Gritamos ¡Reggaeton!, después de que la anfitriona de la reunión nos preguntó qué queríamos escuchar. Descensos de cadera, de golpe, hacia el suelo y letras dibujadas en el aire. En cuclillas, moviendo de manera acompasada el trasero, mientras la ciática no nos reclame factura. Así bailamos, reclamando que sólo nos marcan de noche para hacer lo que viene siendo el pem pem; recordando a los amantes que se rehúsan a darse el último beso, aunque uno de ellos tuvo que emigrar; pensando que es mejor ser sicaria que somete mediante el sexo en vez de ser parte del crimen organizado; advirtiendo que ellas pueden establecer las reglas de un encuentro, como estar sin pijama y tan sólo por una noche, que pueden trasnochar como ellos; considerando que cuatro pueden ser felices si los dos de la fórmula aparentemente básica son felices con ello; musitando que el amor puede ser criminal o clandestino. Mientras tanto, una pareja se mantenía inmóvil sobre sus asientos, tomados de la mano, con una mirada sorpresiva. ¿Qué pongo?, dijo nuevamente quien nos invitó a la fiesta. La pareja sorbió un trago de la bebida que se habían preparado, llevando la mirada hacia el fondo del vaso y luego lanzándola directamente al frente. Camille Saint-Saëns, dije, manteniendo la mirada. Sus dos pares de ojos se abrieron aún más. Danse macabre, pronuncié en francés. La música no lo es por sí mismo y el reggaeton debería reconocerse como reguetón, la voz contemporánea de América Latina.
Desde el 2004, cuando el reggaeton se popularizó con Gasolina de Daddy Yankee, con letras en espanglish, este género musical se ha transformado hasta llegar a un nuevo punto de algidez que, a la par, ha sido altamente cuestionado por las formas de su baile y las letras de varias de ellas que, por supuesto, como otras tantas de otros tantos géneros musicales, merecen ser escuchadas con atención para evitar normalizar la discriminación y la violencia. Sin embargo, generalizar es una peligrosa costumbre que día a día se puede regular.
El reguetón habla de los cuerpos -si se quiere de los cuerpos jóvenes- en América Latina, donde el lastre de la colonización ha hecho que el cuerpo sea estigma, pero también resistencia. Se habla de la carne: la emoción como estadio corporal de un momento, de la desigualdad de poder a través de lo sexual. Pero, sobre todo, se habla del ahora, del actual desencanto de la prometedora modernidad, donde el cuerpo se presenta como la última frontera, el último vestigio de libertad y la única propiedad.
El punk y el rap son emblemáticos por ser géneros musicales de movimientos contraculturales y políticos más amplios que se suscitaron en su tiempo. Por supuesto que tuvieron sus olas, algunas de ellas altamente violentas y autodestructivas pero, como toda práctica social, fueron dinámicos y se transformaron, sin olvidar que estuvieron circunscritos en un determina contexto cultural. Seguramente el reguetón hará lo propio y, en algunas décadas más, será visto como un referente de culto. Parece que para hablar de América Latina es necesario referirse a los pueblos originarios, a los cuales no pertenecen varios de nosotros, lo cual nos hace negar la diferencia de los tiempos y los espacios, asumiendo irresponsablemente ser la voz de otros, cuando nuestras visiones y problemáticas, son distintas.
Algunos comentan que el reguetón, si fuese música, si hablara de los latinos, de los latinoamericanos, entonces podría asimilarse a algo más como la trova, la música de protesta con sus acordes melancólicos de cuerdas, pero no hay que olvidar que el reguetón es contracultura, que es un grito del episodio histórico de su tiempo. Parece que se exige un arraigo obligado a la tradición, a los sonidos que -creemos- pertenecen a los pueblos prehispánicos, a caracoles, percusiones africanas, cuerdas flamencas con sus golpes dramáticos… parece que exigimos -a la cultura- responder a la demanda de quienes no asumimos como letrados, los que están del lado correcto de la crítica artística y cultural, olvidando los privilegios que nos diferencian, aquellos extremos de múltiples brechas de dónde emana el reguetón: del gueto, del barrio, de la fábrica harta de problemas; tanto, que sólo se busca un poco de dispersión, un poco de perreo, de flow y cachondeo, porque, repito nuevamente, ante el desencanto del mundo, lo único que nos queda es el cuerpo y lo que hacemos con él. Sin embargo, no es posible olvidar que el cuerpo también está en juego, en peligro, que también es vigilado, cercenado, asesinado.
Al respecto, también es importante reconocer que se están desarrollando propuestas de reguetón con la misma cadencia pero con contenidos más explícitamente críticos y subversivos. Es el caso de Chocolate Remix, un grupo de reguetoneras que cantas cosas de mujeres para otras mujeres, que olvidan el debate masculino sobre quién la tiene más grande para hablar de lo que pueden disfrutar entre ellas: Empújalo, mujer, ¡empújalo! Por otra parte, la agrupación ha generado otras melodías de denuncia social sobre problemáticas que atañen sistemáticamente a América Latina, como el feminicidio, por lo que invitan a bailar hasta abajo, a menearse con falda, si se quiere con una tanga debajo, a hacer con el cuerpo lo que plazca, porque: si se fue de casa, si se puso minifalda, si se pintó los labios, si bailó reggaetón, si te dejó por otro o si vuelve tarde a casa… ¡ni una menos!
Otro caso es el de Mancandy, un reguetonero mexicano que invita la disidencia sexual a dejar la oscuridad, a no parar el afecto aunque haya sol. Por supuesto, la sexualidad explícita se mantiene, y el “me la pones dura” sigue siendo una referencia, pero esta vez tomando el papel de una enunciación de lo que se desea negar. El reguetonero canta sobre aquello que apenas se discute con murmullos, por ejemplo, los acuerdos para verse y tener relaciones sexuales, y lo que experimenta un booty call que cae en el juego del romance.
Por supuesto que seguirá la discusión sobre la estética que se preserva en este y otros géneros musicales a través de los cuerpos expuestos, los visibles para las grandes industrias culturales, sin embargo, poco a poco se observa una realidad –inmediata– en transformación.
Antes de juzgar al reguetón como un estilo más, como una generalidad, como algo vulgar, también es válido reflexionar al respecto. El reguetón no es el nuevo punk o el nuevo rap latino, es la voz contemporánea de América Latina y grita sobre nuestros cuerpos.
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