México y Brasil: las paradojas de la democracia / El peso de las razones - LJA Aguascalientes
22/11/2024

La democracia no es ajena a las paradojas. Una primera paradoja tiene que ver con la configuración del demos. Si la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo -como lo pensó Lincoln en su Discurso de Gettysburg- ¿quiénes forman parte del pueblo? La paradoja es sencilla: desde una concepción procedimental de la democracia resulta imposible configurar el demos democráticamente: requeriríamos un procedimiento democrático para determinar el demos que participaría en el procedimiento democrático para determinar el demos, y así sucesivamente.

Otra sensación paradójica puede percibirse en la configuración de las opciones de la votación: ¿quién elige qué opciones pueden elegirse en un procedimiento democrático? O bien las elije alguien no siguiendo un procedimiento democrático, o bien se eligen democráticamente, aunque resultaría sumamente complicado manejar todas las opciones disponibles para una población amplia. Adicionalmente, que el establecimiento de las opciones en la votación se realice democráticamente no garantiza que la opción óptima esté en la agenda. En el mejor de los casos, democráticamente una población escogerá la mejor opción disponible, no necesariamente la correcta o una buena. Contra esta paradoja puede señalarse que si se da a todos los ciudadanos la oportunidad de proponer opciones para la agenda de votación, entonces -asumiendo ciertas restricciones- la pluralidad estándar de votantes debería tener una fuerte tendencia hacia una buena (si no que la mejor posible) opción. Sin embargo, nuevamente, esta posibilidad parece impracticable en cualquier población de un tamaño sustantivo. Esta impracticabilidad no sólo tiene que ver con el esfuerzo masivo requerido para que la ciudadanía valore -incluso en el nivel marginal de competencia requerida- un conjunto siempre creciente de soluciones políticas; tiene que ver también con el esfuerzo requerido para identificar con eficacia los problemas más apremiantes a los cuales propondrán soluciones. Así, parece que el establecimiento de opciones de la votación tiende fuertemente a un procedimiento no democrático.

Nuestras democracias actuales, adicionalmente, presentan una paradoja entre una creciente reticencia a participar en votaciones democráticas, que suele reflejarse en el abstencionismo, y una participación ciudadana creciente a través de canales externos al gobierno democrático.

Por último, la paradoja que señaló Karl Popper, y que llamo aquí “paradoja contrademocrática”, señala una debilidad interna a los gobiernos y procedimientos democráticos: la mayoría puede elegir la tiranía. De esta manera, la democracia carece de mecanismos internos al propio procedimiento democrático para bloquear cualquier intento de minar la propia democracia. Esta paradoja está relacionada con otras dos paradojas expuestas por Popper: la paradoja de la libertad y la paradoja de la tolerancia. En los tres casos, lo que Popper enfatiza es que cuando se llevan a sus extremos, la libertad, la tolerancia y la democracia llevan consigo su propia negación. La libertad absoluta conduce a la opresión, la tolerancia completa a la intolerancia y la democracia pura a la tiranía. La propuesta popperiana, frente a la paradoja, resulta al menos interesante, pues queda pendiente demostrar si es posible una teoría del control democrático que esté libre de la paradoja: “Quien acepte el principio de la democracia [i.e., crear, desarrollar y proteger instituciones políticas que eviten la tiranía] (…) no buscará en el resultado de las votaciones democráticas la expresión autorizada de lo justo o lo correcto. Si bien acatará, para que puedan funcionar bien las instituciones democráticas, una decisión de la mayoría, se sentirá libre para combatir por medios democráticos incluso esta decisión mayoritaria, y para trabajar con el propósito de revisarla”. Así, para Popper, la democracia es incompatible con la soberanía: democracia con soberanía darían lugar a la tiranía de las mayorías. En última instancia, Popper es cercano a Jouvenel y a Maritain, quienes creen que incluso deberíamos abandonar definitivamente el concepto. La opción siempre posible del disenso, y los mecanismos para disentir y atacar las decisiones de la mayoría, serán los únicos medios para combatir la tiranía y los malos gobiernos. No obstante, Popper no resuelve el problema central, y cree que es irresoluble: “no existe un método a prueba de tontos para evitar la tiranía”. Y seguramente tenía razón.

