El reto es convertir la escuela en un lugar emocionante - LJA Aguascalientes
26/11/2024

 

  • Hay un distanciamiento entre la escuela y la vida
  • Arte y ciencia no son campos separados, no existe la ciencia y allá, a lo lejos, el arte

 

Emilio Ruiz Llaven es una de las personas más activas y reconocidas en Chiapas en la tarea de divulgar y fomentar el conocimiento de la ciencia y la tecnología, entre niñas, niños, jóvenes y hasta gente adulta que se acerca con curiosidad a sus talleres, charlas y su blog personal.

Su trabajo como creador suele mezclar arte, ciencia y tecnología: esculturas que son también receptores de radio o emisores de grabaciones, cuadros de paisajes sonoros y artefactos sonoros. Es también uno de los fundadores de Archivo Sonoro, una iniciativa que promueve el rescate y conservación del paisaje sonoro.

Actualmente, trabaja en la creación de espacios interactivos para el museo de la Casa de las Artesanías de Chiapas.

Entrevistado para la Agencia Informativa Conacyt, conversó acerca de varios temas: de la emoción que despierta la ciencia y la tecnología en niñas, niños, jóvenes y personas adultas; de robots; del entrecruzamiento entre el arte y la ciencia, de la desconexión que parece haber entre la escuela (y más tarde también el trabajo) y la vida; y de una de sus pasiones: la radio.

Le hicimos pocas preguntas, pero Emilio Ruiz suele ser prolijo en sus respuestas. Argumenta, explica, divaga un poco, mezcla anécdotas con reflexiones. Y aunque parece siempre tener en mente llegar a un punto -y lo hace-, a menudo la ruta que sigue para llegar ahí no es menos interesante. Por todo eso, omitimos aquí las preguntas que le hicimos, para reflejar un poco el flujo real y continuo que es su natural expresión.

Todo lo que sigue a continuación lo dice Emilio Ruiz Llaven, artista y divulgador científico.

 


Distanciamiento entre la escuela y la vida

Mis talleres y El Ingenio (el espacio físico donde los imparto) buscan llevar arte y ciencia a los niños, jóvenes y adultos, de forma gratuita. En ese contexto, me he encontrado con que sin importar si estudian en instituciones públicas o privadas, la mayoría de los asistentes sufre una “desconexión” entre lo que le es enseñado en la escuela y lo que en verdad aprende. Por ejemplo: les enseñan a recitar el número pi: tres punto catorce dieciséis, pero no saben qué significa y de qué sirve. Y lo mismo les ocurre con una gran cantidad de temas.

A pesar de ello, noto que les motiva mucho toda la ciencia y la construcción de objetos a partir de los conocimientos que adquieren (tecnología). Lo chistoso es que en determinado momento “les cae el veinte” de que son temas que ya habían visto en la escuela, pero los odiaban porque los dejaban de tarea.

Lo mismo ocurre con los niños, quienes suelen tener esa idea de que lo aprendido en la escuela nada más sirve para aprobar exámenes, pero no para sus juegos, diversiones, etcétera. Y sostienen también la creencia de que lo más horrible del mundo son las tareas de matemáticas, de historia y de español.

Recientemente, comencé a pedir que las madres y padres se involucraran también en los talleres que reciben sus niños, sobre todo cuando son muy pequeños. Fue una buena idea. No solo se emocionan con los temas y la construcción de artefactos, sino que en casa motivan a sus niños a investigar más. Incluso, varios me han comentado que sus hijos se interesan de inmediato cuando en la escuela o en la televisión mencionan algún tema que hayamos tratado en el taller.

En resumen, y sin querer generalizar, me parece que el problema es que hay un distanciamiento entre la escuela y la vida. Los niños y jóvenes van a la escuela porque tienen que ir, para que no los regañe la mamá o el papá, o para aprobar exámenes con calificaciones mayores al número cinco.

Lo increíble es que aunque no sean conscientes de ello, en los talleres que imparto ¡también hacen exámenes y tareas! Y además, sin necesidad de celulares, tablets, laptops o Internet. Pero ahí sí les gusta.

