El presente texto es una versión recortada de la ponencia que pronuncié el día 16 de noviembre con motivo del Encuentro Estatal de Productores Visuales.
Se nos ha pedido reflexionar sobre la relación entre instituciones culturales y comunidad artística. El tema, tan general, como se podrá intuir, es sumamente complejo y en unas cuantas cuartillas, me parece, no es desahogable; sin embargo, trataré de comentar por qué la labor del instituto es una cuestión de forma mientras que la labor de los artistas es de fondo.
Comienzo, pues, con el Instituto Cultural de Aguascalientes (ICA) y su “Compromiso de Excellentia”. En éste, leemos: “En el Instituto Cultural de Aguascalientes estamos comprometidos en ofrecer servicios culturales y artísticos de calidad estimulando la creatividad social y ampliando los vínculos con públicos diversos tomando como base el reconocimiento a la tolerancia, el respeto a la diferencia y la Gestión de Excelencia.”[sic]
Las condiciones en las cuales se encuentra la mayoría de los espacios para exhibición de obra del instituto, son lamentables. Ejemplo: en el Encuentro Nacional de Arte Joven 2012, Enrique Alberto Mendoza fue seleccionado con la obra “Metamorfosis, 2012” (una serie unida de anillas de aluminio). Una parte formaba una especie de pequeña montaña depositada en un plato; otra, unida a la anterior, estaba suspendida en forma de hilo ya que la cabeza, digámoslo así, estaba pegada a un soporte electrónico, colocado en el techo, que provocaba el movimiento circular de la pieza. Este trabajo fue colocado delante de una ventana. Cuando me tocó verla noté que atrás de la obra había un rosario -igualmente supendido sólo que en la parte de la ventana- de tal forma que uno veía empalmados, si se paraba enfrente, dos especies de hilos: uno de las bolitas propias del rosario; otro de las arandelas. Pregunté a la persona que se encarga de solicitar la firma en el libro de visitas (probablemente el vigilante) si la obra estaba formada por esos dos detalles. Me dijo que no; que el rosario lo había puesto él para que diosito nos protegiera.
El vigilante, lógicamente, no tiene nada de culpa al invadir, involuntariamente, la obra del artista creando una suerte de intervención. La culpa es de las autoridades que no se toman el tiempo de capacitar a esas personas y decirles que no pueden hacer determinadas cosas en una galería. Ya ni hablemos de la música que ponen; de la iluminación; de la humedad; y demás ejemplos que se reproducen en otros museos.
Estas características pueden pasar inadvertidas pero, en un sentido estricto, el instituto está para presentar forma. El fondo lo hacen los artistas.
Empiezo con una obviedad: los artistas deben trabajar en concentrar su inteligencia en su obra. Eso es (casi) lo único que tienen que hacer. Hay otro elemento que no les vendría nada mal: argumentar su obra por escrito.
Lo he dicho en otras ocasiones: los artistas deben aprender a escribir. Cuando soliciten los espacios para exponer deben hacerlo con argumentos. He tenido la oportunidad de ver algunos trabajos, sometidos a concurso, que han entregado al Instituto Cultural, que dejan mucho qué desear. No mencionaré nombres, pero sí características de los documentos. Sirva un ejemplo, reciente, para ilustrar a qué me refiero:
Un trabajo fue entregado engrapado (incluso suena cacofónico) con hojas directamente desprendidas de una libreta y, por si fuera poco, escrito con pluma.
Alguien podrá decir que es sólo un ejemplo; sin embargo, sospecho que toda convocatoria adolece de estas circunstancias. Esto es sólo una impresión que se refuerza cuando escucho a los propios artistas admitiéndolo.
Hagamos un ejercicio de abstracción: imaginemos que las condiciones para exponer, dentro del ICA, han sido resueltas; que los artistas han entregado proyectos presentables. Toca el turno de exponer. ¿Qué ocurre?
Habrá que dividir a los artistas en dos: principiantes y con cierta trayectoria. Los primeros pueden ocupar varias salas de exhibición: se entiende que están saliendo al ruedo en busca de los comentarios de los asistentes. Aquí encuentro una misión valerosa y plausible: someter el propio trabajo al escrutinio público. No hay otra manera de crecer, artísticamente hablando, que ésa. Me parece estupendo que el instituto abra sus puertas, a los que están comenzando, un par de veces; mas no siempre. Si el incipiente artista expone, digamos que en menos de cinco años, una vez: perfecto. Dos veces: bueno. Tres: no sé. Cuatro: híjole. Cinco: ¿en serio? Yo creo que los artistas principiantes deben ensayar un discurso, una voz, un estilo con la ayuda de las instituciones. Pero no deben abusar de ellas una vez que pasan a tener una cierta trayectoria.
Si los mismos artistas exponen en los mismos sitios una y otra vez en un corto periodo, eso me habla de que no hay corrección ni valoración personal del camino recorrido. En otras palabras: Impulso adolescente por presentarse al público.
En este sentido, la labor del instituto, como he mencionado, debe ser la de impulsar y difundir el trabajo de los artistas para que, si lo ameritan, salgan de aquí y expongan en otros estados o en otros países. Un artista que sólo expone en Aguascalientes, a mi juicio, es un artista incompleto.
Antes de finalizar mi intervención, una sugerencia: Los cafés que no cuenten como exposición. Es de mal gusto leer en las currículas de los artistas que han expuesto en un montón de cafeterías del mundo. La razón es sencilla: no hay un filtro. Lo que se tiene que hacer es pedir permiso al dueño del establecimiento y esperar una respuesta positiva. No hay un jurado. No hay un comité.
Estoy consciente de que la problemática que aquí he planteado es sólo una delgada parte de algo más grueso; sin embargo, considero que son cuestiones que se deben colocar en la mesa de discusión para que forma y fondo se unan en las exposiciones.