En memoria de Alonso Lujambio, un demócrata
Mi colaboración del 9 de septiembre para LJA terminaba celebrando la aprobación de las candidaturas independientes y señalaba, de paso, los puntos en común que tiene la historia de esa iniciativa con la de la reelección legislativa consecutiva en México. Retomo el asunto y empiezo por lo conocido: la iniciativa de modificar la Constitución para volver a permitir la reelección consecutiva de legisladores y alcaldes fue rechazada en el Congreso.
Fue extraño y no lo fue: aunque México destaca por su excepcionalismo anti-reeleccionista incluso dentro de América Latina, la defensa de esta rareza tiene tradición en nuestro Congreso. Dicha defensa numantina convive con investigaciones como las de Emma Campos (contenida en El legislador a examen, libro imprescindible coordinado por Fernando Dworak), que señalan que la prohibición de la reelección legislativa consecutiva ha sido en buena medida responsable de la situación de nuestros parlamentarios, caracterizada como de “irresponsabilidad pública, escasa experiencia y amateurismo legislativo”.
De entrada, podemos rastrear el origen de nuestro anti-reeleccionismo en una lectura particular de la historia marcada por la experiencia de la dictadura de Díaz, y una interpretación engañosa del lema popularizado por Madero: “Sufragio efectivo, no reelección”. Lo cierto es que la no-reelección legislativa no fue una demanda revolucionaria: Madero dirigía su crítica exclusivamente a la reelección del presidente y no tocaba a los parlamentarios. Sin embargo, la no reelección se convirtió en uno de los principios del régimen posrevolucionario y, extendida a todo cargo de elección popular, se convirtió en un tabú.
No siempre fue así. La reelección consecutiva de legisladores y alcaldes estaba permitida en la redacción original de la Constitución de 1917. Su prohibición no aparecería sino hasta 1933, por medio de una reforma ratificada por el Congreso. Y no fue casualidad.
Esta reforma fue clave para la creación (y longevidad) del presidencialismo autoritario en México que se construía en esos años, pues provocó una realineación de las preferencias de diputados y senadores que debilitó fatalmente al Poder Legislativo frente al Ejecutivo y el Partido (PNR-PRM-PRI): al prohibirse la reelección inmediata, los legisladores ya no tuvieron incentivos para atender a sus representados ni ser responsables ante los mismos. Y como eran los líderes del Partido (el PNR) quienes, por medio del control de los procesos de nominación, determinaban el futuro político de los legisladores al terminar su mandato, los intereses de los congresistas se alinearon con los de ellos. El resultado: un Congreso sometido al interés del partido y del presidente de la República, su líder informal.
Es decir, que más que a principios y tradición, el anti-reeleccionismo mexicano responde a una defensa de los intereses de las cúpulas partidistas y, sobre todo, al mantenimiento del statu quo: una democracia pobre (y tonta) donde no se permite responsabilizar en modo alguno a los titulares de la acción representativa, como señaló en su día Alonso Lujambio.
Lo dicho por Lujambio me lleva a responder a una pregunta: ¿por qué defiendo la vuelta de la reelección legislativa consecutiva para México? Apuro los principales argumentos:
Primero, porque le dará poder al ciudadano; no a la clase política. Hoy los políticos prometen (voto prospectivo), pero los ciudadanos no podemos juzgarles por su labor en la siguiente elección (voto retrospectivo). La reelección consecutiva podrá ser usada como un instrumento en manos del ciudadano para forzar a los legisladores a rendir cuentas, para “premiar o castigar” el desempeño de los representantes electos. En palabras de Dworak, para que se queden los que sirvan. Esa misma rendición de cuentas irá en contra de otro mal de nuestra democracia: la desvinculación entre representante y representando. Si hoy los legisladores no cultivan a sus representados, es porque esa relación no produce capital político, escribía Lujambio. Y es comprensible: sin reelección, el futuro de su carrera depende más de decisiones de la cúpula de su partido que de su electorado. La vuelta de la reelección consecutiva da incentivos para que esa relación se cultive y trascienda las campañas.
Segundo, porque en México necesitamos urgentemente verdaderos parlamentarios. La reelección, al posibilitar una carrera parlamentaria, potenciará la profesionalización de los legisladores y permitirá el aprovechamiento de una experiencia que de otro modo se desperdicia. Posibilitaría convertir a los parlamentarios en “expertos trabajando”, y no en amateurs, como lo han sido prácticamente todos (al menos el 86 por ciento de los legisladores entre 1934 y 1997, de acuerdo con Campos). Aclaro: la reelección consecutiva no asegura que nuestros diputados y senadores serán expertos legisladores, pero dará incentivos para ello. Su ausencia, en cambio, asegura que jamás lo serán.
“El derecho de los ciudadanos deberá posponerse frente al derecho de la multitud. Quemaremos nuestros derechos en aras de nuestros principios”, dijo el líder del Comité Ejecutivo Nacional del PNR en el debate de la reforma anti-reeleccionista de 1933. El derecho a votar y ser votado sin más condición que la de ser ciudadano era el que se mandaba a la hoguera así, grandilocuentemente.
Una primera piedra en su recuperación son las candidaturas independientes. Creo que la vuelta de la reelección consecutiva es la siguiente, y por eso también la defiendo. De forma cauta: no será la solución a todos nuestros problemas políticos. Pero sí un instrumento básico de rendición de cuentas y para tener Congreso como debe ser (formado por parlamentarios, y no por ovejas).
Y sobre todo, mostrará que los mexicanos ya no queman sus derechos.
@MaxEstrella84