Introducción.-
El 24 de marzo de 1980, cuando se encontraba celebrando misa en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, en la capital salvadoreña, fue asesinado Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador. Así quiso acallarse la voz de la justicia; la voz de aquel que ofreció diariamente su vida, al denunciar la injusticia que se comete con el pueblo trabajador, al cual se le arrebata el fruto de su trabajo, al cual se le quita el pan que produce.
Por decreto de 3 de febrero de 2015, firmado por el Papa Francisco, se reconoce a Romero, oficialmente, como mártir, y se sientan las bases para su beatificación. Nos da gusto, porque desde su muerte, para muchos salvadoreños y centroamericanos y cristianos en general, es un santo, por la defensa que hizo de los pobres y sus denuncias sobre la represión y violación de derechos humanos. Fue beatificado el 23 de mayo de 2015, en San Salvador; y fue canonizado en Roma el 14 de octubre de 2018 recién pasado.
Romero hace Filosofía y Teología del Derecho; no de una manera sistemática, pero en sus mensajes y homilías, se expresa la visión que tenía de lo jurídico. El objetivo de estas líneas es hablar del Derecho, expresado como ley, derechos humanos y justicia, relacionado con el pensar y el actuar del obispo salvadoreño.
- Algunos datos biográficos.-
Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació en Ciudad Barrios, El Salvador, Centroamérica, el 15 de agosto de 1917. Sus padres fueron Santos Romero y Guadalupe Galdámez.
Ingresa desde muy joven al Seminario Menor, ubicado en San Miguel, capital del oriente del país. De allí pasa a estudiar al Colegio Pío Latino Americano de Roma, con los jesuitas. En 1942 es ordenado sacerdote. En 1967, a los veinticinco años de su ordenación sacerdotal, es nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (Cedes). En 1970 el Papa lo nombra obispo, y funge como auxiliar del arzobispo de San Salvador, Luis Chávez y González. En 1974, es asignado obispo de la diócesis de Santiago de María. Allí empieza a conocer de cerca la represión al pueblo, y el asesinato de trabajadores y campesinos, pero sus acciones como obispo son sumamente conservadoras y de cercanía al gobierno, como había sido como secretario del Cedes y como auxiliar en la arquidiócesis de San Salvador.
El 8 de febrero de 1977, Romero es nombrado arzobispo de San Salvador; es amigo del presidente, coronel Arturo Armando Molina, de políticos encumbrados y de los terratenientes; el clero más cercano al pueblo, esperaba que se nombrara para el cargo al obispo auxiliar Arturo Rivera y Damas, que seguía las líneas de renovación eclesial; así que no ven con buenos ojos su nombramiento.
Sin embargo, en Romero se operó un cambio total de actitud. Esto comenzó a darse a pocos días de haber asumido su nuevo cargo eclesial, y fue motivado por el artero asesinato del sacerdote jesuita Rutilio Grande y de dos campesinos que lo acompañaban, el 12 de marzo de 1977.
- La tradición jurídico-política del iusnaturalismo clásico.-
Ese 24 de marzo, día de su asesinato, fue un lunes. El domingo anterior Romero había quitado toda legitimidad al sistema. Si durante los dos últimos años de su vida había estado denunciando, día tras día, la injusticia y violación de los derechos humanos de que era objeto su pueblo, ninguna de sus denuncias había calado tan hondo como la homilía del 23 de marzo. Fue la gota que derramó el vaso si se quiere, pero la más pesada de todas: tocando el terreno de la más estricta moral, mandó rechazar toda orden injusta.
“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial, a los hombres del Ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la Policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos, y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice: NO MATARÁS…Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios…una ley inmoral nadie tiene que cumplirla… La Iglesia defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo, cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión…”
Este alegato político, jurídico y moral de monseñor Romero, va encaminado a la ruptura de un orden establecido –“desorden” diría Mounier- basado en la violencia y en la injusticia. Y lo fuerte del discurso es que va dirigido precisamente a los sostenedores, en última instancia, de ese “orden”: los soldados. Como escribe Alponte: “Monseñor Romero, no sólo eligió al pueblo, sino que estableció un propósito, en la historia social de la lucha, que merece, en este punto, extrema atención: la legitimidad de la desobediencia, es decir, la moral de la desobediencia, la moral, en síntesis, del pensamiento crítico ante la opresión.” (Juan María Alponte. “Monseñor Romero”. Unomásuno, México, 26 de marzo de 1980).
