Luis Luciano Montoya López.
Escribo su nombre completo por si alguna persona le conoció,
en espera de que lleguen estas letras a quienes, por diferencia,
dificultaron el duelo de un grupo de personas que pensaron ser familia.
La monogamia, al igual que otras organizaciones de parentesco, es una construcción social, sin embargo, las fracturas en los acuerdos de este tipo en las relaciones afectivas no pueden negarse, ni mucho menos los malestares que ocasionan. Hace tiempo había escrito sobre la responsabilidad afectiva como un acto indispensable para relaciones humanas más sinceras, sanas y empáticas, y es que más allá de las ideas sobre la exclusividad y la infidelidad, se encuentra en el fondo el permitir a la otra persona una plataforma desde la cual poder tomar decisiones para su bienestar, por ejemplo: el expresar que ya no se siente cariño, que se ha iniciado un romance con una tercera persona o que, además de la pareja, se desea involucrar a otra persona, para que así el compañero o compañera pueda confrontar de una manera más sana. El pensar en ello es algo abrumador puesto que rompe con el esquema que se nos ha inculcado sobre el amor, pero una franqueza incisiva de este nivel nos permitiría, entonces, reconocer las responsabilidades de cada una de las personas en sus justas dimensiones y evitar la lucha por mantener una aparente unidad, la cual puede ser más tóxica para los involucrados.
“Dolor de mujer” fue la forma en que una amiga nombró lo que sentía mi madre cuando murió su esposo, y era acertado porque, más allá de las posibles variantes neuropsicológicas entre hombres y mujeres, se encuentran las diferencias del sentido que se le da al sufrimiento. Desde mi adolescencia recuerdo haber acompañado el insomnio de mi madre, quien se pasaba las noches preguntándose si no se estaría condenando al pensar que su esposo le podría ser infiel. ¡Estás loca!, ¡están locos!; respondía él. Mi madre preguntaba a los familiares de a quien amó sobre la cuestión, recibiendo silencio o una advertencia de que, al menos, no le iba mal porque no la golpeaban como a otras. Años pasaron… varios. Meses después llegaron mi madre y mi hermano llorando por el encuentro fortuito que tanto se buscaba y, a la vez, se rehuía. Sin embargo, La Familia, como concepto e idea monolítica, debe mantenerse unida, así que pasaron más años.
Lo terrible ocurrió tiempo después, cuando mi madre recibió un mensaje multimedia. Ella no acostumbrada a la tecnología, le pidió a mi hermano adolescente ver de qué se trataba. La pareja extraoficial de mi padre había mandado un video donde ella y mi padre, desnudos. La idea de la posesión, la lucha por un supuesto cariño, habían llegado a niveles de violencia que afectaban a personas más allá de las relaciones que había desarrollado mi papá.
Hasta hace algunos tres años se sinceró con él mismo y abandonó el hogar. Una semana antes de su muerte, le decía a mi madre que había cambiado y quería retornar con su familia: con su esposa y sus hijos. Casi al término de la semana le marcaron a mi madre para decirle que él había muerto y que debía pasar a firmar para la entrega del cuerpo. Después del shock, mi madre marcó a su celular en espera de que algún familiar o vecino le informara del sitio donde se encontraba. Una voz femenina le respondió no sin antes señalarle que ella había sido su pareja durante los últimos 14 años. La gran duda fue disipada para pasar a un complejo proceso de duelo. Ya no importaban las razones, mi madre quería ofrecer una misa de cuerpo entero en El Encino para que él se despidiera de su banca, una frente al templo, en la cual se habían hecho novios. Al llegar a la funeraria se le negó el paso, a ella, quien más allá de los hijos y la firma de un contrato civil, trató de mantener esa familia ante la insinceridad de mi padre. Tuvo que buscar el acta de matrimonio para ingresar a la morada donde se le despediría a quien quiso y ver, frente a frente, a su contraparte, quien recibía las noches de baile, las copas y las risas. Gritos, dolor, preguntas y muchas lágrimas. Tuvimos que negociar la hora en la que mi madre, y nosotros, podríamos acudir sin la necesidad de estar cerca de la otra pareja de mi padre. Finalmente se logró realizar la misa de cuerpo presente, pero ella no pudo despedirse tranquilamente pues aquella había decidido deambular en la zona, a pesar de que también había organizado un segundo rito religioso. Llegó el colapso, la ira, la rabia contra quienes ni le ofrecieron el pésame, quienes le negaban la posibilidad de tener la certeza de una infidelidad para llegar con seguridad y exigir una explicación. Temí por su cordura y fue cuando me di cuenta que la llamada posmodernidad me había absorbido, una época donde el dolor es tan repulsivo que debe ser medicado y oculto. Poco a poco está llegando la tranquilidad, pero ¿cuántas historias similares no existirán en nuestro entorno?
Por lo general se escupe a los amantes extraoficiales, quienes son culpables por seducir, insinuarse y aceptar estar con alguien que tiene una pareja previa. Sin embargo, ¿la responsabilidad es de los amantes o de quien llegó a asumir un acuerdo de exclusividad y lo incumplió? ¿Saber que nuestra contraparte afectiva se encuentra en una relación debe anular el erotismo o incluso el posible afecto, orillándonos a alejarnos? ¿Cuáles son los límites de los amantes extraoficiales para evitar llegar a tener responsabilidades frente a la otra pareja que puede o no tener conocimiento de nosotros como amantes?