El reto es convertir la escuela en un lugar a donde les emocione ir, donde el goce no solo se reduzca a los momentos de recreo, sino que sea un recreo completo; donde se aprenda de español para inventar trabalenguas; donde se aprenda de química para hacer “moco de gorila”; donde se aprenda de geometría para construirle una casa a la mascota; y donde la tarea sea precisamente eso: construir y hacer cosas divertidas o de utilidad para el estudiante, con las que este pueda mostrar (no demostrar) que comprende lo aprendido.  

 

Arte sin ciencia o ciencia sin arte es imposible

Uno de los temas finales del taller es la construcción de robots. Los construimos con objetos que rescato del basurero mes con mes: tornillos, rondanas, resortes, celulares, cables, alambres, etcétera. Es uno de los momentos más increíbles.

Mientras diseñan, desarman y rearman su robot, las niñas y niños son capaces de concentrarse ¡más de tres horas seguidas! Es tal su grado de concentración y silencio que casi puedes ver en sus cabecitas formarse las ideas: líneas geométricas, análisis de formas y de objetos, etcétera.

Una vez que tenemos los distintos robots, cada participante hace una presentación donde explica las habilidades y características de su creación. Muchos de ellos coinciden en tres premisas: 1) Servir de compañía para sus juegos, porque ¡¿quién no querría tener un robot de amigo?! 2) Que los robots les ayuden a ¡hacer la tarea! 3) Que los robots los protejan si alguien intenta hacerles daño.

Una vez que concluyeron el diseño de robots, les comparto el trabajo de artistas como Edouard Martinet, Arthur Ganson, Theo Jansen (…) Las niñas y niños se asombran al descubrir que hay adultos dedicados a lo mismo que acaban de hacer ellos: seleccionar objetos, diseñar, planificar, unir, armar, nombrar. ¡Y que además es una profesión! Es decir, que esos artistas viven haciendo eso. Se ganan la vida con ese trabajo.

Arte y ciencia no son campos separados. No existe la ciencia y allá, a lo lejos, el arte. Ambas están contenidas una dentro de la otra. Son producto de nuestra actividad como seres humanos. El arte es la magia. Y la magia es el uso de símbolos, objetos o cualquier disciplina creada por el ser humano para comprender o transformar la realidad.

Aunque hoy parezca que no tuvieran nada que ver una con otra, los griegos colocaban la música dentro de las matemáticas. Del mismo modo, resolver un problema matemático en la escuela, por lo general, involucra otra disciplina: la lengua, pues hay que tener cierto grado de comprensión lectora.

Creo en la importancia de aprender y comprender el español, las matemáticas y la mayor cantidad que nos sea posible de la creación humana. Porque cuando eso no ocurre, tenemos en nuestra sociedad a abogados que eligieron el derecho porque odiaban las matemáticas; o ingenieros civiles que odian la poesía porque es una tontería sin utilidad. Pero entre más nos acercamos a la ciencia y al arte, más magia podemos crear: tecnología, por supuesto, pero también más oportunidades de tener una vida rica y no vivir lamentando un oficio o profesión que aprendimos por obligación.

Arte sin ciencia o ciencia sin arte es imposible.

Una vez, una amiga me dijo al ver que sacaba mi flexómetro cuando intentaba crear una escultura:

—¡Qué haces, Emilio! No midas. Debes sentir la pieza que estás creando.

Le respondí:

—Tienes razón. Mmmm… Siento que el transformador de 110 voltios y 65 miliamperios no va a entrar en la escultura (…) Eso siento. ¿Me concentro más para que entre?

 

La radio es magia

La radio es la posibilidad de crear mundos de formas distintas. No solo es un medio de comunicación, es magia. La radio es mística, científica, artística, educativa, propagandística (…) Es decir: es magia.

Mi fascinación por la radio ocurre a muchos niveles.

  1. Científica. No es casualidad que muchos científicos, astronautas e inventores hayan tenido su primer acercamiento a la ciencia a través de la radio. Intentar comprender y responder preguntas como ¿qué es una frecuencia?, ¿qué y cuánta potencia necesito?, ¿qué modulación requiero?, hará que recorras un camino que va desde las teorías atómicas, hasta la electricidad y la electrónica. No es tan complicado pasar de ahí a la parte creativa. Construirás antenas, receptores, transmisores.
  2. Mística. En la noche prepara café, toma un receptor de radio AM portátil, sal al patio o a un lugar alejado de los cables eléctricos y señales wifi y sintoniza poco a poco. Dale vuelta al dial. Además de escuchar noticieros, música mexicana, rock, jazz y el más variopinto de los contenidos sonoros, escucharás chasquidos y estallidos electromagnéticos que provienen de distintos fenómenos terrestres.

