Los viajeros del sueño / La escuela de los opiliones - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Si prestamos atención, escucharemos algunas palabras divinas en la boca de una de las princesas de ficción más hermosas y crueles de las últimas décadas. La Dulce Princesa, o la princesa Bubblegum, en la quinta temporada de Adventure Time entrena a una élite de guerreros a luchar contra el gas del sueño instalado en sus guardianes gigantes. La técnica es muy sencilla: para soportar el sueño hay que hacerse de un puño invisible, mental, y luchar rabiosamente, testarudamente, contra cerrar los ojitos y echarse la pestañita. 

Si son avispados, además de ver Adventure Time, entonces habrán escuchado en ese episodio las palabras de Dylan Thomas, voz poética y profética de la literatura inglesa del siglo XX; nomás que como muchas cosas, se perdió en la traducción: no sean gentiles con esos dulces sueños, o bien, no sean blandos contra esos dulces sueños. Así dice el diálogo de la Dulce Princesa. Cosa que nada tiene qué ver con el poema original: no entres dócilmente en esa noche quieta o, en la poderosa voz de Thomas, si lo buscan en YouTube, ustedes mismos pueden escucharlo: do not go gentle into that good night, old age should burn and rave at close of day; rage, rage against the dying of the light. No entres dócilmente en esa buena noche, que al final del día debería la vejez arder y delirar; enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz. 

Quizás, entonces, si cacharon este pequeño juego de poesía y de referencias se habrán asustado como yo cuando vieron que la Dulce Princesa era la única despierta y que sus guardias élite, entre ellos Finn y Jake, yacían vencidos por el gas del sueño. Dormidos, aunque yo pensé que muertos. El poema de Thomas es un túnel de luz, la muerte anunciada después de una vida mayormente silenciosa; la muerte inexorable que viene de mano a mano después de la vejez de una vida sin aspavientos. No me parecía extraño, pues, que la Dulce Princesa, personaje manipulador por excelencia, hubiera matado sin querer a sus mejores soldados. Después de todo, la Dulce Princesa es un personaje milenario, un vagabundo errante. Ha vivido en su mundo post apocalíptico durante décadas y cualquier vida, para ella, es como dirían las tortugas chinas cuando las gallinas cacarean: nomás un respiro, un segundito breve. 

Finn y Jake, por extraño que parezca, también se parecen al poema de Thomas: pocas veces luchan rabiosamente contra su destino, que no con ello digo que han dejado de luchar, sólo que no sueltan alaridos como algún viejillo arrepentido y viven el presente, lo gozan con la máscara de una infancia imaginada. No pienso que sea tan extraño encontrar las palabras de Thomas incrustadas en este episodio, “La bruja de agua”, ya que precisamente trata de personajes ancestrales, viejos como ellos solos, negociando con fuerzas sobrenaturales para recuperar algunos pedazos de su infancia, sus memorias felices. Marceline, el vampiro, ha perdido a su osito de peluche: Gumbo, y se embarca en un viaje con Bubblegum para recuperar ese memento. Por otra parte, si han leído cualquier poema completo de Thomas, quizás estarán de acuerdo conmigo que fácilmente podrían verlo adaptado en cualquier episodio de esta serie, pues no sólo es imaginativa pero alegremente experimental y artística en sus trazos, sus diseños, sus secuencias. Los versos de Thomas serían felices en este mundo de mitos nuevos y ambiciosos. 

En otro lado, ya que empezamos a hablar de princesas manipuladoras y ancestrales, Michael Ende escribe en el Ponche de los Deseos -cito-: “Ahora bien, es un hecho conocido que, a veces, los libros se tienen entre sí un odio mortal. Aún tratándose de libros enteramente normales, cualquiera que tenga un poco de tacto no colocará Justine junto a Heidi ni Las leyes tributarias junto a La historia interminable, aunque, naturalmente, los libros normales no pueden oponerse a eso”. Quizás es un poco gracioso ver que Ende, ya sabiéndose un autor consolidado, haya colocado de refilón su obra magna, nomás como para echarse la babita en el pelo y decir quíhubo, guapos. Pero lo que me interesa es ese otro mensaje, los primeros libros que menciona. Mientras que la Dulce Princesa, a través de Thomas, advierte a los niños de la existencia de las vidas desperdiciadas y las muertes inexorables, Ende nos muestra dos contrastes en los que puede evolucionar la imaginación infantil: el camino de la montaña o el camino del calabozo. La imaginación liberada y el deseo prisionero. 

Ende no parece un extraño a dejar este tipo de mensajes o de advertencias. Todo autor interesante deja un camino de piedras que lo dirige a sus lecturas, como, por ejemplo, Justine y Heidi. Jugando un poco con estas dualidades, estos caminos de imaginación, podemos entender, o creer entender, a la enigmática niña vieja de la historia de Ende. 

