La vida interminable / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
24/11/2024

 

El miércoles 14 pasado, el físico británico Stephen Hawking, el científico que explicó el universo desde una silla de ruedas y acercó las estrellas a millones de personas alrededor del mundo, ha fallecido esta madrugada en su casa de Cambridge, a los 76 años (Fuente: El País. Muere el físico Stephen Hawking a los 76 años. El reconocido científico y divulgador británico ha fallecido en su casa de Cambridge. Cambridge 14 Mar 2018 -14:43 CST. https://goo.gl/s9JqtY ). No creyó nunca en un Dios, que las leyes de la Física hacen, según él, “innecesario” y pensó en la posibilidad de que existan otras inteligencias en el Universo, y llegó a la conclusión, aplicando la lógica, de que lo mejor que podemos hacer es permanecer en silencio y no llamar la atención de alguna civilización superior a la nuestra que termine por destruirnos (Fuente: ABC ciencia. https://goo.gl/ijw5Bj )

Entre sus frases más famosas están aquellas de la inexistencia de Dios. Afirmó en más de una ocasión su rechazo a la idea de la vida después de la muerte. Consideraba que el cerebro es “como una computadora que dejará de funcionar cuando fallen sus componentes. No hay paraíso o vida después de la muerte para las computadoras que dejan de funcionar, ese es un cuento de hadas de gente que le tiene miedo a la oscuridad”, señaló en una entrevista al diario británico The Guardian (ABC.ES. Actualizado:15/03/2018 08:29h/ Ibidem. -Hawking afirmó que no hace falta un Dios para crear el Universo. “La creación espontánea es la razón de que exista el Universo, de que nosotros existamos”, dijo. “El Universo no ha necesitado ninguna ayuda divina para estallar y comenzar su existencia”. A su juicio, la teoría de la Creación “no se sostiene”.

El pronunciamiento de una de las mentes más brillantes, entre siglos XX y XXI, acerca de la fe en la divinidad, es sin duda uno de los gritos de absoluta libertad del hombre sobre la Tierra, al tiempo que también uno del más acendrado humanismo, sin ser superior que lo determine; su convicción puede interpretarse como un himno a la emancipación total de hombres y mujeres frente a la idea de Dios, entendido como Creador y Salvador, Alfa y Omega, Principio y Fin de todo lo que existe. Por eso mismo, se convierte en el mensaje más desafiante para la gran bio-masa de seres inteligentes que se han apropiado del planeta: ¡No hay Dios! Ergo, no hay trascendencia posible más allá de la muerte. Stephen Hawking reta a la humanidad a asumir su final definitivo en el momento de su muerte. El tiempo y el espacio cósmico de su individualidad cesan en ese preciso instante; después, hay silencio y obscuridad. Su afirmación: “ese es un cuento de hadas de gente que le tiene miedo a la oscuridad”.

Y, sin embargo, esta idea de Dios todavía se mueve. Ateos y creyentes estamos allí concernidos. El debate no ha cesado, continúa. Una prueba inmejorable de esta disputa perenne, ha sido el maravilloso diálogo entablado, también, por dos mentes maestras de nuestro tiempo: Umberto Eco, ateo, destacado especialista en Semiología y Letras, y el creyente, sacerdote jesuita, Mons. José María Martini, Teólogo y polemista de excepción. Ambos finados. Debate existencial que nos lleva a la pregunta: ¿sus respectivas conciencias inteligentes trascendieron o no trascendieron? ¿Cayeron ambas, determinísticamente hablando, en la ley gravitacional de la oscuridad y el silencio? No lo sabemos, pero sus respectivas pasiones por la verdad, prevalecen.

Se dijo: No es la primera vez que ambos intelectuales han tenido la oportunidad de encontrarse. Hace cinco años llevaron a cabo una sugerente correspondencia epistolar en la revista Litoral a través de ocho cartas cruzadas -cuatro de cada uno-, que despertaron un interés inusitado entre los lectores y las lectoras, y tuvieron un amplio eco en los medios de comunicación (Fuente: El País. Juan José Tamayo. Eco y el cardenal Martini: dos intelectuales en diálogo. 27 Oct 2000.https://goo.gl/uUcDiU ). Luego, abriendo su intercambio epistolar a la discusión a un elenco de relevantes críticos, se produjo el libro titulado: ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el final del milenio.

De la misma fuente, apuntamos: El arzobispo Martini no juega el papel de apologeta que defiende las verdades de la fe apelando a las definiciones dogmáticas y descalifica fundamentalistamente las razones del no-creyente. El laico Eco no anatematiza la religión; reconoce, más bien, la existencia “de formas de religiosidad, y, por lo tanto, un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación y de la esperanza, de la comunión con algo que nos supera”, incluso sin creer en un Dios personal. Ninguno de los dos hace pomposas confesiones de fe o de increencia. El diálogo se mueve en el terreno del razonamiento, de la argumentación, siguiendo el emblema de la Ilustración formulado por Kant: “Sapere aude!” (“¡Atrévete a pensar!”).

