Hace algunas décadas, algunos intelectuales e historiadores, seguidores del paradigma tradicional de hacer Historia, comenzaron a calificar al historiador cultural como un investigador ajustado a una moda pasajera que carece de marcos teóricos y de metodología. Sin embargo, la historia cultural tiene ya una larga historia, y ha sido el fundamento sobre el que se han construido multiplicidad de obras.
¿Cuál es la situación actual de la historia cultural y de los historiadores culturales? Un breve repaso bibliográfico deja la impresión de que la historia cultural se ha asentado como el nuevo paradigma de hacer Historia. Sin embargo, su establecimiento no ha sido históricamente fácil, a pesar del justificado optimismo que los historiadores culturales tienden a sentir en estos días. En su famoso ensayo sobre la historia intelectual y la historia cultural, Robert Darnton da cuenta del trayecto que ha tenido que pasar la historia intelectual -en contraste con la historia social-, hasta empezarse a consolidar a partir del renacer de la historia cultural. En el mismo tenor, Lynn Hunt, en la introducción a su compilación titulada The New Cultural History, narra el recorrido que ha llevado a la historia cultural a comenzarse a consolidar de manera seria como una opción relevante y necesaria de hacer Historia.
Entre las diferentes formas de hacer historia cultural conviven: los macro y micro historiadores, los historiadores de la política “alta” y “baja”, los historiadores de la economía y los del medio ambiente, los “viejos” y “nuevos” historiadores de la cultura, los historiadores del cuerpo y de las mentalidades, por no hablar de los historiadores del arte, la literatura y la ciencia. Todos ahora coexisten -con mayor o menor sintonía y afinidad- en las mismas universidades.
También, se puede decir que el llamado “giro cultural” en Historia se encuentra en pleno apogeo. Se han publicado introducciones al tema en francés, en español, en alemán, en inglés, y en otros idiomas, como danés, finlandés, italiano y portugués. La Sociedad Internacional de Historia de la Cultura fue fundada en Aberdeen en 2007, y los franceses cuentan con la Association pour le Développement de l’histoire culturelle. Además, un breve repaso por los textos de historia cultural podría dejarnos la impresión de la amplitud de sus objetos de estudio: historias culturales de los calendarios (realizada por Rupke); del clima (por Behringer); de los cafés (por Ellis); de los corsés (por Steele); de los exámenes (por Elman); del vello facial (por Peterkin); del miedo (por Bourke); del insomnio (por Summers-Bremner); de la masturbación (por Laqueur); del nacionalismo (por Leerssen); y del tabaco (por Gately). Algunos de estos textos han sido escritos por aficionados -periodistas, a menudo-, pero muchos otros por historiadores profesionales.
Dentro de la historia cultural también hay diversos estilos y tradiciones, muchas veces dependientes de nacionalidades. En Gran Bretaña, por ejemplo, encontramos una cierta resistencia a la historia cultural, considerada como incompatible con los “hechos duros”. Por el contrario, los Estados Unidos es uno de los países en el que la historia cultural -como la geografía cultural y la antropología cultural- ha florecido en mayor grado. Aquí también se tiene una explicación cultural: mientras que los Estados Unidos es una sociedad de inmigrantes, donde la movilidad geográfica y social es alta, la sociedad británica es mucho más estable, con una tradición intelectual que hunde sus raíces en el empirismo, iniciado por Ockham en el Medioevo y continuado por Locke, Berkeley y Hume en la modernidad.
También conviene tener en mente que el “giro cultural” en Historia es sólo una pequeña parte de un movimiento disciplinar mucho más amplio. Dentro del campo académico han surgido los estudios culturales (incluido el dominio reciente de los estudios de la “cultura visual”), no sólo en Gran Bretaña sino en otras partes de Europa, los Estados Unidos, Australia y otros muchos lugares. El giro cultural ha afectado a la sociología, la antropología, la geografía, la arqueología y la política, así como a la historia del arte, la ciencia y la literatura. Algunos de los expertos en estas disciplinas ahora se describen como “estudiosos de la cultura”.
