Lo que divide la realidad / Tres guineas - LJA Aguascalientes
23/11/2024

 

Lo peor que puede hacer una persona que no puede dormir es revisar sus redes sociales mientras le gana el sueño. Ahí te quedas hasta que de plano te duermes con el celular en la mano o hasta que sale el Sol y ya tienes que pararte de la cama.

Son las 5:27 de la mañana de un día cualquiera y leo que Facebook dará prioridad a las publicaciones de familiares y amigos para que la gente ahora tenga “interacción significativa”. Decidió dejar en segundo plano a los medios y a las páginas de consumo de información (sitios web de compras, de noticias, de recetas rápidas de cocina) porque estos son malos para el estado de ánimo. Face le llama a esta forma de navegar consumo pasivo de información.

No sé a qué se refieren los analistas de la red social con ser malo para el estado de ánimo. A las 5:42 de la mañana de ese día cualquiera ya estaba yo escribiendo una metapublicación en Facebook sobre esto mismo y cómo es que he evitado seguir a las personas no porque no me interesen del todo, sino porque siempre he pensado que así no se conoce al otro, que los nuevos patrones de intercambio social y en consecuencia las nuevas formas de comunicación no son suficientes para pintarse un panorama completo de las personas. Las medias tintas no sirven de mucho si se trata de juzgar a alguien.

Alguna vez en mi historial digital me enamoré a través de Facebook. Si en el mundo análogo, mi realidad, no logro distinguir a los falsos y manipuladores, qué me hizo creer que en el digital iba a encontrar en ciertas publicaciones a la persona de mis románticos sueños. Un veinte me cayó mucho tiempo después: por muy extraños que seamos, ¿cuántos mostramos conscientemente al mundo lo malos que somos? ¿Quién se revela como un monstruo para que nadie se acerque?

En redes sociales es difícil establecer la separación entre las personas y los mensajes. Si no posteas nada es que eres una persona muy reservada o huraña. Si te la pasas posteando es que eres alguien con mucho tiempo libre y muchas ganas de figurar. En una publicación, hasta qué punto somos nosotros, los emisores, o con lo que queremos aparentar, el mensaje, sin considerar siquiera la interpretación que hacen los receptores, los que nos leen. Porque a veces se nos olvida que muchos nos observan y que juzgan nuestras filias y fobias por nuestras publicaciones, los likes que repartimos a diestra y siniestra, o los comentarios que hacemos. Que incluso llegan a odiarnos por esto. Si nos importa o no es harina de otro costal. Pero que después de todo este tiempo de socialización en redes no sepamos aún cómo usarlas y entenderlas, nosotros, los que hemos pensado que esta es una manera de encontrar el amor, confiar en la gente, volvernos populares, hacer amistades, miles y en cualquier parte del mundo con internet “libre”, de creer que todo está a un clic de distancia, es porque necesitamos imperiosamente sentir que estamos menos solos en este planeta. Supongo que esto es lo que llaman consumo activo de información y por lo que buscan acercarnos a las personas y evitar esa soledad. Comentar lo compartido por la familia, amigos o conocidos, dar me encorazona a todo lo que postee quien nos gusta, divertirnos con las reacciones, mostrar nuestro mucho enojo con la carita enrojecida cuando alguien escribe indignado que la policía desaparece muchachos o que los hombres matan mujeres.

Luego me confunden estos códigos comunicativos. He terminado relaciones amorosas y amistades por un tuit o por un like. Un like significó para mi ex que yo quería estar ardorosamente con otro hombre. Un comentario mal expuesto significó para un amigo que yo estaba tomando partido en una discusión. Y en esto nada tuvieron que ver las redes sociales. Las inseguridades, las interpretaciones, la necesidad de encontrar tonos en los mensajes escritos han hecho que vivamos llenos de confusiones. ¿Me estará cuestionando? ¿Qué quiso decir con eso? ¿Está siendo sarcástico? En la inmediatez de la comunicación sufrimos si el otro no contesta pronto, si se conecta pero no nos habla, si vemos las fotos que un viejo amigo subió de su boda a la que no fuimos invitados, y si alguien posteó feliz que va a tener un hijo ya tenemos mil preguntas que hacer y que no haremos, pero que nos da para especular y atar cabos con alguna otra publicación en otro lado, de otra que gente, para establecer lo que consideramos certezas. ¿Esto es lo que Zuckerberg considera que influirá positivamente en las personas?