En lo personal me he encontrado en las tres posiciones de dichos escenarios y reflexionar sobre la responsabilidad afectiva con nosotros mismos y los demás puede brindar luz sobre estos dilemas que son más comunes de lo que quisiéramos creer. Siendo integrante de una pareja, lo más sensato es esclarecer nuestros deseos, expresar rápidamente si el cariño ha menguado o se ha extinguido, si existen placer o afectos (re)partidos para que, de esta forma, nuestro compañero o compañera tenga los elementos necesarios para tomar la mejor decisión para su bienestar: dialogar y acordar.
Si somos los amantes, lo correcto sería mencionarle a quien cuenta con una relación previa establecida sus responsabilidades y, frente a la otra persona, conocida o no, guardar nuestra distancia para dejar el proceso a seguir a quienes corresponde.
Si somos quienes se cercenan las neuronas ante la duda y la posibilidad de una infidelidad, ¿vale la pena asumir esas luchas para demostrar que tenemos la posesión sobre otra persona? La sinceridad, las relaciones abiertas y el cuestionar la monogamia se han presentado durante las últimas décadas como posibles esquemas de relación, no porque se desee una laxitud frente al otro, sino para ser afectivamente responsables y ver al otro como una persona libre, con la posibilidad de tomar decisiones, de establecer vínculos sanos y cordiales. Tal vez, así, podríamos reducir los duelos, las querellas y la rabia por la pérdida de alguien a quien nos han enseñado a mantener como propiedad privada.
En torno a estas problemáticas, también surgen las preguntas de cómo podrían actuar las amistades o familiares de cualquiera de las partes y es que, aunque se trate de una relación de la cual no formamos parte, el amor, ya sea visto como algo banal o un fenómeno social, queramos o no, nos trastoca a todas y todos. En este sentido, si somos amigos de quien está siendo “infiel”, considerando que ha asumido un pacto, una opción es hacerle reflexionar sobre las responsabilidades que tiene con su pareja, dejando así la decisión en el ámbito de competencia. Si se trata de una amiga o amigo que está padeciendo en la duda, también lo pertinente sería charlar con su pareja pues no sabemos el contexto propio de la relación, esto con el objetivo de solicitar empatía y sinceridad a manera de mediadores, pero nunca asumiendo una responsabilidad que no nos corresponde. En cambio, si nuestro cariño se destina a quien es amante extraoficial, lo único que podemos solicitar es mesura, evitar el malestar innecesario para la otra persona que tiene una relación pautada y, en todo caso, también cuestionar la responsabilidad y actitud de quien ha fracturado un acuerdo, toda vez que se considere una relación monógama.
A lo largo de los años he visto amistades fracturadas por los celos o por relaciones extraoficiales, las cuales podrían haberse mantenido en caso de que la sinceridad hubiese sido una política a seguir, lo cual tampoco es algo sencillo, debido a que nos atraviesa un cúmulo de pautas culturales y pensamientos que se han establecido en lo blanco y lo negro, olvidando los matices donde podríamos encontrar estados de mayor tranquilidad. En muchos de los casos, las personas que son parejas oficiales o amantes se cercenan la vida en una querella sin sentido, donde al término del día ambas son víctimas de una irresponsabilidad afectiva, mientras que la persona, el sujeto en pugna, se mantiene al margen, olvidando que, si algo debemos cuidar en nuestros quereres, son sus emociones, pues aunque pocas ocasiones se habla de las mismas de manera sensata, son de los mayores problemas que nos mantienen en vilo en diferentes ámbitos de la vida cotidiana. ¿Será que algún día podremos llegar a establecer la sinceridad como un acto humanitario, a pesar de ser, todavía en nuestros días, un amargo bien-estar?
A mi padre se lo solicité. Lo negó y me señaló de loco, como era su costumbre frente a muchos de mis proyectos, lo cual puedo comprender debido a que formaba parte de una amplia familia, por lo cual, tal vez, sólo logró aprender a ser un hermano en rencilla por el espacio y el cariño. Correcto o incorrecto, simplemente fue un humano. Sin embargo, ojalá se hubiese dado la oportunidad de ser sincero consigo mismo y los demás, así, los domingos, hubiesen sido días de tranquilidad y convivencia familiar cordial, incluso junto a su pareja extraoficial. No fue así y hasta el último momento, la guerra por un cariño irresponsable cobró la tranquilidad de un grupo de personas que pensaron ser familia, de dos mujeres, de varios seres humanos. “Dolor de mujer”, dijo una amiga, y es que a ellas se les impulsa a aprender una forma de amar peligrosa y nociva, donde la amante, la otra, aquella… es la enemiga mortal, olvidando el tercer elemento central y causante de malestar. ¿Ese dolor de mujer no será, en el fondo, el padecimiento por la falta de solidaridad entre las propias mujeres (sororidad)? Si amantes y esposas, amantes y novias, pudiesen sentarse refugiadas del pensamiento machista tal vez tomarían café, lloraría y reirían acompañadas, reconociendo que su decepción debería destinarse a otros sujetos.
[email protected] | @m_acevez
Muy interesante tu texto sobre Amantes, infidelidad y sus consecuencia. Logra motivar la reflexión sobre el tema.