Gente, hay una peste
como esperando a Cristo.
Cristo está sentado seguramente
en la tercera fila de un burlesque….
Un mediodía triste – Real de Catorce
Uno de los aspectos necesarios para el análisis político de la situación de la democracia actual en México, es el repaso por las condiciones en las que podrá operar la oposición dentro del sistema de partidos, como contrapeso al enorme poder erigido en torno a Morena. Así, damos un breve panorama sobre la situación de la ahora fuerza opositora que quedó en el país.
Claudia Ruiz Massieu asume la dirigencia nacional del PRI, luego de la renuncia de René Juárez Cisneros, tras la estrepitosa debacle electoral que tuvo ese partido el 2 de julio. Esa ascensión es un mensaje. En esta columna se había ensayado la idea de que el PRI tendría que replantearse su propia identidad si es que quería seguir en el juego de la democracia electoral. En ese sentido, se proponían dos escenarios: uno en el que el PRI volvía a su ideario más social, como fuerza aglutinadora de la herencia postrevolucionaria (muchas de cuyas causas siguen aún vigentes); u otro en el que se imponía la versión más neoliberal del partido; la que se hubo consolidado desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto.
Este nombramiento da claras muestras sobre hacia dónde podría moverse el PRI. Claudia Ruiz Massieu es percibida por gran parte de la clase política (y de las cofradías de opinólogos) como representante de la camarilla que se ha dado en nombrar como Clan Salinas. Si bien este grupo político, durante su paso por la Presidencia de la República, erigió uno de los planes sociales más ambiciosos del México contemporáneo (el Programa Nacional de Solidaridad, cuyo diseño se asemeja bastante a otros modelos de tendencia socialista), también ha pasado a la historia por ser el artífice de las grandes privatizaciones, de los amplios esfuerzos por liberar los mercados; por adelgazar la función económica del Estado; y por erosionar los mitos fundacionales de la post revolución, como la industria estatal, la tenencia ejidal de la tierra, o las relaciones con el Vaticano, por dar algunos ejemplos.
La llegada de Ruiz Massieu a la dirigencia del PRI ha permitido sugerir -incluso- una refundación del partido (con cambio de nombre incluido) y, aunque todavía es temprano para elucubrar escenarios, es posible apuntar hacia dónde se dirigirán las tendencias. Menudo talento el de los Salinas; recuperan el partido que los encumbró, al mismo tiempo que han sabido colocar a ex miembros destacados de su Nomenklatura en posiciones clave de Morena.
Paralelamente, el PAN también acusa recibo de la debacle. Igualmente tendrán que definir la tendencia política con la que querrán volver a conectar con la ciudadanía, aunque para esta fuerza política no será difícil convertirse en una oposición representativa. Así se fraguó el partido en su historia; sin embargo, deberán enfrentar la disyuntiva de reagruparse en torno a la derecha empresarial y confesional (el originario núcleo duro del PAN, que queda cada vez más anacrónico), o si se nutren de fuerzas más tendientes a la socialdemocracia, como quisieron intentarlo con sus pasadas alianzas. Esta no es una decisión menor e -igual que con el PRI- debe obedecer a más factores que el simple y pragmático cálculo electoral. Tiene que ver con la construcción de una identidad que aglutine intereses colectivos, que encuentre resonancia y réplica en una ciudadanía que está en riesgo de regresar en el tiempo político, para enfrentar a una presidencia más bien omnímoda y cercana al modelo de caudillo.
De los partidos minoritarios que serán oposición, poco qué decir. Los que libren el registro también tendrán que encontrar estrategias, no sólo de supervivencia, sino de legítima representatividad social, en un contexto en el que el desencanto hacia el sistema de partidos ha sido creciente. Aquí hay un nicho de oportunidad para los movimientos de “independientes”, si se saben desmarcar de la referencia a figuras como el Bronco o Zavala.
En suma, las fuerzas políticas que habrán de representar a la gruesa parte del electorado que no votó por Morena tienen la oportunidad histórica de reformarse, de entablar puentes y estrategias para recuperar una confianza que la ciudadanía dejó de depositarles luego del ostento, la corrupción, la ineficacia, y los yerros legislativos y administrativos que se permitieron al ocupar posiciones de poder. No será un camino fácil, pero es indispensable, sobre todo cuando -al menos en la primera mitad del sexenio de AMLO- se pueden orientar políticas para el aplauso popular, pero costosas para el estado.
Por ello, me permito insistir una vez más, sin los necesarios contrapesos, la democracia se pervierte para quedar -en palabras de Aristóteles- como la tiranía de las mayorías sobre las minorías. Esto no quiere decir en ningún sentido que se haga una defensa de las élites rémoras que han menguado el desarrollo nacional y la justa repartición de la riqueza. Quiere decir, sí, que la vocación democrática deberá alzarse siempre contra la autocracia y el ejercicio hegemónico del poder. Los partidos políticos tienen -todavía- la oportunidad de abrazar esa vocación, pero puede ser la última.
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