Nuestra cultura es propicia para desvanecer la distinción entre saber y opinar. Los verbos, aunque con uso cotidiano y límites conceptuales vagos, indican cosas distintas. No obstante, en el discurso reflexivo se tiende a desdeñar la diferencia. Sería curioso enterarnos de las razones por las que se tomó la decisión de nombrar el programa semanal de Leo Zuckermann como La hora de opinar y no como La hora de los expertos o La hora de los que saben.
Preguntémonos si existe pues una diferencia entre saber algo y simplemente creerlo, entre decir que sabemos algo y meramente expresar nuestra opinión al respecto. Algunos, en la estela posmoderna que aún aqueja a nuestras sociedades, dirán que no existe una real diferencia entre saber algo y creer algo, entre afirmar que se sabe algo y opinar sobre ello. Estas mismas personas tenderán a señalar que tanto los verbos saber como conocer, así como el sustantivo conocimiento, son palabras que usamos para referirnos a la élite y sus actitudes. Jennifer Nagel -investigadora de la Universidad de Toronto- le llama a esta posición “Teoría Cínica”: “En nuestra cultura, dichas actitudes podrían referirse tal vez a la investigación científica de un laureado Nobel o a lo que piensa un gerente de una empresa sobre su sector industrial; en otros tiempos y lugares, a las enseñanzas del sumo sacerdote o a las de los ancianos de la tribu. En general, las creencias de los perdedores se ignoran y se consideran como supersticiones y concepciones equivocadas. Desde este punto de vista -llamémoslo Teoría Cínica-, si la creencia de alguien cuenta como conocimiento o como mera opinión se determinará por su condición de líder o perdedor, y no por nada en la creencia misma o su relación con la realidad”.
Es cierto, podemos pensar en el conocimiento y el saber como indicadores de estatus. Decir que sé algo y no meramente lo creo es clasificar mi actitud por encima de muchas otras, es decir que, de algún modo, estoy por encima de los que albergan una simple creencia o sólo han expresado su opinión. La Teoría Cínica parece también señalar un vínculo existente e importante, aquel entre el poder y el conocimiento. Está claro que el poder puede ayudarte a conseguir conocimiento (no disponible quizá para aquellas personas que no tienen el poder que tú tienes), y que el conocimiento puede ayudarte a conseguir poder (por ejemplo, capacitándote para un empleo particular o brindándote las herramientas para poder construir una empresa exitosa). Incluso puede ser cierto que quienes evalúen si lo que posees es conocimiento o simplemente una creencia puedan juzgar sesgados desde la posición social que ocupan. La Teoría Cínica, no obstante, va mucho más allá. No nos dice simplemente que el poder y el conocimiento van siempre de la mano o generalmente unidos, sino que no hay nada más en el conocimiento que la percepción del poder.
La Teoría Cínica, como una teoría acerca del conocimiento y el saber, no es suficientemente explicativa, pues deja de lado y no captura algunos hechos relevantes de nuestros conceptos saber y conocer. Para Nagel, la Teoría Cínica “subestima nuestra capacidad para resistir a las creencias de los poderosos: incluso los ganadores del Premio Nobel pueden ser cuestionados y desafiados. En términos más generales, incluso si somos más propensos a juzgar a los poderosos como poseedores de conocimiento, aún podemos reconocer una distinción entre saber y simplemente creer: todos conocemos casos en los que los expertos pensaron alguna vez que sabían algo que se ha demostrado que estaban equivocados. La Teoría Cínica también echa de menos algo notable sobre la forma en que hablamos del conocimiento en la vida cotidiana. El verbo saber no está reservado para nuestras descripciones de los mejores expertos y líderes: es uno de los diez verbos más comunes (…) Es el verbo predeterminado para describir lo que sucede como resultado de casos comunes de ver, escuchar y recordar cosas: sabes lo que cenaste anoche, quién ganó las últimas elecciones presidenciales de EE. UU. Y si ahora estás usando zapatos”.
El conocimiento como tal no está constituido por el poder, aunque guarde relaciones secundarias importantes con éste. El conocimiento como tal muestra una forma de relacionarnos con el mundo y el entorno. Indica seguridad, confianza y convicción, desde un punto de vista psicológico, del que carecen los que meramente creen u opinan algo. Pero no sólo indica una diferencia psicológica: quién sabe, al menos, tiene una creencia verdadera, si hemos de hacerle caso a una venerable tradición que se remonta hasta Platón y llega hasta nuestros días. Quien busca saber, y no meramente creer o expresar opiniones, busca la verdad. Y la búsqueda de la verdad es quizá uno de los rasgos definitorios de los animales humanos. Así, la Teoría Cínica deforma la comprensión de nuestra misma naturaleza.
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