Celebramos el CDXXXVII, 437, Aniversario de la fundación de Aguascalientes, y la investigación histórica nos sorprende con datos registrados que refutan creencias divulgadas que no necesariamente encajan con la realidad. Y uno de esos datos apunta directamente al nombre oficial con que se autoriza el fundo que da base a la creación de la nueva ciudad.
Los pioneros fundadores quisieron que desde el primer momento se definiera la categoría de la fundación. –“Y nos pidieron”, dice Orozco en la cédula, “les mandásemos hacer merced de darle título de Villa, y para que gozasen de la preeminencia, prerrogativa e inmunidades que las demás villas de nuestros reinos gozaban y les debían ser guardadas de lo cual por nos visto y que por información recibida cerca de lo susodicho nos consta ser servicio de Dios y mío, y bien y pacificación de este dicho reino y pasajeros de la dicha población, se haga y lleve adelante, por la presente mía merced y voluntad, la dicha población y sitio de Aguas Calientes se llama y nombre la villa de la Ascensión”. (Fuente: http://goo.gl/jgZ5N)
Desde niños, y estoy hablando del siglo pasado, se nos enseñó con timbre de orgullo que nuestra ciudad fue creada con el rimbombante nombre de Villa de Aguascalientes de Nuestra Señora de la Asunción y punto. La solicitud y respuesta del nombre queda clara y meridianamente transparente en título asignado por los fundadores mismos de los que se hace voz el licenciado don Gerónimo de Orozco. Y aunque el asunto pudiera parecer menor, en realidad va más allá de una mera distinción ortográfica o por un hipotético equívoco de cadena lingüística. Porque el contraste con los hechos históricos apunta hacia algo más fundamental que va más allá de las veleidades de llamarse tal o cual.
Hablamos del año 1575, el 22 de octubre. En tanto que la erección de la Diócesis de Aguascalientes data del 27 de agosto de 1899. Evento que está muy aparejado y condicionado a la consolidación urbana, sociodemográfica y política de la Villa de Aguascalientes; y no acaece sino hasta su plena autonomización de Zacatecas, la que solamente ocurre después del largo proceso emancipador del país, las sucesivas intervenciones extranjeras, la Guerra de Reforma y la consolidación de la República con la Constitución de 1957. Ocurre en plena época del Porfiriato.
Es un dato fundacional que replica –religiosamente hablando– el acta de fundación de la Villa de las Aguas Calientes, y se decide nombrarla bajo el dogma de Nuestra Señora de la Asunción, aunque permanece como una diócesis sufragánea a la Arquidiócesis de Guadalajara, antiguo reino de Nueva Galicia. Y que le vincula fuertemente, desde el punto de vista social e ideológico, con la ulterior Guerra Cristera en la temprana era postrevolucionaria.
A la erección de la diócesis le precede el acto de la dedicación de la iglesia parroquial, que resulta luego ser el templo sede del obispo, catedral, de la nueva circunscripción religiosa. Una de las fiestas más lucidas que se organizó en Aguascalientes durante el siglo XVIII fue precisamente ésta de la dedicación de la iglesia parroquial. 34 años tardó su fábrica y renovación, ya que empezados los trabajos en 1704, a iniciativa del señor cura don Antonio Flores de Acevedo, no se terminaron sino hasta 1738, cuando ocupaba la cabeza de la parroquia don Manuel Colón de Larreátegui. 34 años de esfuerzo común –y esto sin contar la construcción de las torres, que no fueron erigidas sino en 1764 la primera y en 1946 la segunda– tenían que ser festejados por el grueso de la población. Ocho días completos se dedicaron a los festejos, del sábado 4 al sábado 11 de octubre de 1738, aunque en realidad empezaron el día 3, en que se trasladó el Santísimo desde la iglesia de San Diego a su nueva morada.
Ascensión y Asunción son respectivos títulos de dos dogmas de la Iglesia Católica, el primero de venerable antigüedad apostólica, se atribuye al Señor Jesucristo quien, una vez resucitado, y por su propio poder emprende su regreso al Padre, cuyo evento la iglesia primitiva conmemoraba como su ascenso a los cielos, para ser exaltado como miembro a título propio de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Verdadero Dios y verdadero hombre, reza el Credo.
La solemne definición del dogma de la asunción de María, proclamada en 1950 por Pío XII con la constitución apostólica Munificentissimus Deus (MD) no fue un acto improvisado o arbitrario del magisterio pontificio extraordinario. Además de concluir un intenso periodo de estudios históricos y teológicos, llevados a cabo críticamente y que florecieron en la iglesia católica entre 1940 y 1950, coronaba y proclamaba una fe profesada desde hacía tiempo y universalmente en la iglesia por todo el pueblo de Dios. Las primeras indicaciones –que han de considerarse como simples huellas– se recogen entre finales del siglo IV y finales del siglo V: desde la idea de san Efrén, según el cual el cuerpo virginal de María no sufrió la corrupción después de la muerte, hasta la afirmación de Timoteo de Jerusalén de que la Virgen seguiría siendo inmortal, ya que Cristo la habría trasladado a los lugares de su ascensión (PG 86,245c) http://goo.gl/lQIOZ.
Aguascalientes fue nombrado territorio de la federación en 1835. Mientras Santa Anna avanzaba de la capital rumbo a Zacatecas para someter a los insurrectos, en Aguascalientes se ejecutaban los primeros movimientos para fundamentar la demanda. El ayuntamiento, valiéndose de antiguas prácticas, congregó el 22 de marzo a todo el vecindario para exponer la situación por la que se atravesaba y la conveniencia de que Aguascalientes fuese nombrado territorio de la federación. Cuando el l de mayo llegó Santa Anna a Aguascalientes el ambiente ya estaba preparado para solicitar al caudillo lo que posiblemente él había fraguado: la emancipación de este partido. A su llegada Santa Anna fue recibido “como a nadie se ha recibido después”, según el primer historiador de Aguascalientes. Autoridades, clero, pueblo en general, amantes de fiestas y celebraciones, acogieron con júbilo la promesa del presidente: Aguascalientes sería separado de Zacatecas (Fuente: “e-ciencia.com…”, ut supra).
En conclusión, llamarse Ascensión en el acto fundacional y, muy posteriormente “de la Asunción”, sí hace una gran diferencia. Ya que en su origen histórico el venerable dogma adjudicado al mismo Señor Jesús tenía plena vigencia y vigor; en cambio el de “asunción” correspondía a una respetuosa tradición popular cristiana ligada a la “dormición” de María, que sólo en la posguerra en el año 50 proclama el Papa Pío XII. n