¿De qué otra forma comenzar una sesión sobre crítica literaria si no es definiendo qué debe ser hoy en México la literatura? La posición de nuestro profesor en el Diplomado de Creación Literaria, organizado por el Ciela-Fraguas, es clara y consecuente: las letras tienen que estar comprometidas en resolver el problema de la violencia en general y en especial la que experimentan históricamente las mujeres. La posición, es de Guillermo Espinoza Estrada, catedrático de literatura y autor de La sonrisa de la desilusión, quien este fin de semana en Aguascalientes impartió un excelente y provechoso módulo a cerca de treinta alumnos que participamos en este ejercicio.
Ciertamente, si con las mujeres tenemos en el país una deuda histórica, esta se agrava frente a la tremenda crisis de crímenes que se viven en nuestra nación, testimonio de ello es el impactante documental, Tempestad (2017) que retrata dos terribles experiencias femeninas: la primera nos cuenta lo aterrador que fue ser acusada, sin fundamentos, de tráfico de personas, separada intempestivamente de su pequeño hijo y llevada (a cientos de kilómetros de sus familiares) a una cárcel con autogobierno, donde es víctima de extorsión de la red de criminales que controlan el penal. La segunda, una circense narra desgarradoramente el largo camino que ha emprendido por más de diez años para encontrar a su hija que, un día cualquiera, salió de su casa y nunca jamás regresó (¡maldito lugar común en México!).
Es interesante la forma en que la autora expone los dos testimonios, tratando de ser neutral, pero dejando en esas voces de sufrimiento, en las lágrimas que derraman, un nudo en la garganta del espectador. Tan neutral, que escalofriantemente deja abiertas muchas puertas, y no tenemos certeza de qué sucedió realmente… pero no nos importa, porque lo que sí sabemos es que, en cualquiera de los escenarios, ya sea la verdad histórica o la realidad, hay sufrimiento inenarrable.
El hilo conductor definitivamente es femenino, quien busca a su hija está convencida de que vive y que fue raptada para ser usada en las redes de trata de personas, ha dejado de temer, ha sido tantas veces amenazada por no dejar de indagar, que no oculta a los miles de espectadores (entre ellos posiblemente los secuestradores) su rostro, su vida diaria; su valentía nos conmueve, está dispuesta a morir con tal de localizar a la otrora niña. Contrario a lo anterior, la otra mujer es acusada y después liberada por falta de elementos, justamente del delito de tráfico de personas; aún tiene miedo, tal vez por eso no se deja retratar y solo escuchamos su voz en off. Definitivamente el documental no está pensado para agradar, su fotografía, música, en general toda la narrativa, están hechas para que no podamos dormir en paz, para que afrontemos la violencia desde el otro, o deberíamos decir desde las otras.
El gran ausente de la crítica de la cinta es un sistema de desarrollo social que debería garantizar mejores condiciones de vida para todas las mujeres, pues de algo debemos estar seguros, las más violentadas son las féminas pobres, y esta es la gran falla de la directora Tatiana Huezo se concentra demasiado en las consecuencias de la violencia, como si lo único importante fuera remediar y no prevenir. Quien sí está presente, es el sistema de justicia fallido en su integridad, es decir, en la prevención, persecución y adecuada sanción de los delitos, el fotógrafo nos muestra constantemente los retenes militares o policiales como signos perennes de que algo está mal ahí afuera. La conclusión de la cinta es clara, no puede haber spoiler en este caso, mientras haya desaparecidos, en tanto no reparemos integralmente a las víctimas, si continuamos (a pesar del nuevo sistema de justicia penal) encarcelando inocentes y si no logramos juzgar con perspectiva de género, no es necesario revelar el final pues no hay uno como tal, el horror se vive en el país, la injusticia como el pan nuestro de cada día.
En el diplomado, analizamos el poema Los heraldos negros, en la semana escuché consternado la historia de un bebé encontrado en Aguascalientes cuya madre adolescente fue asesinada en un municipio de Zacatecas, y yo (que por suerte no he vivido esta violencia desgarradora) no puedo sino experimentar una profunda tristeza, como en el poema del peruano Vallejo “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!”.