Ahora bien, frente a la paradoja contrademocrática el desencanto y la desconfianza con la democracia pueden ser más bien positivas. Si dicha desconfianza y desencanto nos hacen vigilar permanentemente a nuestros gobernantes iremos por buen camino. Pierre Rosanvallon considera que, aunque la soberanía en una democracia resida en el pueblo, el poder político debe ser distribuido, vigilado y controlado de diversas formas. La desconfianza con la democracia como forma de gobierno tiene al menos dos causas: una que tiene su origen en la tradición liberal, y otra que tiene su origen en la tradición democrática. Desde la tradición liberal, una preocupación permanente ha sido limitar el poder de los gobernantes y proteger las libertades civiles de los ciudadanos frente a las posibles invasiones del poder público. Para los liberales, la democracia debe implicar una sospecha permanente hacia los poderes políticos. Desde John Stuart Mill se ha pensado que los controles constitucionales son la manera idónea para proteger a los individuos de los posibles excesos del gobierno. No obstante, como ha señalado Dworkin, el control de constitucionalidad tienen un cierto tufo antidemocrático: “¿Deberían jueces no electivos tener la facultad de negar a la mayoría lo que ésta auténticamente quiere y sus representantes, elegidos como es debido, han sancionado?”.

Desde la tradición democrática se requiere velar porque el poder sea fiel a sus compromisos, pues se teme que, una vez elegidas, las autoridades se comporten de manera poco idónea. Por esta razón se busca que la ciudadanía vigile permanentemente a sus gobernantes y a sus instituciones. Para que esto sea posible es necesaria la transparencia: el actuar institucional a plena luz (au grand jour, decía Maurice Joly) de la ciudadanía. Dice Norberto Bobbio: “La democracia es idealmente el gobierno de un poder visible, es decir, el gobierno cuyos actos se realizan ante el público y bajo la supervisión de la opinión pública”. No obstante, el exceso de transparencia gubernamental no excluye desventajas. Rosanvallon llama a ésta la “democracia del control”. Adicionalmente al control, Rosanvallon considera la obstrucción (los rechazos están en la base misma del arreglo democrático, las coaliciones negativas son más fáciles de organizar que las mayorías positivas, y produce resultados tangibles y visibles) y la judicialización (amparos, controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad) como mecanismos contrademocráticos.

Concluyo. Lo que sucedió el día de ayer en México (la derrota del NAICM en Texcoco en un sondeo popular informal) y en Brasil (la victoria en las urnas de Bolsonaro) no debería sorprendernos. Es interna a la propia democracia la posibilidad de estos resultados adversos. No obstante, algo tanto en México como en Brasil, democracias jóvenes, se ha hecho mal. En México hemos entendido mal los objetivos y los límites de los mecanismos de democracia semidirecta (mecanismos de democracia directa en una democracia representativa); y los partidos políticos brasileños no comprendieron que era más factible una alianza de polos ideológicos opuestos que permitir la llegada de un dictador. El costo mexicano será, por razones evidentes, menor al brasileño. Pero tanto a Brasil como a México les falta madurez democrática (que no es otra cosa que cierto sano escepticismo frente a la siempre posible tiranía de las mayorías).

 

[email protected] | /gensollen | @MarioGensollen



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1 thought on “México y Brasil: las paradojas de la democracia / El peso de las razones

  1. soy mexicano y no conozco al presidente electo de Brasil pero desde mi punto de vista AMLO es un comunista/socialista (como Hugo chavez) buscando en youtube encuentra políticos importantes de morena que dicen abiertamente que quieren implementar en México la guerra bolivariana y no me imagino algo peor que tener como presidente a un comunista/socialista, por lo tanto, Brasil en comparación de México se sacó la lotería con su nuevo presidente y a los mexicanos sólo nos queda comer mierda patrocinada por ese comunismo de Stalin y Mussolini que ahora adoptará amloco

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