En nuestra vida cotidiana las creencias tienen un papel fundamental para nuestras acciones, no sólo en materia religiosa, sino también en muchos otros campos, incluida la política y la democracia. Cuando creemos en algo, actuamos en consecuencia y en congruencia con ese algo; y, por el contrario, cuando no creemos en algo, nuestras acciones así lo ratifican, aunque, en un momento dado, nuestras palabras fueran diferentes.
Para el politólogo Robert A. Dahl, a propósito de la poliarquía, “parece evidente que las creencias de los individuos influyen en las acciones colectivas y, por ende, en la estructura y en el funcionamiento de las instituciones y de los sistemas. Es difícil entender cómo podrá mantenerse una poliarquía si la mayoría de los estamentos políticos más activos del país creen firmemente que es más deseable el régimen hegemónico y que se puede llegar a él apoyando a los dirigentes y organizaciones antidemocráticas…Probablemente la poliarquía exige que la creencia de que el sistema es deseable esté más generalizada y extendida de lo que se precisa para mantener el régimen hegemónico” (La poliarquía, participación y oposición).
Considero interesante poder apreciar algunas secuencias que se dan en Aguascalientes en la expresión y manejo de algunas creencias políticas y democráticas; en las últimas semanas hemos escuchado en alguna ocasión que Lorena Martínez, Alcaldesa de Aguascalientes, ha señalado que el PRI debe adelantar el proceso de selección de los próximos candidatos para las elecciones del año 2013.
En ese tenor, el gobernador Carlos Lozano “difirió de quienes piensan que no se está haciendo nada… yo creo que son muy claros para la propia sociedad quiénes tienen posibilidades. Yo creo lo que digo, que hay que hacer política, no politiquería” (LJA, 13 octubre).
Posteriormente, en la mañana de ese sábado en el noticiero matutino de Radio Mexicana, uno de los dos conductores de noticias, Enrique Hernández, informaba la nota. En seguida, sus comentarios se centraron, prácticamente, en dos aspectos: el primero es que será el gobernador del estado el que decidirá quiénes van a ser los candidatos a las presidencias municipales y a las diputaciones locales; y, el segundo, que el gobernador tendrá que solicitar al presidente de la república, Enrique Peña Nieto, tanto sus propias propuestas para alguna candidatura, como su visto bueno a ellas.
Al día siguiente, domingo, apareció en los diarios del estado la fotonota de la visita del ex presidente Carlos Salinas de Gortari enviada por el gobierno del estado, con la información de que “intercambiaron puntos de vista y experiencias sobre la situación política de México y Aguascalientes, sin dejar de abordar ampliamente los perfiles de quiénes deberán ser los candidatos del PRI durante la contienda del próximo año” (LJA, 14 octubre).
El lunes 15 de octubre aparece en los diarios del estado una Fe de erratas del gobierno del estado, en la que señala que en dicha reunión no fueron abordados temas de carácter electoral. “Aclaramos que el gobernador, Carlos Lozano de la Torre, nunca realizó expresión alguna en este sentido” (LJA).
La contundente corrección pareciera hacer creer a los ciudadanos: o que el gobernador del estado no tiene por qué participar al ex presidente de su propia decisión; o que el gobernador no es el que toma esas decisiones; o que el gobernador sí toma esas decisiones, pero no tiene por qué conocerlo la ciudadanía.
Para contar con más información que nos dé más luces para identificar estas creencias políticas, recurro al valioso artículo de David Pérez Calleja, Valor Público “¡Adiós, Jesús María” (LJA, 18 octubre), donde muestra, para la coyuntura de la designación de candidatos de mitad del sexenio, el paralelismo entre los gobernadores Otto Granados y Lozano, que con algunos hechos se enfrentaron a la clase política del PRI en el estado.
De esta manera, podemos apreciar dos creencias democráticas que se aplican: una, que efectivamente es el gobernador del estado, como primer priísta, el que decide y designa a los candidatos de su partido; la otra, que es el partido político el que debe realizar el proceso de selección y elección de candidatos.
¿Por cuál de las dos podemos decidirnos? Considero que la respuesta es sencilla: si apelamos a los criterios y principios de la democracia, y su aplicación en los partidos políticos, tomaremos la segunda creencia y estaremos de acuerdo con quienes así actúan. Si nos apoyamos en el “cómo son las cosas en la realidad o cómo las explican algunos”, nos decidiremos por la primera.
Pero, resulta que la primer creencia pierde el sentido democrático para volverse antidemocrático y autoritario, conforme nos explica Dahl. Entonces, ¿cómo entender el “enredo” de que, por un lado el gobierno del estado sí acepta que el gobernador trata los perfiles de los que serán candidatos y que, consecuentemente, buscará imponerlos a su partido, como sucedió en 1995; y, por el otro, lo niega, aunque los hechos parecen demostrarlo? ¿Cómo entender los discursos del respeto a las decisiones del partido, por un lado, y las afirmaciones categóricas de algunos actores de la sociedad que dan por hecho que es el gobernador el que designa candidatos? ¿Una es política, la otra politiquería?
La secuencia nos lleva al punto al que llegan los críticos de la democracia, cuando constatan que no existe, o al que llegan los que consideran que no hay que tomarla en serio; sin embargo, de manera diferente sucede cuando en sus discursos los gobernantes nos dicen que sí es necesaria e importante la democracia para la vida de la sociedad.
El conocer más y mejor la vida de la sociedad y de sus grupos, nos ayudará a profundizar el sentido real de la democracia como método de convivencia; es necesario formar nuestras creencias democráticas, para que todos los ciudadanos hablemos el mismo lenguaje político y actuemos dentro del amplio espacio democrático.
Andrea Nohemí, deseo estés pronto con tu familia.