De lo dicho hasta aquí se desprende que somos herederos de las culturas originarias de este continente que, forjadas en el trayecto de 15 mil años, desaparecieron violentamente hace 500. De los setenta millones de seres humanos que habitaban esta parte del mundo, solo tres millones quedaron vivos pero también despojados de su tierra; de su idioma, de sus nombres propios, de su grandiosa arquitectura, de sus templos, etc.; nada les quedó; todo les fue arrebatado. Pero lo peor de todo fue la aniquilación de su cultura, irremediablemente perdida para siempre a manos de un pueblo bárbaro: ni su historia, ni sus leyes, ni sus escuelas y bibliotecas, ni su ciencia. Todo el conocimiento acumulado fue enterrado, demolido, destrozado o abrasado por el fuego. Crimen único en la historia calificado como genocidio “grado más extremo de violencia grupal” por Oswald Spengler.
De esos tres millones que quedaron, quienes no aceptaron someterse a esclavitud o servidumbre y rechazaron adoptar la cultura de sus agresores, se fueron a lugares abruptos de las montañas, a vivir una vida rigurosa pero suya, conservando lo mejor que pudieron sus costumbres y allí han sobrevivido en forma miserable pero con digna y rebelde persistencia, durante cinco siglos; pocos, casi nadie, recuerda que son los herederos legítimos de este continente. En síntesis, la
Primera premisa que nos define es: Somos los herederos de las culturas madres de este continente, aniquiladas de tajo por un cataclismo humano.
Esto, que jamás nos dice la mísera enseñanza que se imparte en las escuelas, en las que predomina la versión de que los santos varones de España vinieron a salvarnos de la ignorancia y el salvajismo, es lo primero que debemos saber y asimilar si queremos entender quiénes somos.
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Y si necesitamos definir quiénes somos porque pretendemos construir un futuro que sea nuestro y no el incierto que se nos ha impuesto hasta ahora, debemos desentrañar nuestra verdadera historia -la objetiva que falta por escribir- y los materiales de que estamos hechos, tal como lo hacen los alcohólicos anónimos, quienes para dominar su flaqueza necesitan empezar por el imprescindible requisito de reconocer que son sus víctimas.
Quienes se quedaron en las ciudades españolas construidas en los mismos lugares porque eran los más adecuados y con los mismos materiales porque eran los mejores, buscaban la forma de subsistir pero también rescatar algo, pero tampoco pudieron reclamar nada; ni siquiera la conservación de su raza que finalmente perdieron, porque la servidumbre impuesta a nuestras antepasadas autóctonas también incluía la de carácter sexual, que terminó alterando su composición genética.
Y salvo contadas y fugaces excepciones, esta humillación no duró tres años de “conquista” en México o cuarenta en Perú: la explotación se mantuvo de diversas maneras durante los tres siglos de dominación por hablar solo de Hispanoamérica y Filipinas, sometidos por instituciones bárbaras como la esclavitud de conquista o la encomienda, todo debidamente fundado en normas a modo como las Leyes de Burgos, entrelazadas siempre con el adoctrinamiento cristiano de amor y paz, de perdón y caridad, así como de premios post-mortem.
Pero también hay que agregar que, dolido porque aparte de la masacre cometida por medio de las armas y de las enfermedades se sometiera a esclavitud a los supervivientes, tanto en la destrucción como en la construcción de edificios, en la plantación de cultivos tropicales -en la que no estaban familiarizados nuestros antepasados aborígenes residentes en el altiplano- y demás actividades económicas incluyendo la minería, nueva para ellos y la más agotadora de todas, Fray Bartolomé de las Casas obtuvo la cancelación de la esclavitud para los indígenas.
Lamentablemente, como los españoles necesitaban quién hiciera el trabajo, revivieron el antiguo tráfico de esclavos, para lo cual fueron cazados como animales en las costas de África, según algunos cálculos, hasta 60 millones de negros que vendieron -los que llegaron vivos- en Europa, en el mayor mercado de América que era Estados Unidos y, naturalmente, en los virreinatos españoles.
Así fue como los mismos invasores cristianos también sometieron a esclavitud sexual a las mujeres negras violentamente raptadas en África.
La conclusión de todo esto es que la gran mayoría de los habitantes de este continente formamos parte de una nueva cultura, resultante del choque de tres básicas que no han terminado de integrarse: dos del viejo mundo (la blanca europea y la negra africana) y una cobriza del nuevo mundo (a la que se le llama “indígena” porque arrastramos el error de Colón); la primera invadió el territorio de la tercera, cometiendo el crimen de aniquilar su cultura para siempre y masacrando al 95% de su población de la manera más salvaje jamás vista; de esos progenitores brutales del viejo mundo y de esas progenitoras violadas del mundo nuevo somos descendientes los mestizos. Pero también de esos progenitores brutales y de las progenitoras negras violadas, son descendientes los mulatos. Así pues, quede establecida la
Segunda premisa que nos define: Somos, para decirlo sin cortapisas, mestizos y mulatos adulterinos que llevamos una pesada carga histórica de complejos adicionales que hasta la fecha no hemos logrado superar porque no nos atrevemos a admitirlos; y a quienes se nos obligó a adoptar una cultura que finalmente acabó siendo la mezcolanza de una opresora y dos oprimidas en la que los dioses blancos se impusieron en culto público y condenaron a los dioses cobrizos y negros al culto secreto que, de ser descubierto, era castigado con la muerte.
