La vida de los otros (2006) es una película escrita y dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck cuya historia narra la forma en que un agente de la policía secreta (Stasi) de la hoy extinta República Democrática Alemana, vigila a un grupo de intelectuales que presuntamente no son leales al régimen. En la cinta, ambientada en los años duros previos a la caída del muro de Berlín, somos testigos de un férreo espionaje basado en cientos de miles de informantes, micrófonos escondidos, teléfonos intervenidos, cámaras ocultas, por su puesto todo en aras de proteger al estado socialista de sus enemigos, los reaccionarios.
La historia enfrenta dos mundos diametralmente opuestos, el de la élite gubernamental, llena de prebendas, lujos y corrupción, representada por un ministro gordo y su abuso del poder, alineado y alineando al régimen; del lado contrario a los intelectuales, con sus libros, obras de teatro, pinturas, tertulias, y por supuesto, un pensamiento liberal, encarnado principalmente por un escritor que, si bien, no está de acuerdo totalmente con el sistema, lo tolera. Es esta pasividad, la que permite que los dos mundos se toquen, la élite pensante, vive a la sombra del estado, incluso nuestro escritor y el ministro, comparten amante.
Alerta de Spoiler: el espía, después de escuchar los diálogos de amor entre el escritor y su pareja, en tanto que va conociendo y escuchando las razones liberales, comienza a experimentar un cambio, hay dos hechos que lo marcarán: en una de las incursiones sigilosas al departamento, roba un libro de Bertolt Brecht, que leerá con interés. El segundo, es cuando está dispuesto a delatar ante su superior, la actividad subversiva del escritor, su jefe le narra la forma en que se tortura a los intelectuales, lejos de imponer castigos físicos, se les aísla de todo contacto humano, ya que les encanta comunicarse, este correctivo termina destruyéndolo al grado que, no vuelven a escribir. A partir de este punto, el agente se dedicará a proteger a sus objetivos, surge una historia de amor universal, una lucha por la humanidad, que dejará al empleado estatal, hundido en el más miserable puesto burocrático.
Una de las escenas que más me gustaron, muestra a los empleados llenando, ordenando y archivando, cientos de miles de tarjetas con el día a día de las personas vigiladas, bitácoras que lo mismo describen la hora en que comieron, que cualquier comentario que pueda sonar subversivo al régimen, monitoreos exactos de tiempo, modo y lugar, que nos hacen recordar la idea del estado orwelliano en El gran hermano. También evoca, el sistema cuasi totalitario en que hoy en día se han convertido las campañas: llenado formatos, reportando bitácoras exactas de actividades, sujetos a estrictos sistemas de auditoría que transforman a la lucha política, más en un reporte de actividades, una camisa de fuerza a los candidatos, que en una auténtica lid democrática.
¿Hemos transformado al derecho electoral, en una moderna Stasi, como la que nos muestran en la ganadora del Óscar en 2007 a mejor película extranjera de habla no inglesa (y acreedora de otros tantos premios)? En el proceso comicial actual, prácticamente todos los candidatos presidenciales han sido sancionados; en 2016, en las elecciones locales, de igual forma casi todos los partidos políticos y sus candidatos, así como los independientes, tuvieron alguna multa de la autoridad llámese INE O IEE ¿Son todos violadores de normatividad o hay una sobre regulación? En el fondo se trata de ambas situaciones.
Pareciera que esta reglamentación excesiva, deviene de las exigencias ciudadanas por la mala fama que se acarrean partidos y candidatos. No se me malentienda, no quiero decir que debamos abrir plenamente la libertad electoral, sin embargo, el verdadero problema es que esta gran cantidad de normas, no ha demostrado ser un antídoto eficaz contra las prácticas antidemocráticas. Contrario a ello, lo que en realidad ha provocado, es que, ante la necesidad de conocer, interpretar y aplicar una pléyade de disposiciones normativas, se judicialice la lucha por el poder, lo que entonces nos lleva a otro dilema: la democracia, se termina configurando en los tribunales, un selecto y elitista grupo de magistrados, son los que eligen quién debe gobernarnos y no el voto de la ciudadanía.