La música clásica o la canción de Pedro Infante se mezclarán con fuerzas como el relámpago, efectos Doppler y fadesde la estratósfera, pues por ahí viajan esas señales que escuchas. Es decir, la Tierra realiza un performance con esas emisiones electromagnéticas. No hay sonido más misterioso y fantasmagórico que la locución de una persona, mientras la señal va y viene por el capricho de la ionización de la atmósfera o de las manchas solares.

  1. Artística. Puedes crear un mundo solo con la voz. Como dice Murray Schafer, para crear el universo, Dios tuvo que nombrarlo. Es claro que con muchos otros medios se puede hacer lo mismo, pero la radio crea ese mundo incluso cuando el productor de una serie radiofónica no lo quiera. ¿Cuántas veces te imaginaste de un cierto modo a Nananina, de la serie de Tres Patines? Y vamos más allá: puedes crear documentales ficticios, como la radio feature, de Alemania.
  2. Educativa. Regala a una niña o un niño un radio pequeñito portátil de transistores (de AM). Verás la “divertidota” que se da (eso sí: lo lamento por sus papás). Y otra vez comenzará con las preguntas: ¿cómo se capta una estación de radio?, ¿por qué hay tan poquitas?, ¿por qué solo transmiten esa música?, ¿por qué en la noche se captan más estaciones?

En la primaria, mi padre (y no sé por qué motivo) me obsequió un radio de bulbos. Lo encendí y se veían las luces de los bulbos. Unos segundos y, ¡pum!, apareció una voz y la música. Eso era para mí la magia. Por ese entonces escuchaba Radioeducación y otras estaciones.

Tiempo después me regalaron una televisión de esas chiquitas que traía casetera y radio. Descubrí que podía grabar el sonido de programas de televisión y así los escuchaba. En la secundaria, aunque estábamos jodidísimos económicamente, mi padre cambió un tripié que tenía por un radio de banda civil que aún conservo. En él tuve mis primeras comunicaciones locales e internacionales (Guatemala, El Salvador). Me reunía con otros amigos y hacíamos una “rueda radiofónica”, para hacer la tarea de español o de matemáticas.

En la radio de banda civil conocí a un amigo que tenía voz de superhéroe. Su nombre clave (o como decimos hoy, su nombre de usuario) era “El Bello”. Y en serio, lo escuchabas hablar y te imaginabas al príncipe de Shrek. Tiempo después lo conocí y me ganaba la risa (todavía me gana), porque ha sido el amigo más feo que he tenido. Pero esa es la nobleza de la radio. No hay ahí prejuicio acerca de la ropa que vistes, el color de piel que tienes o tu condición económica. Solo es tu voz y las ideas que emites. El aire que impulsas y que se convierte en voltaje y corriente eléctrica, que circula por bobinas, para transformarse en señales electromagnéticas que viajan en el espacio y, con suerte, llegarán al pequeño tímpano de otra persona que recreará todo. Lo repito: es magia.

Ya en el bachillerato, construía transmisores de frecuencia modulada, que vendía a mis amigos para que se pudieran pasar copia en los exámenes. Comencé también a hacer mis primeros receptores de onda corta, y todo el asunto con la radio se puso más misterioso aún con las estaciones de números, los distintos idiomas, la propaganda política, etcétera.

Quizá puedas decir que está el asunto de la voz. Hay gente que tiene buena voz y otra que no. Pero más que eso, es la intención de la voz. Nuestro oído se entrena al escuchar radio para detectar fácilmente las intenciones en la voz. Por otro lado, está el uso de clave morse en la radio, que vuelve todo ¡más misterioso todavía!

Como dice Gregory Whitehead: “Mi sueño (al hacer radio) es relajarme en la tina del baño o en la cama, completamente tranquilo. Es de noche. Relajado, calmado, silencioso, y de pronto llega esa transmisión y hay una voz y una canción y sonidos, y te sientes completo con eso”.

 

Con información del Conacyt


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