Y esa moral de la desobediencia de toda ley u orden injusta, que postuló Oscar Arnulfo Romero, está inscrita dentro de la más pura tradición filosófica, política y jurídica, del iusnaturalismo clásico. Santo Tomás de Aquino y los teólogos juristas españoles Juan de Mariana y Francisco Suárez, por mencionar sólo unos cuantos, avalan la postura de monseñor Romero.
Santo Tomás afirma en la Suma Teológica que las leyes humanas que son injustas, “el hombre no está obligado a seguir tales leyes”.
Ahora bien, si en la homilía del domingo 23 de marzo de 1980, Oscar Arnulfo Romero, ordenó a los soldados la resistencia pasiva, esto es, la desobediencia legítima por razones de tipo moral, esto es, por motivos de justicia, y con esto le quitó al régimen todo tipo de legitimidad, durante los dos últimos años de su vida hizo una denuncia constante de la opresión sufrida por su pueblo.
Romero, como obispo, no sólo recurre a la tradición filosófico-jurídico-política de raíz cristiana para defender, con su discurso pastoral, a su pueblo. Sino que, además, cuida de su pueblo; se preocupa de sus sufrimientos concretos y trata de ayudar a resolverlos. Tiene una práctica social acorde con su discurso pastoral, también en lo relativo a la legalidad. Romero le da un impulso al Socorro Jurídico y lo incorpora al Arzobispado. El Socorro Jurídico había sido formado en 1975 por abogados y estudiantes católicos para defender los derechos de los pobres.
Con el apoyo del Arzobispado por un lado, y la creciente violación de los derechos humanos por otro, la importancia del Socorro Jurídico en El Salvador se hizo hecho fundamental en la tarea de aliviar sufrimientos del pueblo por el ataque institucional a sus derechos. El abogado Roberto Cuéllar, fundador del Socorro Jurídico y por muchos años abogado del mismo, proporciona datos muy importantes de esta institución que impulsó Romero: “Es por la iniciativa de Mons. Romero que el grupo de abogados del Socorro Jurídico aceptó asesorar a sindicatos, organizaciones campesinas y defender a los presos políticos. A quien debemos el impulso principal del Socorro Jurídico es a Mons. Romero.”(“Abogado de los pobres”. Entrevista a Roberto Cuéllar, hecha por Salvador D. Rodríguez, en Brecha, México, mayo-junio de 1981).
Como obispo, pues, conservó la tradición del mensaje cristiano, oponiéndose a la conservación de los privilegios de las clases dominante y practicando la caridad.
- La línea jurídica profética.-
Si hemos acentuado el carácter filosófico jurídico de la última homilía dominical, la cual vimos apegada a la más pura tradición iusnaturalista, queremos seguir en la misma perspectiva y afirmar que la denuncia de los sufrimientos de su pueblo se inscribe en la línea bíblico-profética, enfatizando en muchas ocasiones, como los profetas del Antiguo Testamento, en denuncias de la legalidad opresora.
Su denuncia profética, en lo que a cuestiones de Derecho se refiere, se presenta de dos formas: 1) en general a la legalidad opresora; y 2) la corrupción de la administración de justicia, en concreto.
Respecto de la denuncia general al Derecho vigente en El Salvador, sintetizó, con una frase original escuchada a un campesino, la “legalidad de la injusticia” como diría Dussel-: “La ley es como la serpiente. Sólo pica al que está descalzo.”
Romero constató que las leyes promulgadas y su aplicación favorecían siempre a los poderosos y aplastaban al débil, al descalzo. En su mensaje del primero de enero de 1980, afirmó que la ley debe ser para defender al pobre y no una ley, supuestamente imparcial, que de hecho siempre favorece a los poderosos.
