Letrero trabajando / The Insolence of Office - LJA Aguascalientes
17/11/2024

 

El mood del día de hoy es un tanto pesado. Alguna vez alguien me dijo que para qué estudiaba letras; que permaneciera en sistemas computacionales -sí, estudié media carrera-; que me fuera a medicina. En su momento no estaba en condiciones de evaluar un camino que aún no recorría. A estas alturas del partido, me parece, puedo compartir un par de impresiones.

Ayer platicaba con Adán Brand al respecto de la fórmula Estudio = Dinero. Uno esperaría que si la persona es un auténtico incompetente, pues eso, no le irá bien (al menos que sea político). En cambio, si hay trabajo de por medio, se esperaría un resultado más favorable. No siempre es así.

Si sumo todas las intervenciones que hemos tenido, entre ponencias, conferencias, presentaciones, moderaciones, entrevistas, etc., entre los dos, el número debe rondar (o pasar) las 20. Podemos haberlo hecho bien, mal, peor, no sé. Pero hemos estado ahí para animar la conversación cultural sobre distintos temas: lingüística, crítica, arte contemporáneo, política, literatura, etc. ¿Qué tipo de remuneración hemos obtenido? Currículum y prestigio o desprestigio. En términos económicos la recompensa no está nivelada.

El trabajo intelectual, en este sentido, es poco valorado. (Ya ni mencionemos la labor como docente que, sabemos, es mal pagada). Pongamos por ejemplo una presentación de un libro: la autoridad encargada del evento invita a un escritor a presentar una novela. Uno se siente halagado. Más si una vez finalizada la mesa, uno recibe elogios. Pero esto no puede ser la única recompensa. Pensemos, un momento, en la cantidad de minutos que el escritor tiene que invertir para realizar, en condiciones, su trabajo.

Vamos a ver la situación en cuestión de tiempo: supongamos que la novela tiene 300 páginas y que, en promedio, el escritor lee 40 por hora. El tiempo empleado en la lectura, nada más la lectura, es de siete horas y media. A esto habría que agregar, en caso de que así lo considere, un discurso que se tiene que preparar para el día de la presentación. Supongamos que escribe un texto de cuatro cuartillas. Por página, digamos, el escritor se tarda media hora (y esto “bajita la mano”). Así que tendríamos, ahora, un total de nueve horas y media al servicio de una obra. Ahora, bien, supongamos que a la hora de la presentación el escritor está en horario laboral. Tendrá que pedir permiso. Trasladarse y llegar un poco antes. Añadamos, contando el tiempo que dura la presentación y el desplazamiento, dos horas. La cantidad final de tiempo invertido en presentar la dichosa novela, en este ejemplo, es de 11 horas y media. Casi medio día. Las autoridades dicen que muchas gracias, entregan un papel que ayuda a engrosar el currículum y clausuran la presentación. Y ya está.

El error, tal vez, sea que el escritor, al momento de ser invitado, no deja claras sus condiciones. Pasamos por alto un detalle que no es menor: alguien que se dedica, estrictamente, al trabajo intelectual, ejerce su labor analizando una obra; formulando interrogantes e hipótesis sobre ésta; la confronta con la tradición o con el resto de las obras del autor. En síntesis -y enfatizo-: anima la conversación. Una de las chambas es ésa: proponer visiones de la realidad -o de la ficción- a partir de una determinada obra. Un trabajo como cualquier otro. La diferencia es que el producto de todo el esfuerzo, permaneciendo en el ejemplo que arroje líneas atrás, no se convierte en algo material. Por tanto, debido a que el resultado no es algo físico, no se ve. Es absolutamente invisible. Sin embargo, habría que decir que en el terreno de las ideas se debe perseguir, digamos, otro tipo de arquitectura. La arquitectura de un discurso bien hecho se forma cuando el escritor habla. Ya quisiera ver a un doctor que por una consulta, a un desconocido, no cobrara.

¿Qué pasaría si el escritor invitado a presentar el libro dijera que va a cobrar? Sencillo: lo tomarían como un desagradecido y un mamón. Le dirían gracias pero no gracias. Se buscarían a otro. Éste es un vicio que, desafortunadamente, no se va a solucionar.

Estudiar letras es una maravilla. No podría dejarla de recomendar. Cuando lo hago, no obstante, es por sí misma, por lo que uno puede encontrar a lo largo de la historia de la literatura: conocimiento, emoción, seducción. No tanto por el estudio traducido en términos económicos. No sé si el presente texto encaje con un cierto comportamiento emo. Pero no es gratuito el comentario. En serio. No debe ser gratuito.


 

 

 

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