El mercantilismo burgués. Todo ser vivo o sistema complejo tiene el mismo desarrollo evolutivo: gestación, nacimiento, desarrollo, apogeo, decadencia y muerte; y cada organismo tiende, también, a reproducirse por razón natural. Lo mismo ocurrió con el tránsito de la Revolución Agrícola cuando después de diez mil años engendra la semilla de una nueva Revolución, que es la Industrial.
Esta semilla que aparece al final de la Revolución Agrícola es la Burguesía que, débil primero porque no tenía propiedad alguna, se acerca a las fortalezas de los castillos de la nueva monarquía absoluta de la Alta Edad Media (hacia el siglo V d.C.) y posteriormente también a las de los señores feudales en la Baja Edad Media (hacia el siglo X d.C.), para ofrecerles sus servicios y vivir con cierta seguridad en sus pequeñas comunidades llamadas burgos porque estaban a la sombra de la protección que para ellos significaban aquellas fortalezas (burg significa fortaleza en alemán) de las que tomaron su nombre.
Se trata de toda clase de artesanos (albañiles, costureras, zapateros, carpinteros, herreros, joyeros, peleteros, etc.), artistas, letrados y demás, pero sobre todo comerciantes; de todo, menos siervos agrícolas ni domésticos, pues de lo único que se enorgullecían era de ser hombres libres. Como a los monarcas y feudales les eran útiles, los dejaron tranquilos.
Ahorrativos, con el tiempo los burgueses llegan a disfrutar de una vida holgada y algunos acumulan riquezas importantes con su principal fuente de ingresos que es el comercio, dándose incluso el lujo de otorgar créditos a sus protectores con el consabido interés.
Y llegan a ser tan económicamente poderosos que organizan talleres de producción artesanal, compran cosechas completas para venderlas en otras comarcas de donde regresan con productos necesarios en la localidad, promoviendo la construcción de caminos e incluso líneas navieras con sus correspondientes instalaciones portuarias y hasta los primeros servicios bancarios, todo respaldado con grandes corporaciones, como por ejemplo la Liga Hanseática, que daba servicio a todos los países con costas en los mares Báltico y del Norte, lo que les permitió, a partir de su poder económico, hablarse al tú por tú con los dueños del poder político.
Entre otras cosas, el impulso a la navegación que constituyó este desarrollo comercial fue, en buena medida, junto con la tradición marítima de los vikingos (que sin saber que estaban en otro continente, ya habían explorado las costas de las actuales Groenlandia y Terranova), más los avanzados conocimientos de los portugueses que buscaban la ruta del Océano Índico por Sudáfrica para restablecer el comercio con India, China, Japón y las islas de la especiería, fue lo que animó a Isabel de Castilla a apoyar el proyecto de Cristóbal Colón, con las ventajas que ya hemos descrito para España, al adelantarse a Portugal en aquella carrera naval.
El Racionalismo. Hablando ahora de los cambios radicales en el terreno del intelecto, después del baño refrescante que había significado la etapa de transición del Renacimiento entre el fin de la Revolución Agrícola y el principio de la Revolución Industrial en su primera etapa que se conoce como Revolución Científica, si bien impulsó la codicia de los aventureros y los monarcas desatada con lo que se suele llamar la era de los descubrimientos geográficos y el reparto del mundo por las potencias europeas -principalmente España y Gran Bretaña- aparte de la multiplicación de inventos tecnológicos que darían sus más importantes frutos económicos a partir del siglo XVIII, también despertó la curiosidad científica que en abierto desafío empezó a incursionar en los terrenos más sensibles para la iglesia Católica, muy riesgosos porque continuaba funcionando la santa inquisición.
El inicio de esta época que se dio en llamar Era de la Razón (Siglo XVII), las mentes más despiertas no solo se ocuparon de las ciencias exactas, sino también de incursionar en lo más penado que consistía en cuestionar los textos sagrados mediante el razonamiento filosófico, que se opone a aceptar sin análisis alguno los llamados principios dogmáticos.