El autor apostilla: El diálogo epistolar entre ambos constituye todo un ejemplo de tolerancia y respeto entre personas que se ubican en tradiciones culturales y religiosas distintas, así como de elegancia dialéctica y finura literaria entre intelectuales que se desenvuelven con soltura en el mundo de la comunicación. Como reconoce Eco, se trata de “un intercambio de reflexiones entre hombres libres”.

Así entiendo, así concibo, el debate sobre el mismo tema, que habría de realizarse Post Mortem del excepcional ser humano y científico, Stephen Hawking, En principio, ¿trascendió o no trascendió? ¿Su respuesta la tuvo… en el último punctum de este espacio-tiempo cósmico y el primero de la Trascendencia? Como diría el Teólogo Ladislaus Boros, en su obra Mysterium Mortis (1976, publicado como El Hombre y su última opción). La pregunta está abierta.  


A lo dicho, me aventuro a señalar unos indicios de la importancia y, sí, la trascendencia de una provocación intelectual como ésta.

Me voy a referir a la excepcional entrevista que Umberto Eco le concedió a Thomas Laisné, para el diario Le Monde, (Suplemento “Europa”), el 26 de enero de 2012. Realizada desde su estudio de Milán, y privando la grave incertidumbre europea de ese año. Entonces afirmó: “De cara a la crisis de la deuda europea, y hablo en tanto que persona que no conoce nada de la Economía, debemos recordar que sólo la cultura, más allá de la guerra, constituye nuestra identidad. Por siglos enteros, franceses, italianos, alemanes, españoles e ingleses se están reencontrando. Estamos en paz después de más de 70 años y no hay persona alguna que destaque esta obra maestra; imaginar hoy que estallara un conflicto entre España y Francia o Italia y Alemania no provocaría otra cosa que risa. Los Estados Unidos tuvieron necesidad de una guerra civil para unirse verdaderamente, yo espero que la cultura y el mercado nos serán suficientes”.

Referido a esta esfera de la cultura, toca un punto sensible para las mentes ateas -de las que por cierto él mismo es insigne representante-, y que sitúa en el contexto de todavía una “superficial” o frágil identidad europea, al afirmar: “Habría que cuestionarse si el problema se remontaría al lugar que debiera ocupar ¿Dios? ¿A la religiosidad que se acrecienta en el siglo XXI en los Estados Unidos, en tanto que disminuye constantemente en Europa? Así es. En esa época, Juan Pablo II todavía en vida, cuestionó mucho el punto de ‘saber si no faltaba mencionar en la Constitución europea, las raíces cristianas del continente’. En donde, los laicos seculares lo habían asumido, pero no hicieron nada, a pesar de las protestas de la Iglesia. – Existía, por tanto, una tercera vía, ciertamente más difícil, pero que hoy nos daría fuerza: establecer positivamente en la Constitución todas nuestras raíces greco-romanas, judías y cristianas”.

Algo que sonaría inimaginable en los labios de un sedicente ateo, en la palabra de Umberto Eco se hace verosímil y hasta creíble: “Detrás de nosotros, uno se encuentra tanto a Venus como el crucifijo, la Biblia como las mitologías nórdicas, y en donde nosotros celebramos la tradición del árbol de Navidad, o mediante las fiestas de Santa Lucía, San Nicolás y Santa Claus. Europa es un continente que ha sabido ser el crisol de identidades numerosas, y que las ha fundido, sin que por ello las confunda. Bajo esta particularidad, que yo calificaría de única, reside precisamente su porvenir. En cuanto a la religión, hay que poner atención. Muchos son los que ya no van a misa, pero que igualmente sucumben a las supersticiones. Y ¡cuántos no-practicantes incorporan en sus portafolios la imagen piadosa del Padre Pío!”.

Este deslumbrante reconocimiento de Eco a las raíces culturales de Europa, suman lo más granado de una sociedad occidental-judeo-cristiana que, dicho en el estricto tono lingüístico de Antonio Gramsci -su otro compañero semiólogo por excelencia-, configuran su propia visión del mundo, su cosmovisión aglutinante de pueblos y tradiciones ancestrales; al final, su ideología militante. Es decir, el Ëthos/íntimo cultural que les da identidad, personalidad, su modo de estar frente al mundo.

¿Un ateo enderezando un panegírico a la religiosidad de un pueblo paneuropeo? Pues, sí, así es. Y a pesar de ello o en fuerza de ello habla de su autenticidad cultural, de su desnudez intelectual ante el peso imparable de la Historia y de la génesis del pensamiento occidental planetario, que se implantó con gran vigor en América Latina. Excepcional visión de Umberto Eco que hace de su convicción en el poder imbatible de la cultura, un imperativo categórico que habremos de catalogar tarde o temprano como la Bioética Cultural del mundo contemporáneo.

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