio de algo o alguien.”
La economía solidaria no es una religión. Es un estilo de vida para una convivencia social con conciencia individual más amplia. Donde podemos desarrollarnos y ser, sin pasar por el afán de tener. A medida que nos adentramos con la economía solidaria en la fase de privilegiar el sentido de la vida por encima de las pertenencias, no se pierde la ambición o anhelo personal. Se combina la ambición ampliada con solidaridad, en sincronía con todo lo que te rodea, con un sentido mucho más amplio que te lleva a vivir en plenitud y ambicionar la felicidad en la armonía.
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