Entre esas mentes despiertas había miembros de la burguesía, inconformes porque los principales beneficiarios de los avances alcanzados eran los monarcas, los señores feudales, los militares y el clero. Y abiertos como eran para adquirir conocimientos que manejados con un sentido práctico les permitían obtener beneficios materiales, también se avocaron a participar en aquél movimiento intelectual para contribuir a liberarse de la tutela de aquellos que les impedían prosperar.
Empirismo. Pero burgueses o no, uno de los primeros en lanzar una teoría radical fue Francis Bacon, que en su obra Novum Órganum, publicada en 1620, propone la observación y la experimentación como bases para una metodología de la ciencia, razón por la que se le conoce como uno de los precursores del empirismo.
René Descartes, fundador del racionalismo, publica en 1637 el libro que se conoce como El discurso del método, en el que perfecciona la propuesta de Bacon.
John Locke es uno de los primeros en enfocar las baterías filosóficas en el campo político, cuando se lanza contra el absolutismo al publicar Dos tratados sobre el gobierno civil en 1689.
Y ya en el siglo XVIII, en 1748, Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, publicó El espíritu de las leyes, libro en el que se avocó a perfeccionar la idea de John Locke en relación con la separación de los poderes del Estado. A ambos autores se les considera tanto los fundadores del Liberalismo clásico, como los precursores del Constitucionalismo; la Constitución de la primera República representativa de la historia, los Estados Unidos de América, siguió sus lineamientos.
Este siglo, comprendido entre los años 1700 al 1799, fue llamado el Siglo de las Luces no solo porque París fue conocida desde entonces como la “ciudad luz” por haber sido la primera que tuvo alumbrado público, sino porque esa misma ciudad fue el crisol en el que se fundieron las noticias de los descubrimientos e inventos con las ideas en todos los órdenes de los más grandes pensadores de la época a la que calificaron como de la ilustración, para iluminar al mundo con la Enciclopedia francesa: siete volúmenes editados entre 1751 y 1772.
El Liberalismo. Esta doctrina, que puede considerarse uno de los fundamentos filosóficos de la Enciclopedia, fue la que encauzó los anhelos de emancipación no solo de los vasallos de las monarquías europeas, sino también de las colonias enclavadas en América, está encuadrada en tres principios básicos:
- El liberalismo político, cuya gran aportación radica en suprimir el Estado autoritario y monárquico en el que la toda soberanía recaía en Dios, quien según la Iglesia Católica -única religión reconocida por el Estado en la época absolutista europea- tenía establecido que al morir un monarca debía ser sustituido por su hijo varón mayor, el que debía ser coronado y ungido en ceremonia religiosa especial por su representante en la Tierra (el Papa); el pueblo no tenía más participación que en calidad de espectador y nadie tenía derecho de exigir cuentas al “soberano” puesto que, habiendo sido designado por inspiración divina, todas sus acciones estaban respaldadas por Dios mismo.
En palabras llanas, el sistema liberal cancela el Estado autoritario medieval y lo sustituye con otro (el republicano, democrático, representativo y popular) constituido por tres órganos que son la población, el territorio y el gobierno.*
El gobierno, a su vez, está integrado por tres poderes independientes que se equilibran entre sí: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.* La fuente de poder del Estado es el pueblo, porque ahora él es el soberano; y los ciudadanos (que son la parte de ese pueblo mayor de edad y con un modo honesto de vivir)* pueden delegar esa soberanía en las personas que considere respetables y capaces para que los representen como sus gobernantes, mediante el voto libre y secreto en elecciones democráticas;* por tanto, se suprime la participación de la Iglesia en las funciones del Estado -que se declara laico- para que aquella pueda concentrarse en las de su naturaleza que son de orden espiritual y en las que, en respetuosa correspondencia, el Estado no debe intervenir. (Continuará)
“Por la unidad en la diversidad”
Aguascalientes, México, América Latina