Miss Trans / Memoria de espejos rotos - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Pasan los delfines como almas en pena,

consortes de la muerte que se sube al mundo sin pagar boleto.

El viento aúlla canciones flacas

¡Gente, hay una peste como esperando a Cristo!

Cristo está sentado, seguramente, en la tercera fila de un burlesque….

Un mediodía triste – Real de Catorce

 

Ángela Ponce es una mujer transgénero que recientemente ha despertado una falsa polémica por haber ganado el concurso Miss España. La polémica es falaz, porque si jurídicamente tiene un nombre con el que legalmente se presenta como mujer, lo que tenga entre las piernas o en su coctel cromosómico debería ser intrascendente. Pero lo es, de acuerdo a una buena parte de la opinión pública, que emite juicios sin haberse empapado antes con un poco de estudios en teoría de género, en un tema sobre el que la gente tiene más ganas de opinar que de informarse.

Para empezar, ya la existencia actual de los concursos de belleza es una tara cultural, porque ¿cuál es el mérito que se premia? Básicamente el cumplimiento de lo que se considera el canon de estética física impuesto para el rol de lo que se ha construido como “la mujer”. Sin abundar en el aspecto cosificador que se entraña en un certamen así, el hecho de que haya gente que repudie la posibilidad de participación de personas trans en estos menesteres no habría de extrañarnos. ¿Qué opinión sobre el género puede tener alguien aficionado a la tara cultural de los concursos de belleza? Por extensión, una opinión tarada.


Ahora, el debate abierto es interesante, porque puede popularizar la discusión sobre la construcción de los roles de género, y la normalización de la diversidad existente en éstos. Ese debate debe implicar, por necesidad, el análisis de la construcción de la masculinidad y la feminidad, y cómo estas construcciones han moldeado de forma hegemónica prácticamente todos los aspectos de la vida, tanto a nivel social, como de identidad individual. Así, podremos escarbar en el hecho de que el repudio a las personas nacidas con pene que -para su plena realización personal- deciden asumirse social y legalmente como mujeres es, secretamente, un repudio por haber despreciado y deshonrado los privilegios de la masculinidad; en el mismo sentido, el repudio por las personas nacidas con vagina, que -para su plena realización personal- deciden asumirse legal y socialmente como hombres es, secretamente, un repudio por querer acceder a los privilegios de la masculinidad cometiendo una impostura. Ambas creencias basadas en la perniciosa y supuesta superioridad falocéntrica que padecemos.

Esto no tendría mayor relevancia, si lastimosamente no existieran (en franco crecimiento) los crímenes de odio (asesinatos incluidos) contra las personas que deciden romper con la construcción social del género. En la medida en la que hordas de ignorantes mantengan un régimen de exclusión ante lo que no entienden (y, al parecer tampoco desean entender), y sigan valorando a las personas por lo que les habita entre las ingles; o el uso que éstas le dan a sus genitales; o la forma en la que cada cual decide presentarse ante el mundo; en esa medida de exclusión es que será necesario asumir postura ante lo verdaderamente importante: las personas siempre serán más valiosas que la construcción de sus géneros.

Del mismo modo que ahora vivimos una pugna para normalizar la vida libre de violencia hacia las mujeres; que vivimos en una época en la que nos cuestionamos los modelos de construcción de la “hombría”, y su repercusión en las relaciones insalubres; también -de igual forma- habremos de incluir esta asignatura sobre la normalización de la condición transgénero y la necesaria abolición del binarismo. Esto podría propiciar mejores marcos de coexistencia basados en la empatía, y no en la valuación genitalista de las personas, en un contexto en el que padecemos la amenaza de un sistema patriarcal, heteronormado, en el que cualquier expresión divergente es causa de exclusión, marginación, minusvalía, segregación e, incluso, de muerte.

Si le parece un exceso de clasificación el uso de las crecientes nomenclaturas para definir a las personas como heterosexuales, lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, travestis, cisgénero, Queer, intersexuales, pansexuales, o asexuales; no se atormente con glosarios de los que –de todas formas- no se va a documentar; y, simplemente, tenga empatía con las personas, por el hecho de que son personas. Pero, claro, quizá lo anterior sea mucho pedir, en un contexto en el que la gente todavía aplaude que a una mujer le ciñan una corona por ser bonita.

 

[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9


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