Exteriormente parecemos personas normales, pero en nuestro interior rugen volcanes de confusión clamando, más que nada, por claridad.
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La revolución científica. El viaje de Colón a Occidente para intentar llegar a China con el riesgo de ser condenado a la hoguera por la Iglesia, que afirmaba que la Tierra era plana, no fue casual. Ya antes la Iglesia había soterrado la demostración que el sabio griego Aristarco de Samos había hecho desde el siglo III a.C., de la entonces también ya antigua teoría en el sentido de que el mundo no solo era esférico, sino que además giraba alrededor del sol, teorías a las que Colón no era ajeno.
Lo importante es que una vez hecho aquel primer descubrimiento de lo que para ellos eran nuevas tierras, Carlos I rey de España, que a la vez era Carlos V emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, se planteó posibilidades que nunca imaginó.
Lo primero que le interesaba era recibir los grandes cargamentos de riquezas del nuevo continente para saber hasta dónde podía aspirara a llegar, pues como no se conformaba con el hecho de que en sus dominios “nunca se ponía el sol” -como decía su padre Fernando II-; adoptando como divisa el lema latino “plus ultra” (más allá) realizó por medio de los navegantes Fernando de Magallanes y Sebastián Elcano, el primer viaje de circunnavegación del globo terráqueo culminado en 1522, que demostró, sin lugar a dudas, que la Iglesia estaba equivocada.
Por lo pronto, el papa no chistó porque los bienes materiales también enriquecieron a la Iglesia.
Esto impulsó enormemente no solo el avance de las ciencias geográfica y cosmográfica, sino al desarrollo científico en general, que había estado reprimido por la Iglesia con las aterradoras torturas y ejecuciones públicas de la santa inquisición.
Y a Carlos V le aseguraba una fuente de ingresos que le facilitaba enormemente el financiamiento de las guerras que lo convirtieron no solamente en el monarca de la potencia más extensa de la historia, sino en la primera potencia global y la introductora involuntaria a la edad moderna. Nada menos que España, primer imperio global del mundo moderno.
Luego vendría la Revolución Industrial producto del desarrollo científico y, como consecuencia de la introducción de novedosas técnicas de producción mediante máquinas, la aparición de las instalaciones fabriles con la producción en serie, el motor de combustión interna y, como consecuencia de todo, el surgimiento de la clase obrera.
Después aparecerán las teorías sociales, económicas y políticas que tratarán de explicar las relaciones entre la clase obrera y la dueña del capital.
La ilustración, el liberalismo y los movimientos de independencia de las naciones colonizadas.
Aquí vamos a hacer un paréntesis para considerar que, posiblemente, nada de todo esto hubiera ocurrido, o por lo menos en ese lapso, sin el saqueo de las inmensas riquezas de América, la aniquilación de su cultura y masacrada su población.
Culturas que ofrendaron bienes, riquezas y progreso sin límite a la humanidad entera. Muchas se utilizaron para derramar sangre y ostentar lujo y poder, pero más, muchas más, vertieron bienes por igual para todos.
Por ejemplo, la aportación de infinidad de especies vegetales y animales desconocidas para el resto del mundo, que contribuyeron a mejorar la salud de millones que, como en Europa, padecían epidemias y hambrunas por diversas causas, entre otras las frecuentes guerras; por ejemplo el maíz y la papa, la papaya, la yuca, el mate, la coca, la grana, el azul añil; especias nuevas como el cacao de donde se extrae el chocolate; la vainilla, el chile, el achiote, etc., etc.
Y así como eso, muchas aportaciones positivas para la humanidad, que sería prolijo enumerar.
Pero como la historia no se detiene, también en nuestro continente se dieron manifestaciones para acabar con el saqueo que padecíamos y aprovechamos las ideas liberales difundidas por la enciclopedia francesa que condujeron a la independencia de los Estados Unidos y a la Revolución Francesa, que pronto nos llegaron por medio de los ingleses que estaban interesados en debilitar a España y también por conducto de los sacerdotes liberales que empezaron a proliferar y que podían introducir libros sin provocar sospechas.
La independencia de Hispanoamérica. Muchos intentos de sublevaciones por parte de indígenas, mestizos y negros hubo en los territorios ocupados por España en este continente; la primera resistencia armada en obligar al virrey de la Nueva España (México) a reconocer su autonomía, en 1630, fue la de la comunidad negra llamada “El pueblo Libre de San Lorenzo de los Negros”, cercana a Córdoba, Veracruz, en una lucha liderada por el famoso cacique Yanga durante 60 años.
De las rebeliones indígenas, la más importante fue la del quechua Túpac Amaru II en el Virreinato del Perú, en 1780; gran líder educado en el colegio jesuita de Cuzco donde conoció las noticias extranjeras y las novedosas teorías liberales, invitó a participar en la lucha a todos los grupos raciales y fue el primero en proclamar la libertad del continente y la abolición de la esclavitud. Sin embargo, su insurrección fue suprimida violentamente, como todas. (Continuará)
“Por la unidad en la diversidad”
Aguascalientes, México, América Latina