A su vez, ciertos dominios de la historia cultural han atraído un interés particular en los últimos años: la historia de las representaciones, la historia del cuerpo y la historia cultural de la ciencia (o lo que algunos llaman “la historia cultural de las prácticas intelectuales”).
En Le monde comme représentation, Roger Chartier sitúa a la historia cultural “entre las prácticas y representaciones”. El enfoque de las representaciones no sólo ha ampliado el territorio de la Historia, sino también ha vuelto a los historiadores más críticos con respecto a sus fuentes, pues cada vez se vuelven más conscientes de su papel de “mediadoras”. Se puede tomar como ejemplo el caso de los relatos de viajes. Gracias a los métodos tradicionales de la crítica de fuentes, los historiadores han sido conscientes de que los viajeros no ofrecen descripciones objetivas de otras culturas, y que a menudo tienen en su agenda compromisos religiosos o políticos. Hoy, sin embargo, hay más interés que antes sobre las aportaciones no reconocidas a estos relatos, realizadas por los informantes locales. En otras palabras, los eruditos ahora escuchan voces diferentes dentro de un mismo texto (la gran aportación de Bajtín a la nueva historia cultural). En este sentido, y consciente de los límites de las representaciones, la historia cultural (como un ejemplo de las nuevas formas de hacer Historia) usa el testimonio de las imágenes. Las imágenes son más poderosas que las palabras, en parte porque trabajan más rápido, pero también son más ambiguas y susceptibles de ser entendidas equívocamente por los espectadores (incluso en mayor grado que la interpretación de un mismo texto por diferentes lectores). La ambigüedad es parte de la fuerza de las imágenes, pero también es una limitación.
Uno de los principales problemas que hoy debaten los historiadores culturales tiene que ver con lo que en los estudios literarios suele denominarse “recepción creativa”. La cuestión tiene que ver con cuándo o en qué circunstancias un historiador puede describir la recepción de ideas de una cultura a más como reconstrucciones que como apropiaciones. Una forma de enfrentar este problema es examinar el papel de la traducción, y cómo los conceptos clave de una obra (y de una cultura) son modificados cuando se traducen a otros idiomas. En este camino, los historiadores culturales se han percatado de que el problema de la traducción no es sólo lingüístico, sino también cultural. Cuanto mayor es la distancia entre dos culturas -entre las hipótesis del autor original y los nuevos lectores-, más difícil será la tarea del traductor. En este contexto, el concepto antropológico de “traducción cultural” es sumamente útil, haciendo al historiador cultural consciente del esfuerzo, la habilidad y las difíciles decisiones que intervienen en el acto de la traducción.
La historia cultural en nuestros días -se puede pensar ya en este momento- se circunscribe en un proyecto de historia total, plural y polifónica. Los nuevos enfoques suelen concebirse ya más como suplementos que como sustitutos de los anteriores. La historia cultural no expulsa a la historia intelectual, como el estudio de las imágenes no expulsa a la historia de los textos. En el caso de los encuentros culturales, la historia cultural comienza a reconocer el valor de la interacción, la interpenetración y la hibridación.
Así ha descrito Burke, en una entrevista, el papel fundamental del historiador cultural en nuestros días: “Los historiadores culturales, más que otros tipos de historiadores están bien preparados para mediar o ‘traducir’ entre el pasado y el presente, dado que son conscientes de las diferencias de las mentalidades y modos de pensar. Los historiadores generalmente tienen la función de ayudar a sus contemporáneos a ver el presente como historia, es decir, mirar al mundo con la perspectiva de cambios de larga duración que son con frecuencia más importantes que aquéllos de corta duración, de los cuales tenemos consciencia en este tiempo”.
No quisiera dejar de recomendar el podcast de mi querido amigo y maestro Héctor Zagal, “El banquete del Doctor Zagal”, una delicia para quienes estén interesados en la historia cultural.
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