Septiembre negro / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Septiembre se ha hecho complicado, sobre todo cuando escribes en La Jornada sobre música y tienes que tomar la decisión de ¿qué escribir? Ya sabes, con tantos aniversarios importantes durante la segunda quincena del mes patrio: el aniversario luctuoso de dos gigantes del rock, Richard Wright, tecladista de Pink Floyd el 15 de septiembre de 2008 y Jimi Hendrix, 18 de septiembre de 1970. Aquí en México recordamos la muerte de Rockdrigo González que quedó sepultado en los escombros de su casa en la colonia Roma de la Ciudad de México en el terremoto del 19 de septiembre de 1985. También tenemos la celebración del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro el 11 de septiembre de 1971.

Pero vamos a organizarnos, en realidad solo son dos eventos internacionales y dos de importancia local, así que intentemos hacer un rápido repaso de todo esto. Empecemos por los dos de trascendencia internacional, las muertes de dos de las más grandes luminarias en la siempre inconclusa historia del rock, ya lo comentamos, en 1970 murió Jimi Hendrix, para un servidor, el más grande guitarrista en la historia del género. Yo sé que en términos de apreciación musical las opiniones son muy diversas y difícilmente podríamos llegar a un acuerdo, pero mi afirmación radica en el hecho de que antes de James Marshall Hendrix las cosas estaban perfectamente definidas, el rock estaba en medio de dos extremos que para muchos podrían ser antagónicos, ahora sabemos que no lo son, de un lado el jazz, del otro el blues, pero después de Jimi Hendrix nada permaneció igual, él fue el punto de convergencia de estos y otros lenguajes musicales. Además de que sus manos, extraordinariamente grandes, le hacían posible sacar de la guitarra sonidos hasta ese momento inéditos, pero lo más importante era su espíritu creativo, su talento natural que lo ubicó en la cumbre del pensamiento musical de su generación. Sus aspiraciones y pretensiones musicales rebasaban por mucho lo que hasta ese momento se estaba haciendo. Aquí ya entramos al terreno de la especulación, ¿hasta dónde habría llegado Hendrix, hasta dónde habría llevado a la música de haber vivido más tiempo? Imposible saberlo.

Por otro lado Rick Wright, el tecladista de Pink Floyd, el glorioso Pink Floyd, es el responsable de crear con su teclado todas esas insuperables atmósferas de sonido en las que está envuelta la música de estos cuatro ingleses que, salvo tu mejor opinión, son el equilibrio exacto entre la psicodelia y el rock progresivo. Mucho se ha dicho acerca de que ninguno de los cuatro integrantes de Pink Floyd, cinco si consideramos, como debe de ser, a su fundador Syd Barret, son exactamente lo que pudiéramos considerar como unos virtuosos, y de acuerdo, no lo son, como tampoco lo era ninguno de los cuatro Beatles, pero en ambos casos es la fórmula lo que da resultados, no las individualidades de cada uno de los integrantes, aunque sí considero necesario aclarar que en el caso de Pink Floyd, David Gilmour se cocina aparte, no es Hendrix ni Robert Fripp, pero su sensibilidad y profundidad de sonido lo ubican más allá del bien y del mal.

Pero regresando a Richard Wright, con él sucede algo parecido a Tony Banks con Génesis, los dos son tecladistas muy sobrios, muy serios, no están en primer plano, no son protagonistas de sus respectivas agrupaciones, sin embargo, así como me resulta impensable Génesis sin Banks, así mismo Pink Floyd sería un disparate sin Rick Wright, lo vimos en el disco The Final Cut, único en el que no está él en los teclados, y bien lo podríamos considerar como el disco más débil de Pink Floyd, no solo por su lamentable ausencia, hay algunos factores que contribuyen a ello, pero sin duda sí contribuye.

Ahora vamos a ubicarnos en el contexto local, en esta tierra abonada de dolor y placer -parafraseando a José Cruz de Real de Catorce- en donde se realizó el primer gran festival de América Latina, se eligió el Pueblo de Avándaro, más o menos a cinco kilómetros de Valle de Bravo junto al lago para albergar poco más de 12 horas de buen rock, el festival lo abrió el grupo Dug Dugs, aquella noche subieron al escenario algunas de las figuras más importantes del rock en México aunque también hubo importantes ausencias, como la de Javier Bátiz, quizás la más notable, pero tocaron Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki con todo y Mayita Campos, Tinta Blanca, El Amor y el cierre con Three Souls in my Mind, justo en ese orden.

Cuando el festival se organizó, ya dijimos, en 1971, Rodrigo Eduardo González Guzmán, o sea el Rockdrigo, el mismísimo profeta del nopal tenía 21 años, todavía no figuraba en el ambiente del rock nacional, de hecho llegó tarde, ya muy entrados los 30 años a grabar su primer disco, una verdadera gloria del rock urbano llamado Hurbahistorias. Es de esos lamentables casos de músicos que hacen más ruido con su muerte que con su música, lo que es una verdadera pena, ya que su propuesta musical, atrincherada en la sencillez pero de un profundo contenido en sus letras, llegó a representar como muy pocos, la realidad clasemediera del México de los años 80, el México de las antenas parabólicas y del videoclip. Como ya le mencionamos Rockdrigo murió el 19 de septiembre de 1985, fue entonces cuando cobraron vida sus hurbanistorias esas que ubicamos en la delgada línea del mito y la realidad.


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