Esas injusticias arropadas con legalidad, fueron denunciadas constantemente por Romero en sus homilías dominicales. Y es que el obispo mártir, en sus prédicas, muestra su erudición teológica y bíblica, además de su amplia cultura. Pero también se constata que era un obispo muy bien informado de lo que acontece en el mundo en general -en la Iglesia y fuera de ella-, y en El Salvador en particular. En cada homilía, además de la ubicación teológica de acuerdo a la fecha litúrgica, y la reiteración de sus líneas pastorales, hace comentarios a la realidad y se compromete con ella. A continuación cito puntualmente algunas referencias de Romero en diversas homilías, a la legalidad de la injusticia:
*“No una legalidad que oculte injusticias, sino una estructura donde la justicia de Dios encuentre el encauce para que todos los salvadoreños podamos vivir a la luz de Cristo: la paz, la alegría, el amor…”
*Y… repito mil veces y no nos cansaremos de repetir: ´No es el hombre para la ley sino la ley para el hombre´
*Nos vamos a acercar al altar con el tercer pensamiento, ya solamente lo insinúo: la ley es necesaria pero no basta la letra, sino que es necesario el espíritu de la ley, sólo Cristo es la plenitud de la ley.”
*“Así parecen las leyes: piedras. Sobre todo cuando el pueblo está cansado, qué pesadas son las leyes.”
*“…cuántos crímenes se cometen en nombre de la legalidad.”
En concreto, se opuso a las leyes de Garantía y Defensa del Orden Público -pretexto jurídico para matar al pueblo-; protestó contra los decretos de Estado de Sitio; y las leyes que introducían supuestas reformas sociales las veía con reserva porque “van teñidas de sangre”.
Ahora bien, monseñor Romero concretó la crítica a la injusta legalidad opresora de su pueblo, en la acusación directa a la administración de justicia por su corrupción, y en concreto culpó de la misma al máximo tribunal de la nación: la Suprema Corte.
Ante el requerimiento de la Corte de Justicia de que dijera los nombres de los jueces “venales”, Romero en su homilía dominical del 14 de mayo de 1978, les contesta profundizando su acusación y denuncia de la corrupción de la administración de justicia haciéndolo pormenorizadamente, repasando cada uno de los derechos fundamentales del hombre y del trabajador que consagra la Constitución salvadoreña. Y termina diciendo que esa denuncia que hace de la injusticia que sufre el pueblo, se la impone el Evangelio “y estoy dispuesto a enfrentar el proceso y la cárcel aunque con ellos no se haga más que agregar otra injusticia”.
Las denuncias que hizo Romero a las violaciones de los derechos humanos, fueron constantes y muy profundas. El segundo Domingo de Adviento de 1978, fue el 10 de diciembre. Ese día se conmemoró el XXX Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Antes de la homilía en la Catedral, tomó la palabra el Doctor Roberto Lara Velado, en nombre de la Comisión de los Derechos Humanos para El Salvador. Habló de la unión de esa institución con Monseñor Romero y con todo el pueblo salvadoreño, así como su compromiso “de hacer todo el esfuerzo que sea necesario para que en nuestro país se vivan y se respeten los derechos humanos”. El compromiso de Lara Velado era auténtico. Por eso fue constantemente amenazado de muerte y, ante ello se exilió en México. Fue profesor en la Universidad Autónoma de Aguascalientes y compañero también en el proyecto de educación y asesoría jurídico-popular del Cenejus.
Para Romero, los derechos humanos tienen su fundamento en la dignidad y en las necesidades el prójimo. Los derechos podrán o no estar reconocidos en las leyes; al fin y al cabo, para el cristiano, la obligación de respetar los derechos de los otros, está en que son prójimos identificados con Cristo.
Reflexión final:
Oscar Arnulfo Romero aborda el Derecho, teórica y prácticamente. Como obispo, guía a su pueblo con el iusnaturalismo clásico de tradición cristiana, y hace valer la prevalencia de la justicia ante la ley injusta. Denuncia, además, las injusticias revestidas de legalidad, por las que se priva a los pobres de las condiciones materiales de vida, y denuncia también la corrupta administración de justicia, cómplice de la represión del pueblo. Y, finalmente, penetra en el sentido más profundo del Derecho, cuya raíz está en el mismo ser humano, en su carne y en su sangre.