“Mi madre me da la vida,
mi padre me da el sustento,
y el maestro de la escuela,
cultiva mi entendimiento”.
Publio A. Cordero
El Día del Maestro no es una fecha que se haya unificado internacionalmente, ya que varía en los diferentes países del mundo. El 5 de octubre se celebra El Día Mundial de los Docentes, al igual que el aniversario de la Recomendación Relativa a la Condición del Personal Docente, que la UNESCO y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) suscribieron conjuntamente en 1966. Según Irina Bokova, directora general de la UNESCO: “Los educadores… determinan, en última instancia, nuestra capacidad colectiva de innovar, inventar y encontrar soluciones para el futuro. Nada remplazará a un buen maestro. No hay nada más importante que darles nuestro apoyo.”
En México, se celebra el 15 de mayo – y sabemos que se estableció mediante un decreto firmado por el presidente Venustiano Carranza – y la primera vez que se celebró fue en 1918, volviéndose una tradición, a partir de entonces. Algunos apuntan que se eligió esa fecha porque conmemora la Toma de Querétaro, que pone fin al Imperio de Maximiliano, como símbolo de libertad. En cambio, otros opinan que fue por coincidencia con el día de San Isidro Labrador, en alusión a que el maestro también era un sembrador, pero de ideas.
No obstante, la razón por la cual se eligió el 15 de mayo debe ser lo de menos; lo importante es que coincidimos en que los buenos maestros merecen y deben ser festejados. Todos tenemos, en nuestra memoria, el recuerdo de algún buen maestro y estoy segura que si alguien preguntara por sus cualidades, tal vez no podríamos enunciarlas, pero sabemos, con certeza, que fue bueno porque aprendimos, porque lo respetábamos y admirábamos y porque, de mayores, queríamos ser como él. El maestro, pero únicamente el que merece celebración, no sólo forma académica, física y emocionalmente a sus alumnos, sino que finalmente acabará siendo un buen ejemplo a seguir.
La figura del buen maestro siempre ha inspirado palabras sublimes e idealistas, pero en esas apologías se le atribuyen dotes casi divinas. Al mismo tiempo, se le exigen cualidades de súper hombre para poder ejercer su magisterio, cosa que no ocurre con otras profesiones. Por si fuera poco, existen multitud de decálogos que enuncian virtudes inalcanzables que todo buen maestro debe poseer. Si creen que exagero, sólo hay que leer el listado de cualidades personales que se enumeran en los perfiles de maestros de la mayoría de las instituciones educativas. En justicia, debiera tener una mejor valoración y un mayor reconocimiento social, acorde a todas las cualidades y aptitudes que se le exigen.
Pero el maestro, siendo el elemento más importante de la educación, no es perfecto, ni posee todas las cualidades que se enuncian en poemas, canciones y perfiles profesionales. Tiene, eso sí, algunos aspectos que son el denominador común de los que eligen esta profesión: la vocación, el espíritu de servicio y el amor a los niños. Reconozco, también, que algunos inician en estas andaduras, careciendo de los mismos, pero, si son buenos maestros, no tardarán en descubrirlos y en enamorarse de la docencia.
Un maestro no es un trabajador de la educación, un técnico pedagógico o un simple funcionario; es mucho más que eso, es la persona en la cual depositamos la enorme responsabilidad del desarrollo académico, social y emocional de nuestros hijos. Es, finalmente, el que se encarga de darle seguimiento y reforzar la educación que les damos en casa. Aquí, es oportuno recordar que la primera educación, la que proporciona seguridad y autoestima y la que desarrolla el gusto por aprender se da en casa y el maestro se convierte en un aliado invaluable de los padres de familia. Decía Barbara Colorose: “Si los niños vienen a nosotros de familias fuertes, saludables y funcionales, hacen nuestro trabajo más fácil. Si ellos no vienen a nosotros de familias fuertes, saludables y funcionales, hacen nuestro trabajo más importante”.
En la actualidad, el trabajo del maestro debe adaptarse a los cambios en las familias, asumiendo, en muchos casos, la función de los padres; además de esto, deben adecuar su trabajo a un nuevo léxico pedagógico, nuevos programas y metodologías que cambian constantemente. Todo lo anterior, mientras es evaluado y supervisado minuciosamente por alumnos, padres y directivos, con el consiguiente reporte de evaluación, en el que siempre hay cosas que mejorar. Una especie de “Cómo ser un profesor perfecto y no morir en el intento”. Es la única profesión en la que se le exige cada vez más al profesional, sin que su salario esté a la altura de esa exigencia.
Los maestros no son perfectos, es verdad, pero son conscientes de que su importante actividad los obliga a tener una sólida formación, a estudiar constantemente, leer mucho, tener una amplia cultura y, sobre todo, fortalecer una serie de actitudes y valores que le den la autoridad moral para ejercer, siendo no sólo el mejor profesor, sino un ejemplo a seguir. Y los buenos maestros lo tienen asumido.
Los buenos maestros son joyas invaluables para un centro educativo. Hay que comprenderlos y apoyarlos, porque es muy fácil que caigan en el desánimo y la desesperanza. Su trabajo está en permanente contacto con las emociones y es muy estresante. Necesitan menos apologías y celebraciones, y más justicia, gratitud y respeto por su labor. [email protected]. Twitter: @petrallamas