Words don’t come easy to me
How can I find a way to make you see I love you
Words don’t come easy…
Words don’t come easy
– F. R. David
Renato Leduc fue un escritor, periodista, y cronista del México de buena parte del siglo XX. A Leduc se le recuerda como un intelectual, esposo de Leonora Carrington, amigo de Elena Poniatowska, de María Félix, o de Agustín Lara. Vivió en París y en Nueva York, se codeó con Bretón, con Artaud, con Alfonso Reyes. Apasionado de las letras y de la narración, Leduc podría ser considerado un hombre ilustrado de su tiempo.
Entre su obra, el Fondo de Cultura Económica le publicó en 1976 una compilación de textos reunida en un libro, Historia de lo inmediato. Ahí se encuentra una narración que Renato hace sobre cómo él veía a la Feria de San Marcos, en Aguascalientes, hacia la mitad del siglo pasado. En esta narración se encuentra un raro valor: el antropológico. Su texto contiene expresiones y modos de ver la vida (engranajes culturales, pues) que, sólo viéndolos al tiempo, nos sirven para aquilatar el cambio cultural del que formamos parte. En esta crónica sobre la Feria de San Marcos se encuentran líneas imperdibles, que extraigo textuales.
De la verbena, a Leduc le sorprendía “La recepción tumultuosa y cálida que amplios sectores del pueblo de Aguascalientes tributaban a la tradicional caravana de maricones vendedores de pollo, enchiladas y otros antojitos que, en carretas y carretelas llegaban por el polvoriento camino de Los Altos para inaugurar la feria”. Ahí no paraba la narración, sobre la homosexualidad masculina abundaba en adjetivos como “Mujercitos feriantes”, o en las “deshonestas costumbres del famoso escritor inglés Oscar Wilde”. En La feria de abril, Leduc remata su texto con una frase sobre la homosexualidad: “Algo debe tener esto… Conozco infinidad de putas regeneradas… pero no he visto todavía un sólo maricón arrepentido…”.
Igualmente, en el mismo libro Historia de lo inmediato, se encuentra otro texto, el Anti-Corydon, que pretende ser un denuesto al Corydon de André Gide, texto de referencia para los intelectuales homosexuales de principios del siglo XX. En ese texto, Leduc menciona cosas como comparar a la homosexualidad con la necrofilia, decir que esta condición es propia de “invertidos, enfermos o degenerados… cuya virilidad está atrofiada”; o afirmar que la mujer “no pretende ser honrada ni glorificada, sino deseada y poseída”.
Enrique Serna escribió un artículo en el que repasa la homofobia de Leduc. En éste, Serna comenta que “Al parecer, en los años 30 Leduc se sintió amenazado por el predominio de los homosexuales en la vida cultural mexicana y creyó necesario escribir un AntiCorydón que en pleno siglo XXI se lee como una curiosidad arqueológica”. Es justamente ese argumento el que me hace traer a la columna unas citas tan arcaicas, como una reflexión sobre el lenguaje y el reflejo antropológico de una época.
Esto, a colación de varios sucesos. En 2011, en Estados Unidos, se reeditó el Tom Sawyer de Mark Twain para quitar del texto la palabra Negro, por ser ofensiva a los afrodescendientes. Del mismo modo, un concurso de canto saltó a la polémica por una canción de Mecano (Quédate en Madrid) que utiliza la palabra Mariconez. La serie de caricaturas Los Simpson anuncia que ya no aparecerá el personaje de Apu por ser una sátira estereotípica de los migrantes de la India. El Principito, al parecer, tendrá una versión en lenguaje inclusivo que ha hecho rabiar a sectores conservadores.
¿Qué tienen en común estos sucesos, respecto a las crónicas de Leduc? Que hablan de nosotros, de quién hemos sido como colectivo y a qué valores de lenguaje le hemos dado visibilidad o invisibilidad. ¿Conviene “editar” textualmente nuestro pasado para acomodarlo a los valores contemporáneos? Mi respuesta es que no. Leduc era un homófobo y sus dichos son inaceptables, pero suprimirlo o editarlo de la historia literaria del país implica enterrar un registro antropológico que nos sirve para entender el cambio gradual a la visibilización de las diversidades.
George Orwell, en 1984, ponía como parte de la distopía la existencia del Ministerio de la Verdad, encargado de editar la historia de su pueblo para acomodarla a los valores políticos imperantes. Esa renuncia a un pasado impresentable, me parece, contribuye a una dictadura moral que a nadie conviene. Finalmente, como decía Wittgenstein “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. En ese sentido, convendría no renunciar a nuestro lenguaje, sino -más bien- ampliarlo, mejorarlo, adecuarlo a las realidades diversas de nuestro colectivo. Ese registro, al final, es la huella de quien hemos sido como sociedad, y hacia dónde hemos transitado.
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