La Emperatriz Infantil no deja de ser mencionada en La historia interminable como un personaje que manipula a Bastian a través de sus deseos y estos deseos tienen un amplio rango, desde maternales hasta impulsos eróticos y básicos. Ojo: no por esto, de ningún modo, la historia de Ende penetra terrenos de perversión o de lujuria; quizás en otro lado, dará un brevísimo paseo en este camino, en uno de sus cuentos breves de El espejo en el espejo, cuando narra la existencia de una reina cruel que domina a sus súbditos, tal vez esta es la contraparte lógica, ya que Ende era un autor de dualidades, de la Emperatriz Infantil. Mientras tanto, los chamaquillos avispados que crecieron con Adventure Time encontraron a su primera Emperatriz Infantil con la Dulce Princesa. Finn se obsesiona durante arcos enteros en convertirse en su caballero andante, su protector. Estas historias de imaginación, pues, también son instructivos para la decepción y lo fortuito. Ninguna historia, igual que la vida, nos dará todo aquello que queremos. 

Por último, hablando de princesas y de figuras femeninas que podría decirse en realidad son el reflejo y contrarreflejo de la imaginación y sus etapas, una tía piolinera, de esas que mandan bendiciones en el Whatsapp, fue la encargada de educar a las jóvenes aristócratas y preciosistas del 1600 y cacho. Se llamaba Madame d’Aulnoy y no sólo mandaba piolines, pero también espiaba a la corte francesa para vender esa información a los españoles. O eso se dice, son puras habladurías, pero con algunos fundamentos: después de todo, fueron sus palabras y su labia los rasgos que la salvaron de ser ejecutada por traición. Ya se imaginarán el portento de señora. House of Cards le quedaba chiquito. 

Madame d’Aulnoy escribió un cuento de hadas clásico, el cual pueden encontrar en el libro azul de los cuentos de hadas, compilado por Andrew Lang, que se llama El enano amarillo. Creo que no es tan popular y reconocido como otros cuentos, pero quizás es por buenos motivos: raras veces a los padres les gusta enseñar a sus hijos que pueden perder, y pueden perder gacho. Personalmente, yo siempre se lo leo a mis sobrinos porque me gusta torturarlos. Un poco de nihilismo temprano, creo, es algo muy saludable para cualquier imaginación hiperactiva. 


En fin, el cuento atraviesa un terreno incómodo de la imaginación: la ironía; imagínense que todo hubiera salido mal en “La bella y la bestia”. La reina madre termina prometiendo a su hija en matrimonio a un horrible enano amarillo. Por si fuera poco, la princesa termina también prometiéndose al mismo enano. Así, el contrato por un alma queda firmado de dos vías. Cuando la princesa pide ayuda a su madre ella no puede hacer otra cosa que negarse amargamente porque ya había vendido a su chamaca, y lo que es peor, aún si pudiese cumplir su deber de madre, le era imposible porque la hija ya se había vendido. Con un contrato tan mefistofélico, no es de sorprenderse que cuando la muchacha ya no quiere cumplir su parte del teatro, ocurre un eclipse de sangre, sale un dragón, dos basiliscos y el pobre príncipe que según la va a salvar de todas estas calamidades, queda rebasado por las circunstancias, peor que si le hubiera caído el Apocalipsis. 

Las dos, tanto reina madre como princesa, inconscientemente se creen en un mundo de hadas donde un héroe, un dios, un narrador piadoso podrá romper el trato con estas entidades sobrenaturales. Pero d’Aulnoy nos da una lección a través de esta aristocracia ingenua, que lo mismo, podría ser el atisbo de una infancia sin malicias, y también en aquellos tiempos da una lección a las muchachas cortesanas que estaba educando en ese momento: su destino se divide en dos: o las prometen con un conde, un duque o un rey muy feo y sus padres no harán nada porque les vale fifí; o más les vale aprender cómo escribir y contar historias para que puedan vender secretos a otros países para vivir, digamos, liberadas o bien, prisioneras de cosas más dignas. 

La literatura infantil y sus variantes, como las series de televisión, son ventanas que arrojan luz sobre los caminos de la imaginación, pero no sólo eso, sino también las vicisitudes de la vida, sus variantes y posibilidades. Sí, ya sabemos que en los libros infantiles existe la muerte, el deseo y la ironía; pero también se labra el camino para desarrollos más complejos y quizás desafortunados, más jugosos: la muerte de los viejos que nunca hicieron algo de valor en su vida, las figuras poderosas que manipulan a los ingenuos a través del deseo y la ironía perpetua de la vida: si crees que ya perdiste, puede ser peor, siempre puede ser peor. Y es a través de estas historias que nos enseñamos a maravillarnos con estas construcciones, estas posibilidades que también pueden inundar nuestras vidas. Nos preparan y abren cientos de caminos para las imaginaciones jóvenes, imaginaciones fértiles; nos permiten imaginar que hemos tomado el control de nuestros actos, que daremos lo mejor de nosotros, incluso en el peor de los momentos. 

 

San Andrés Cholula, Puebla. 

Noviembre 2018. 


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