Hemos dado por sentado que la comunicación es la misma que hace 20 o 10 años, y no consideramos que ni son los mismos tiempos ni las formas del lenguaje. “El lenguaje es, como si dijéramos, lo que divide la realidad”, escribió Barthes. Los estudiosos de la comunicación colocaron al lenguaje humano como el prototipo de los sistemas de comunicación. Funciones. Emisor, receptor, canal, contexto, mensaje. El lenguaje humano describe códigos y medios, establece relaciones, emite ideas, provoca reacciones. El nuevo discurso en estas plataformas replantea la práctica de la conversación y revoluciona todos los modelos tradicionales. ¿Cómo nos comunicamos ahora en redes? ¿Nos comunicamos? Somos al mismo tiempo productores y consumidores de información, hemos creado y ampliado un nuevo diccionario en este proceso de cambio, nos divertimos con nuestra imagen a 8 bits, vivimos de las reacciones del otro, entre más de estas mejor nos sentimos. Todo esto es un lenguaje, aunque no sé si cumple con establecer una pauta para el contacto y la respuesta del otro. ¿Cuál es su alcance?

Pero estoy sonando pesimista. Para los que no somos nativos digitales, las viejas formas culturales y de relación interpersonal nos obligan a tener resistencia al cambio. A las 5:59 de la mañana de ese día cualquiera mientras escribía el post me entró una nostalgia infinita por las charlas en vivo. ¿Qué hace uno desvelándose en Facebook? Recordé a los amigos que compartieron conmigo el arte de la conversación en cafés o en cualquier banqueta. Extrañé las llamadas para ponernos de acuerdo, los abrazos, las reuniones donde no había que consultar el teléfono e Instagram a todas horas, donde la plática se centraba en nosotros y en los otros, no en memes o videos virales, necesité el chismorreo en directo, los gestos, las caras de sorpresa, las interrupciones para agregar detalles íntimos o pequeñitos que aderezaban con risas las anécdotas y que no daban cabida a los silencios. O los silencios en lo que se compartían miradas y abrazos, no como en redes, que un silencio, la ausencia, pueden ser todo y nada a la vez. Nada me ha costado tanto como la transferencia cultural en los recuerdos memorables, como el de aquella reunión que concluyó con golpes y botellazos, y que dio pie a un largo e intenso romance que por años recordó entre risas que ese no podía ser el inicio de tan buena relación. Ahora mis recuerdos están incrustados en la sección Un día como hoy, en Facebook, que me recuerda la canción que postee, la foto que subí, al amigo que etiqueté, los 140 caracteres que emulé de Twitter para decir te amo.


De verdad que estoy siendo pesimista. Debo decir que en redes he conocido a gente maravillosa. He establecido mis propias redes de colaboración entre usuarios y me he permitido acercarme a la familia y a los amigos que no frecuento, y mantenerme en contacto y al día con los cercanos. Al menos así sé que están bien, que comen pescado los viernes, que van al cine, que viajaron a Nueva York a pasar Año Nuevo, que ellos sí saben organizar su material virtual en carpetas, lo que hasta la fecha no entiendo. Que votarán por AMLO o por Meade y que yo reacciono con una carita infeliz. Que cuando algo malo pasa la alerta se enciende y que nos buscaremos inmediatamente para ayudarnos.

Hay tantas aristas buenas y malas en esto de los algoritmos de redes sociales. Zuckerberg dijo que la expectativa de la compañía era que muchos usuarios se alejaran un poco o que el tiempo que pasan en Facebook sea más valioso. Ojalá la gente regrese a los cafés en lugar de darse likes. Pero no voy a especular sobre la comunicación en el futuro, las nuevas convenciones sociales aún me quedan lejos de entender y menos de adivinar. Link tras link tras otro ya estamos todos comunicándonos entre todos, aprendiendo a sobrevivir en la realidad y en lo digital.

Aunque nada de lo aquí escrito tiene sentido cuando a las 6:21 de ese día cualquiera publiqué ese mensaje en, sí, Facebook. Nada de esto importa cuando en las tardes cualquieras de mi vida estoy esperando ansiosa su mensaje que me diga que ahí está, en algún otro lado, también ansioso por verme. Nada importa porque lo peor que puedo hacer cuando no puedo dormir es pasarme minutos enteros escroleando en busca de noticias, de lecturas, de recetas de cocina que nunca haré en la realidad, lejos de la ‘interacción significativa’, de los post de mi tía que agradecen a esa hora a dios haber despertado, lejos de las fotos de bebés de gente que no conozco, de comentarios, de caras sonrientes, de post depresivos. Nada importa porque ya también vivimos aquí, en lo virtual, como este texto que no se encontrará en el feed de Facebook porque la red va a considerar que es de consumo pasivo de información y, por lo tanto, mala para el estado de ánimo.

 

@negramagallanes


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Tania Magallanes

Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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